Distinguir la mediocridad

Cuando se escribe un título como este, se corre el riesgo de ambigüedad, pues como profesor de Filosofía del Lenguaje, i preocupado por la corrección del idioma, podría estar diciendo que, hai que “honrar o distinguir” la mediocridad o al mediocre o, como pretendo aquí, “identificar, conocer o entresacar” al mediocre. Quien haya leído ese extraordinario libro de José Ingenieros, El hombre mediocre, se convencerá que la mediocridad es la insuficiencia, la flaqueza, la constitución escuálida de la personalidad, que por inmadurez primero i, luego por ignorancia, insuficiencia de estudios i la incultura que impide introducir en la experiencia, los valores éticos i estéticos, forjan al individuo como un ser incompleto; pero por no ser del todo analfabeto cultural, como el delincuente que enmascara su rostro, recurre a una solemnidad fingida, falsa, por lo cual el médico filósofo argentino, describe al hombre mediocre, como “solemne, modesto, indeciso y obtuso”. La poca audacia que les acompaña –pues sin duda son cobardes– la utilizan en los dos primeros aspectos: la solemnidad i la modestia (falsa), pero son indudablemente indecisos i obtusos. I este es el caso de ese payaso inculto, ignorante i vulgar que se llama Orlando Urdaneta, manchando un apellido que, ojalá no tenga parentesco alguno con el héroe zuliano de la Independencia, el General Rafael Urdaneta; no solamente el brillante i más leal soldado del Libertador, sino el que hasta el momento de su muerte en París, dio muestras de su hombría, honestidad i amor a la patria.

Venezuela es un país que, tal parece, no tiene memoria colectiva, olvida la historia pasada i reciente, i además, no analiza la conducta de sus hombres públicos. Por eso vemos pesados dinosaurios queriendo seguir en la política; por eso vemos verdaderos fantoches, hombrecitos enanos intelectualmente, convertidos en personajes. Uno de ellos –junto a otros que no quiero nombrar ahora– es precisamente este Orlando, que algunos dicen (no me consta) no es El Furioso, sino la furiosa. No ha pasado de ser un actor de TV i de cine, mui discreto para no decir pobre; un “animador o locutor” de poca proyección, por inculto o ignorante. La mayoría de las veces le veía zarrapastroso, con el pelo ensortijado i despeinado, con rostro sin afeitar, con vestuario ridículo, con tono de voz chillona i vulgar, con programas triviales i de mal gusto, con coloquios malintencionados i sin contenidos (aunque confieso que nunca le escuché sino por segundos o minutos). En fin, si hacemos una investigación de su obra (como la de otros endebles “genios” de la farándula), no conseguiremos prácticamente nada, a no ser, recordar cómo hundió a una bella esposa que consiguió entre las novatas muchachas de la Zarzuela, de María Francisca Caballer, o cómo no pudo seguir unos estudios serios. Ni debe haber leído una media docena de libros en toda su vida.

Sin embargo, ahora, en las huestes de una oposición carente de líderes, de intelectuales o personas de razonamientos claros, patrióticos i éticos, este mediocre personaje, actor de baja calidad, se ha puesto o propuesto caracterizar a un intelectual; pasar por un hombre preparado para opinar en política i hasta ha cambiado lo que ridículamente llaman el “look” para por fin afeitarse, peinarse i vestirse bien, colocándose unos lentes de vidrios estrechos i montura al aire, tal como un profesor de Oxford o Cambridge o un intelectual, escritor o profesor universitario. Sólo que al abrir la boca para decir o preguntar, asoma la falsedad de su apariencia maquillada. Empero, el hábito no hace al monje, ni el traje al intelectual. La personalidad del hombre está en su cerebro, no en su físico. Allí tenemos ese ejemplo prodigio que se llama Stephen Hawking. Por eso se dice en medicina que, la muerte cerebral, es la muerte de la personalidad. Este payaso disfrazado de hombre pensante, es todo un fraude.

Por estas razones, un mediocre que avergonzaría a otros mediocres i que tiene un léxico coprolálico, digno de competir con Mingo o con Marta, no debería tomarse mui en cuenta. Su ego enfermizo, le hace creer que es importante i que está en primera fila entre los “notables” o los “meritócratas”. Para estos psicópatas, pletóricos de vanidad i de endeble estructura moral o ética, referirse a ellos, grabarlos o hasta caricaturizarlos, es como alabarlos o ensalzarlos. En cambio, lo mejor es hacer la más breve referencia a ellos, i en lo posible ignorarlos. Al final creo que ni estas líneas se justifican, así sea para pintarlo i pedir que se le ignore. Es menos que nadie. Le faltan credenciales hasta para ser mediocre, por lo que sí puede ser traidor, conspirador i vendepatria. Así lo expresó Hebbel: “Nada tan peligroso como la mediocridad que no es mediocridad por completo”.

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Roberto Jiménez Maggiolo


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