Salvador Allende era socialista y demócrata. Luego de varias jornadas electorales alcanzó el triunfo, iniciando un gobierno esperanzador para los pobres de su país, Chile.
Su triunfo electoral constituía una esperanza en América Latina, plagada de gobiernos dictatoriales, sangrientos, respaldados por los gobiernos de los Estados Unidos.
Como es sabido, la derecha enfiló sus baterías contra su gobierno desde el mismo comienzo. En su oposición no se detuvieron ante nada. Asesinaron a Jefes Militares institucionalistas para abrir paso al liderazgo de los obsecuentes gorilas; crearon el caos económico; boicotearon la distribución de alimentos; sabotearon a través de métodos terroristas los servicios de electricidad, etc.
Se sabe, por pruebas documentales existentes, que se trató de una operación montada y financiada desde el gobierno norteamericano, los cuales temían que aquel ejemplo fuese seguido por otros países del continente, mucho más ante el hecho de la derrota, en unos casos abierta, de los movimientos insurreccionales.
El gobierno de Allende fue derrocado por un Golpe Militar extremadamente cruento. Miles de chilenos fueron asesinados o desaparecidos bajo el gobierno de Pinochet, el cual recibió el respaldo del “Mundo Civilizado”.
Pero, para que ese zarpazo a la libertad se produjera no solo actuaron los enemigos del gobierno de Unidad Popular. También desde dentro de las fuerzas que respaldaban al gobierno o al proceso, como mejor prefieran, contribuyeron a crear las condiciones que facilitaban el golpe.
A nombre de la radicalidad, de la lucha contra la explotación del hombre por el hombre, se tomaron fábricas; se invadieron propiedades, no solo de los grandes capitalistas, sino de pequeños propietarios. Se atacó la cadena de distribución de bienes sin la posibilidad de reponer una nueva, generando escasez, facilitando, por tanto, los planes del enemigo.
El “Mundo Civilizado” reaccionó cuando la matanza se había llevado la vida de centenares de miles de chilenos. Como dicen los abogados, ya se había producido un daño irreparable.
Todo esto nos viene a la mente al observar las dinámicas que van tomando los acontecimientos políticos en nuestro país. Acá también hay gente que quisieran un Pinochet y, en los Estados Unidos, factores que no han dejado de ser gorilas.
Pero también los “radicales” del lado de la Revolución, quienes con sus acciones y planteamientos cargados de la “enfermedad infantil”, contribuyen a fomentar el clima contra el proceso que dicen defender, pero con el cual están inconforme porque no avanza a la velocidad que desean contra las injusticias presentes.
Las acciones políticas, las clasistas; las cargadas de ansias de justicia, pero dominadas por la incomprensión de los tiempos, favorecen los cambios en la correlación de fuerzas dentro de la sociedad. En este caso, no para bien. Cada equivocación será aprovechada por el enemigo, quien cuenta con un gran y eficiente aparato de comunicación, propaganda y agitación.
Cada invasión que se realice en estos tiempos no será favorable al gobierno ni significaran actos justicieros, sino vandalismos, indisciplina, anarquía. Todos, males que ninguna sociedad quiere para sí.
La experiencia indica que de nada sirve lamentarse cuando se está en la posibilidad de actuar. Si un proceso político permite que la agenda se la coloquen los radicales y el enemigo, estará perdido. Tampoco vale paralizarse, pues ello también significaría la muerte.
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