Breve historia de un diablo

El Imperio ha tenido muchos demonios, pero el más diabólico fue Curtis LeMay, quien dirigió los bombardeos incendiarios que asesinaron a unos tres millones de civiles inocentes, en Alemania, Japón y Corea, y, unos años después, en octubre del 62, estuvo a punto de causar la Primera Guerra Nuclear.

La mirada insolente, salvaje, del Imperio.

1-. LO DE SIEMPRE


Para referirme a uno de los seres más infernales de la historia debo repetir, con brevedad, algunos de los temas que ya he abordado en artículos anteriores.

Ya no hay ni la menor referencia en los medios de difusión masiva sobre la masacre de niños y mujeres perpetrada hace cinco semanas por unos veinte soldados yankis en las aldeas Balandi y Alkozaid, región de Kandahar, sur de Afganistán.

Ya ni siquiera se menciona la falsa historia del sargento Robert Bales que… en un rapto de locura y olímpica velocidad entró de madrugada en dos casas muy humildes de esas aldeas, a dos kilómetros de distancia una de otra, y, en menos de diez minutos, ametralló, mientras dormían, a nueve niños, tres mujeres y cuatro hombres, quemando, después, sus cadáveres.

Una investigación del Parlamento afgano, basada en testimonios de numerosos vecinos que presenciaron el crimen, reveló que la masacre había sido perpetrada por unos quince o veinte soldados yankis, apoyados por dos helicópteros.

¿Pueden tantos soldados y la tripulación de dos helicópteros perpetrar un crimen como ése, sólo porque se les ocurrió hacerlo, como una diversión macabra propia de una película de terror?

Por supuesto que no. Ésa fue una operación ordenada por el mando yanki en Afganistán, con el previo conocimiento del Pentágono, para aterrorizar a un pueblo heroico que se ha enfrentado, con inmenso coraje, a la invasión extranjera que ha ensangrentado a su patria por diez años y medio. No hay otra explicación para que eso haya sucedido; pero, como es lógico, la Casa Blanca no lo puede aceptar ante el mundo, por eso inventa el cuento absurdo del solitario asesino enloquecido.

¿Es primera vez que las fuerzas armadas del Imperio cometen una masacre para aterrorizar a una nación? Por el contrario: la masacre intencional con un propósito ulterior es lo más típico del Imperio desde su más remoto origen y aun desde antes, cuando combatía para separarse del otro imperio y fundar uno que resultó ser mucho más criminal.

No voy a mencionar todas esas masacres porque no alcanzaría el espacio de este artículo, pero hay dos, separadas por 222 años, que tipifican la forma de actuar de los jefes del Imperio y fueron perpetradas no contra países enemigos, sino contra el pueblo de este país.

La primera fue la que se conoce como Sullivan Raid, en el verano de 1779, en que tropas yankis dirigidas por los generales John Sullivan y George Clinton, ayudantes del general George Washington, asesinaron a cientos de mujeres y niños iroqueses en sus propios hogares, mientras dormían también, para aterrorizar a los combatientes iroqueses que se habían unido al Imperio Británico porque le garantizaba vida y cuidado a toda la población autóctona, y sus tierras al oeste de las Appalachias –Proclamación Real de 1763, firmada por Jorge III--, y los “libertadores americanos’ no le aseguraban absolutamente nada, como se vio algunas décadas después en que la asesinó por decenas de miles, le quitó todas sus tierras en todo el país y la metió en campos de concentración llamados reservaciones, infame situación que aún existe casi dos siglos después.

La segunda fue la masacre del 11 de septiembre del 2001, perpetrada por el Imperio a través de la CIA, la Mossad y Al-Qaeda, con la complicidad directa de varias dependencias militares y civiles de los gobiernos terroristas de Estados Unidos e Israel. (He publicado unos diez artículos sobre este tema que pueden verse en los archivos de Kaosenlared) Después de haber dedicado más de medio siglo a estudiar la historia del Imperio –sobre todo la de sus auto-agresiones--, y de haber leído, en estos diez años, cientos –tal vez miles-- de páginas sobre lo que sucedió aquel día, estoy absolutamente convencido que se trató de un auto-atentado –self-inflicted wound: herida auto infligida-- con el objetivo de justificar las guerras posteriores… y las que faltan, elevar al máximo las ganancias de la industria bélica, la más poderosa del país y columna vertebral del Complejo Militar-Industrial-Terrorista, y afianzar su dominio en un mundo globalizado. No estoy solo, por supuesto, en esta sospecha sustentada en cientos de fuertes evidencias circunstanciales: se estima que hasta un 50% del pueblo de este país cree, también, que fue una auto-agresión. El porcentaje es mucho mayor en todos los demás países.

Obama es cómplice de aquella masacre de su propio pueblo porque ha proseguido y aumentado las guerras que fueron consecuencias de la misma, y perpetrado otras, como la de Libia, y no ha hecho nada por investigar la culpabilidad directa del régimen terrorista de George W. Bush en aquella matanza del pueblo estadounidense.

2-. ITINERARIO DEL TERROR

Veamos ahora, con brevedad, la vida y la “obra” de un demonio --no ficticio, como en la religión, sino real--, un curioso homúnculo, cubierto de sangre y de grasa desde las orejas hasta los tobillos, que fue autor y actor del asesinato con candela --bombas incendiarias--, de más de 3.000,000 de seres humanos, en Alemania, Japón y Corea, en más de un 90% niños, mujeres y hombres de la tercera edad. Y, unos años después, en octubre de 1962, estuvo a punto de ocasionar la Primera Guerra Nuclear, en la que hubiesen muerto de 500 a 1,000 millones de seres humanos, casi la tercera parte de la humanidad, y hubiera provocado el Invierno Nuclear y la muerte posterior de otros cientos de millones de seres humanos.

Hagamos un breve resumen de este endiablado ser. Se llamó Curtis LeMay –dicen que su segundo nombre era Emerson, pero debe ser un error: es inconcebible que el padre de una bestia pueda conocer el nombre de un filósofo--. Nació en Columbus, Ohio, en 1906 y se graduó de ingeniero civil en 1929. Al año siguiente, entró en la fuerza aérea y tomó clases de aviación en Norton Field, en su ciudad. En 1937, ya era navegante de las Fortalezas Aéreas B-17.

Con el inicio de la guerra mundial obtuvo varios ascensos. De teniente en 1940, ascendió a mayor al año siguiente y jefe del Grupo 305 de Ataque Aéreo, formado por B-17s. En octubre de 1942 llegó a Inglaterra como jefe de la Octava Fuerza Aérea formada por cientos de aviones B-17 y de otras clases.

A partir de ese propio año, participó, directamente, en numerosos ataques aéreos dirigidos, en su mayoría, contra la población civil de varias zonas del norte de Alemania. Fue el primer jefe de grupo aéreo que perpetró ataques con bombas incendiarias contra la población civil, lo que, a partir de fines de 1944, siguiendo un ejemplo trazado por él, se convirtió en uso común y fueron incineradas grandes secciones urbanas de Dresde, Hamburgo, Berlín, Nüremberg, Dusseldorf, Frankfurt y muchas otras ciudades, muriendo más de un millón y medio de civiles no-combatientes; pero ya para esa época –agosto de 1944-- LeMay había sido trasladado al frente del Pacífico, bajo las órdenes de Douglas McArthur.

Su grupo de ataque, el Vigésimo Comando Aéreo, realizó numerosos bombardeos en el frente de guerra China-Birmania-India, y luego, al frente del Vigésimo Primer Comando Aéreo, comenzó sus ataques incendiarios contra la población civil de Japón.

3-. EL MONSTRUO

Las viviendas de las familias japonesas estaban construidas, casi en su totalidad, de materiales inflamables, como madera y papel. Eran un blanco formidable para las bombas incendiarias, o sea para el asesinato en masa, y ésa fue la misión genocida de LeMay: convencer al alto mando yanki que la manera más rápida de ganar la guerra no era matando en combate o bombardeos a los soldados enemigos, sino asesinando a la mayor cantidad de niños, mujeres y hombres de la tercera edad, que era en su gran mayoría la población que se había quedado en las ciudades porque los soldados estaban defendiendo las pequeñas islas que iban asaltando los yankis o las costas de las cuatro grandes islas del archipiélago nipón, y el servicio militar obligatorio japonés, a partir de fines del 44, se le impuso a todos los hombres de 16 a 62 años inclusive.

Ya como jefe de todas las operaciones de bombardeo aéreo contra Japón, LeMay dirigió los escuadrones de superfortalezas B-29 que atacaron y redujeron a ceniza gran parte de las 64 ciudades más importantes de Japón, con un saldo mortal de unos dos millones de civiles no-combatientes, sobre todo niños, mujeres y hombres viejos.

Para que los bombardeos incendiarios mataran a un mayor número de personas, LeMay ordenó que se le quitaran a los B-29 los cañones defensivos de la parte posterior para llenar aun más las naves con bombas E-46 –de racimo—, y otras hechas de magnesio, fósforo blanco y napalm. Los aviones volaban a menos de 9,000 pies sobre las ciudades para que los ataques contra la población civil fuesen más efectivos.

4-. LA OBRA SUPREMA DEL TERROR

Sería imposible, por supuesto, hacer un análisis, en un solo artículo, de la infernal obra de LeMay, o sea de lo que sucedió en las 64 ciudades japonesas semi-destruidas; pero, como modelo de todo aquel inmenso salvajismo, veamos algunos párrafos del artículo que publique el pasado 9 de marzo, sobre el peor de todos aquellos ataques, que se convirtió en el atentado terrorista más asesino de la historia, peor que el de Hiroshima, o sea el bombardeo incendiario al Barrio Obrero de Tokío, que comenzó a las 11:30 de la noche del 9 de marzo de 1945 y terminó a las tres de la madrugada del día siguiente, y tuvo la previa autorización de Franklyn Delano Roosevelt y el alto mando del Pentágono:

330 superfortalezas B-29 perpetraron aquella gran matanza de inocentes. La primera oleada estaba formada por doce aviones Pathfinders que creó un círculo de fuego de un extremo a otro del barrio obrero para que los cientos de aviones que llegaran después lanzaran sus bombas dentro del área señalada. Un rato después, decenas de aviones tanques lanzaron miles de galones de gasolina.



Entonces llegaron los B-29 que lanzaron 1,665 toneladas de bombas incendiarias, entre ellas las M-18 y las E-46, éstas expandían el fuego a 35 metros del punto de explosión. Cuatro escuadrones aéreos tuvieron la misión de volar a muy baja altura para ametrallar a las pobres gentes que trataban de escapar del gran anillo de fuego.

La misión del Imperio era asesinar, asesinar con candela, asesinar con calor, asesinar con humo, asesinar con bombas, asesinar con balas… y no soldados, sino niños, mujeres y viejos.

Avivado aun más el incendio por los fuertes vientos de cuaresma, de unos 45 kilómetros por hora, el barrio obrero se convirtió en una inmensa hoguera, en el fuego más asesino que haya existido en la historia de la humanidad, con temperaturas cercanas a los 1,000 grados centígrados, que se podía ver a 240 kilómetros de distancia.

Los pilotos terroristas vomitaban por el intenso olor a carne humana quemada: ellos eran los terroristas menores porque los grandes terroristas -los que no sólo no hicieron nada para evitar la guerra, sino que la provocaron– estaban a buen resguardo de la lejana candela, en la Casa Blanca, el Pentágono y Wall Street… o asoleándose en Palm Beach, arrullados por la suave eufonía de las olas de espuma al llegar a la orilla.

En las tres horas y media que duró la barbarie, ni una sola bomba ni una sola bala cayeron sobre el Cuartel General del Primer Ejército Japonés, que se hallaba a once kilómetros del barrio obrero –en el que habían más de 30,000 soldados y decenas de generales y coroneles--, ni sobre el Palacio Imperial en el que, aquella noche, se hallaba Hirohito, a unos siete kilómetros de allí.

Al amanecer, 270,000 viviendas obreras estaban reducidas a cenizas y junto a ellas yacían más de 100,000 cadáveres carbonizados. Unos 50,000 seres humanos murieron unas horas después o en los días y semanas siguientes. Más de 300,000 sufrieron quemaduras, muchas de ellas graves. Más de un millón perdieron su hogar. Del total de muertos, unos 50,000 eran niños.

5-. NO ERA SUFICIENTE

La obra de LeMay no se detuvo ahí. Por aquellos meses del año 45, dirigió la Operation Starvation –Operación Hambre—en que los aviones de guerra se dedicaron a contaminar ríos y lagos, o sea las fuentes de agua potable, y a bombardear los puertos que recibían los alimentos, para someter por sed y hambre a todo el pueblo japonés. Fue el Grupo Bombardero 313, integrado por 160 aviones, el que se dedicó a esa monstruosa acción. Al mismo tiempo, los submarinos yankis bloqueaban las cuatro grandes islas, en las que vivía el 98% de la población, por lo que Japón se vio imposibilitado de recibir la mayor parte de los alimentos que consumía el país.

LeMay fue quien escogió a Hiroshima y Nagasaki para que sobre estas ciudades se lanzaran las primeras bombas nucleares, aunque no tuvo, directamente, bajo su mando ambas acciones, sino el Pentágono y la Casa Blanca de Harry Truman. Como se sabe, ambos macro-atentados terroristas fueron dirigidos sobre la población civil, y el Cuartel General del Segundo Ejército Japonés, situado en el Castillo de Hiroshima y alrededores, a cuatro kilómetros del hipocentro de la bomba de quince kilotones, no sufrió daño alguno. De los 80,000 muertos que hubo aquel 6 de agosto en Hiroshima, unos 400 eran militares que estaban haciendo ejercicios en el Campo del Este, junto al Castillo, en el momento del Pikadón –ocho y quince de la mañana-- sobre todo los que vestían ropas oscuras. Más del 95% de los muertos fueron niños, mujeres y hombres mayores de 62 años.

En 1948, LeMay fue nombrado jefe del Comando Aéreo Estratégico –Strategic Air Command o SAC—, provisto con un gran arsenal de armas nucleares, y al año siguiente, cuando la Unión Soviética tuvo sus primeras bombas atómicas, fue el primer jefe militar que propuso la guerra nuclear preventiva, o sea un gran golpe nuclear sorpresivo para matar a una nación –“to kill a nation”--, refiriéndose, por supuesto a la URSS.

Como jefe del SAC, LeMay dirigió la mayor parte de los bombardeos, muchos de ellos incendiarios, en la Guerra de Corea. Se estima que más de un millón de civiles inocentes –también en su gran mayoría niños, mujeres y hombres de la tercera edad—murió en estos bombardeos. Fue LeMay quien le propuso a Truman y McArthur que se efectuara un gran bombardeo nuclear sobre la República Popular China en que morirían cientos de millones de seres humanos.

A mediados de 1961, LeMay fue nombrado Jefe de la Fuerza Aérea de Estados Unidos.

6-. AL BORDE DEL ABISMO

Cuando los aviones espías del Imperio descubrieron, en septiembre de 1962, que la Unión Soviética estaba montando bases de cohetes nucleares en Cuba, LeMay dijo que ése era el momento preciso para lanzar un gran ataque nuclear contra la Unión Soviética y Cuba.

Al mes siguiente, unos días antes de que la Crisis de los Cohetes llegase a su punto culminante con el bloqueo marítimo del Imperio a Cuba, LeMay le propuso a Kennedy, en varias reuniones sostenidas en la Casa Blanca y el Departamento de Estado, que se efectuara un gran ataque con bombas convencionales a todos los sitios en que se estaban construyendo las bases de cohetes en Cuba, lo que hubiera causado entre 50,000 y 100,000 muertos cubanos y soviéticos. La Junta de Jefes Militares –Joint Chiefs of Staff—apoyó la proposición de LeMay.

Treinta años después, en octubre de 1991, al celebrarse en La Habana una conferencia internacional sobre el Trigésimo Aniversario de la Crisis de los Cohetes, Robert McNamara, Secretario de Defensa del Imperio durante la crisis, reconoció que si aquel ataque convencional se hubiese realizado habría sido el inicio de la guerra nuclear ya que varios comandantes soviéticos de las bases tenían la facultad de tomar decisiones por su cuenta, sin contar directamente con el Kremlin, y éstas hubieran sido las de atacar con bombas nucleares a Estados Unidos si eran atacados ellos primero. En aquella época los anti-cohetes yankis no podían detener a los cohetes nucleares salidos de Cuba porque sólo eran funcionales once minutos después de su lanzamiento, y los cohetes nucleares de Cuba llegaban a Washington, Nueva York y otras ciudades cuatro o cinco minutos antes.

Por suerte para la humanidad, Kennedy actuó con coraje frente a las exigentes locuras de LeMay y el Pentágono, y Nikita Jruschov decidió desmantelar las bases. Por supuesto que la Unión Soviética, como país soberano, tenía todo el derecho de establecer bases nucleares en un país soberano como Cuba, y nuestra patria a aceptarlas, tal y como Estados Unidos había establecido bases de cohetes nucleares en Turquía, junto a la frontera soviética, y la URSS no había protestado. Pero para el bien de la humanidad, Nikita cedió a la insolencia ilegal y ultra-terrorista –violadora de la Carta de la ONU—del bloqueo marítimo yanki y así se evitó una guerra en la que pudo haber muerto la tercera parte de la humanidad de entonces, 1,000.000,000. de seres humanos y, tal vez, muchos más, pues una guerra en la que explotaran miles de bombas atómicas hubiese provocado el Invierno Nuclear en que nuestro planeta sufriría otra glaciación al menos por cincuenta años.

Dicen que la furia de LeMay durante aquella crisis nunca había sido tan suprema y que, a partir de entonces, se confabuló con otros jefes del Imperio –Allen Dulles, jefe de la CIA despedido por Kennedy debido al fracaso de Playa Girón, J. Edgar Hoover, jefe del FBI y enemigo del clan Kennedy, y otros— para “pasarle la cuenta” a Kennedy, lo que se lograría trece meses después en Dallas. En aquella conspiración magnicida George Herbert Walker Bush, super-agente de la CIA, fue el contacto entre Dulles y Howard Hunt –Eduardo--. Hunt fue quien vino a Miami para reclutar a los dos asesinos de Kennedy. Uno de ellos murió en 1965. El otro vive aún y hace un año y medio lo vi tomando café en el Versailles.

Curtis LeMay pasó a retiro en 1965, pero aun así, siguió asesinando a civiles inocentes, pues fue uno de los que más influyó en Johnson y Nixon para que atacaran, con bombas incendiarias también, las ciudades y pueblos de Vietnam del Norte, ataques que matarían a más de un millón de niños, mujeres y hombres de la tercera edad.

Si hubiese vivido Satanás, no habría sido tan satánico ☼



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Carlos Rivero Collado


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