América Latina es la zona donde existe mayor desigualdad en el mundo. Esto se refiere al tamaño de la brecha que existe entre los más ricos y los más pobres.
Venezuela no escapa a esa realidad y es muy probable que ella haya sido una de las causas por la cual se han producido los cambios políticos que en la actualidad se desarrollan.
Pero no solo han sido cambios políticos, también en el plano económico y en el social se han dado, tal y como lo recogen los estudios que se realizan para medir el cumplimiento de las metas del milenio.
La oposición correlaciona los avances que se han dado a los precios petroleros. Siendo cierto que unos precios altos favorecen mayores ingresos, esto no se traduce, necesariamente, en una distribución equitativa de ellos.
Nuestro país, aun en el peor de los casos, ha contado con ingresos nada despreciables. Sin embargo, durante los 20 años que precedieron a 1998, la pobreza y la exclusión crecieron y se hicieron crónicas, tal y como quedó demostrado en los estudios realizados sobre el tema por Navarro y Marduez (IESA) y el llevado a cabo por la Universidad Católica Andrés Bello. En ambos quedaba constatado que a los pobres se le habían cerrado las posibilidades de progreso que se habían abierto entre 1960 y 1973.
La exclusión y el crecimiento estructural de la pobreza están relacionados con el desmantelamiento del Estado, cuyo efecto más inmediato fue privatizar varias áreas que venían teniendo carácter público. Sectores como educación y salud vieron seriamente disminuida su inversión, mientras, por otro lado, crecían los oferentes privados de estos servicios.
Durante años y de manera sistemática fue realizada una campaña ideológica dirigida a patentar que todo lo público era ineficiente y malo. De esta manera desaparecieron el trasporte público y el Aseo Urbano, por colocar solo dos ejemplos: ambos servicios pasaron a manos privadas. En el caso del transporte de una manera anárquica. El servicio de Aseo Urbano pasó a ser prestado, en la Gran Caracas, por empresas privadas. Comparando ambas experiencias, el viejo Aseo Urbano sale mejor librado.
La muestra más evidente de la tendencia a privatizar la sociedad, fue llevada a cabo por los gobiernos anteriores al del presidente Chávez y posteriores al primer gobierno del Doctor Caldera, fue lo ocurrido con la educación superior. Tácitamente se dejó de invertir en la creación de nuevos centros universitarios de carácter público. De esta manera, las largas colas de preinscritos eran el signo de los tiempos. En tanto, comenzaron a proliferar Centros Universitarios de carácter privado, a los cuales necesariamente había de acudirse ante la ausencia de cupos en las Universidades Públicas.
Una medida fue estimular la creación de los llamados Colegios Universitarios, como forma de proporcionar opciones de estudio a los miles de jóvenes que aspiraban a una carrera. Los Colegios Universitarios no escaparon a la privatización, al punto que eran más los privados que los públicos.
La idea de eliminar la gratuidad de la enseñanza universitaria fue reforzada con muchos argumentos con algún asidero en la realidad: A la Educación Superior no entraban los pobres, sino jóvenes provenientes de la clase media que habían cursado estudios de primaria y secundaria en colegios cuyas mensualidades eran muy altas: “Si pagan “x” cantidad de dinero para estudiar bachillerato, ¿Cómo no van a poder pagar los estudios de profesionalización?
Al argumento se le escapaba la pequeña tontería que 8 de cada 10 jóvenes venezolanos no tenían acceso a la educación superior pues no culminaban sus estudios de primaria o los de secundaria. El argumento, por lo tanto, ignoraba esta realidad.
Muchos estudiosos achacan al “Viernes Negro” el frenazo que vivió la incipiente movilidad social que se había producido al inicio de la nueva etapa democrática. En modo alguno se atrevieron a señalar que una de las causas fue la acentuación de las desigualdades, producto, entre otras cosas, del desmontaje del Estado. Para nada se atreven a reconocer que fue la concepción neoliberal del Estado y la sociedad, el catalizador que aceleró el proceso de empobrecimiento sin esperanzas de la mayoría de la población del país. Lo peor, es que aun insisten en ella, a pesar de los nefastos efectos que ha tenido.
Indudablemente que el proceso político que se vive desde el 98 comporta muchas deficiencias y errores. Pero, es a partir de sus experiencias desde donde debemos arrancar para avanzar hacia el futuro. Cualquiera que esté pensando colocar al país en un punto de partida distinto, es decir, anterior a él, no solo estará condenado al fracaso, sino que se convertiría en una fuente de violencia. No creo que pueda aceptarse tranquilamente que al país pretendan retrotraerlo a la etapa en la cual la exclusión social y la pobreza reinaban ante la indiferencia de una minoría exitosa, regodeada en su nivel de vida
Venezuela no escapa a esa realidad y es muy probable que ella haya sido una de las causas por la cual se han producido los cambios políticos que en la actualidad se desarrollan.
Pero no solo han sido cambios políticos, también en el plano económico y en el social se han dado, tal y como lo recogen los estudios que se realizan para medir el cumplimiento de las metas del milenio.
La oposición correlaciona los avances que se han dado a los precios petroleros. Siendo cierto que unos precios altos favorecen mayores ingresos, esto no se traduce, necesariamente, en una distribución equitativa de ellos.
Nuestro país, aun en el peor de los casos, ha contado con ingresos nada despreciables. Sin embargo, durante los 20 años que precedieron a 1998, la pobreza y la exclusión crecieron y se hicieron crónicas, tal y como quedó demostrado en los estudios realizados sobre el tema por Navarro y Marduez (IESA) y el llevado a cabo por la Universidad Católica Andrés Bello. En ambos quedaba constatado que a los pobres se le habían cerrado las posibilidades de progreso que se habían abierto entre 1960 y 1973.
La exclusión y el crecimiento estructural de la pobreza están relacionados con el desmantelamiento del Estado, cuyo efecto más inmediato fue privatizar varias áreas que venían teniendo carácter público. Sectores como educación y salud vieron seriamente disminuida su inversión, mientras, por otro lado, crecían los oferentes privados de estos servicios.
Durante años y de manera sistemática fue realizada una campaña ideológica dirigida a patentar que todo lo público era ineficiente y malo. De esta manera desaparecieron el trasporte público y el Aseo Urbano, por colocar solo dos ejemplos: ambos servicios pasaron a manos privadas. En el caso del transporte de una manera anárquica. El servicio de Aseo Urbano pasó a ser prestado, en la Gran Caracas, por empresas privadas. Comparando ambas experiencias, el viejo Aseo Urbano sale mejor librado.
La muestra más evidente de la tendencia a privatizar la sociedad, fue llevada a cabo por los gobiernos anteriores al del presidente Chávez y posteriores al primer gobierno del Doctor Caldera, fue lo ocurrido con la educación superior. Tácitamente se dejó de invertir en la creación de nuevos centros universitarios de carácter público. De esta manera, las largas colas de preinscritos eran el signo de los tiempos. En tanto, comenzaron a proliferar Centros Universitarios de carácter privado, a los cuales necesariamente había de acudirse ante la ausencia de cupos en las Universidades Públicas.
Una medida fue estimular la creación de los llamados Colegios Universitarios, como forma de proporcionar opciones de estudio a los miles de jóvenes que aspiraban a una carrera. Los Colegios Universitarios no escaparon a la privatización, al punto que eran más los privados que los públicos.
La idea de eliminar la gratuidad de la enseñanza universitaria fue reforzada con muchos argumentos con algún asidero en la realidad: A la Educación Superior no entraban los pobres, sino jóvenes provenientes de la clase media que habían cursado estudios de primaria y secundaria en colegios cuyas mensualidades eran muy altas: “Si pagan “x” cantidad de dinero para estudiar bachillerato, ¿Cómo no van a poder pagar los estudios de profesionalización?
Al argumento se le escapaba la pequeña tontería que 8 de cada 10 jóvenes venezolanos no tenían acceso a la educación superior pues no culminaban sus estudios de primaria o los de secundaria. El argumento, por lo tanto, ignoraba esta realidad.
Muchos estudiosos achacan al “Viernes Negro” el frenazo que vivió la incipiente movilidad social que se había producido al inicio de la nueva etapa democrática. En modo alguno se atrevieron a señalar que una de las causas fue la acentuación de las desigualdades, producto, entre otras cosas, del desmontaje del Estado. Para nada se atreven a reconocer que fue la concepción neoliberal del Estado y la sociedad, el catalizador que aceleró el proceso de empobrecimiento sin esperanzas de la mayoría de la población del país. Lo peor, es que aun insisten en ella, a pesar de los nefastos efectos que ha tenido.
Indudablemente que el proceso político que se vive desde el 98 comporta muchas deficiencias y errores. Pero, es a partir de sus experiencias desde donde debemos arrancar para avanzar hacia el futuro. Cualquiera que esté pensando colocar al país en un punto de partida distinto, es decir, anterior a él, no solo estará condenado al fracaso, sino que se convertiría en una fuente de violencia. No creo que pueda aceptarse tranquilamente que al país pretendan retrotraerlo a la etapa en la cual la exclusión social y la pobreza reinaban ante la indiferencia de una minoría exitosa, regodeada en su nivel de vida