Sin embargo, lo sucedido a Oswaldo Rivero es un elemento más de esa maraña comunicacional. No lo banalizo, al contrario, lo que señalo es que nuestros guerrilleros son vanguardia en la trinchera informativa y lo más seguro es que muchos resulten heridos durante la batalla. Oswaldo no es el primero ni el último; ya viene ocurriendo con Lucía Córdova y hace horas apenas con otra conductora de ZK, la valerosa Llafrancis Colina. Recuerdo aquella vez que Jorge Amorín estuvo a punto de ser alcanzado por un furibundo opositor quien ocultaba un punzón, mientras cubría una de sus “protestas pacíficas”. El peor ataque fue el asesinato de Jorge Tortoza para quitarle las evidencias gráficas de la emboscada vil de Puente Llaguno. De distintas maneras, tanto física como psicológica, se agrede a esta vanguardia, lo cual denota una estrategia opositora, para nada sorpresiva, que busca que no se sepa de su escualidez ética y democrática.
Lo que se informa deja una impronta que para bien o para mal (Sin ánimos maniqueos) cuesta desvanecer. Tal vez por eso Kotepa Delgado profesaba aquello de “Escribe que algo queda”. ¿Pero qué pasa cuando lo que se comunica lo aceptamos como realidad? ¿Cómo saber si lo que nos dicen es veraz? Se trata de un proceso de aprendizaje que está determinado por nuestra capacidad de análisis y de la coordenada tiempo, pero además por la credibilidad que se tenga del medio y sus anclas. Hagamos un ejercicio: Cuántos creyeron lo que informaban los medios sobre Puente Llaguno en la primera media hora de transmisión de los sucesos. Los medios se habían encargado previamente de dibujarnos como hordas armadas y a los opositores como “gente que debe defenderse”.
Dentro de esta batalla comunicacional tenemos distintas formas de recibir ataques y lo primero es informar correctamente sobre ellos para que vayamos construyendo un bagaje de conocimientos necesarios para contrarrestarlos. Por ejemplo, lo que se plasmó en el folleto de FarmaAhorro no es subliminal, es propaganda encubierta; la gente infiere de inmediato de qué se trata. La publicidad subliminal es más peligrosa porque va dirigida al subconsciente, no se percibe en el momento. Solo puede ser descubierta observando cuadro a cuadro las propagandas, escudriñando los backing de las escenografías, analizando el ruido de fondo de los audios. Esta formidable arma publicitaria tiene la particularidad de que además de ser eficaz en producir el efecto deseado, siembra la duda sobre su existencia. La gente no cree que fue manipulada. Tenemos serios indicios y proyecciones matemáticas como para obtener un triunfo demoledor el próximo 7 de octubre, pero es bueno recordar que la clase media lleva decenios siendo nariceada por la publicidad y el consumismo. Allí hay nichos de mercado donde lo que se sospecha, lo que se cree, lo que se sabe, lo que se informa y lo que no se dice, depende de los medios golpistas.
Estemos ojo avizor con este tipo de publicidad porque la van a utilizar o ya están en eso. Mientras tanto es prudente que en nuestros medios se haga un esfuerzo por no copiar estilos de las empresas comunicacionales de la derecha, porque juzgar a priori, utilizar los espacios para dirimir interpretaciones personalistas del proceso o hacer pública una sospecha, no es una buena tendencia. A menos que lo que se diga esté basado en una realidad que no se nos informa. Entonces ¿Qué nos diferenciará de ellos?
Cuidado, el Pueblo no solo ha aprendido a ver la realidad del enemigo. Es sabio y paciente, compas, no pendejo. Incluso sabe quien brincará la talanquera mucho antes de que se informe.
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