Pensar desde la izquierda

Pensar es comenzar a cambiar la realidad, y pensar desde un espacio en blanco, ciertamente, no es tarea fácil. Lo que indica que generalmente se deba partir de un lugar cimentado en la historia. Ahora bien, pensar desde la izquierda significa, entre otras cosas, que la izquierda debe reconocerse así misma como el conjunto de procesos del devenir minoritario, y que pensar desde la izquierda es estar al corriente de que la mayoría es nadie y la minoría es todo el mundo.

En el pensamiento de Gilles Deleuze, se explica que las minorías son todo lo que difiere de la mayoría como patrón abstracto. Deleuze, también sostiene que lo que define a la mayoría no es un número sino un patrón abstracto con el que hay que conformarse. De allí que la esencia de la izquierda es ser una minoría, pero también la de ser una minoría irreverente frente al poder, por lo que su praxis debe estar acompañada de una alta moral. Y la moral se constituye a partir de condiciones históricas  

El tiempo presente venezolano obliga a la izquierda a elaborar con seriedad un discurso que germine del rigor de los análisis y de la firme apoyatura en teorías que le permitan esclarecer las incoherencias, las rarezas y la falta de propósitos que suele gestar aquello que, finalmente termina conformando discursos verdaderos. El saber tiene que ver con la verdad; el poder con la coacción; el saber es el orden de lo necesario; el poder es lo contingente. El saber se instaura razonando. El poder se impone dominando.

En esos espacios del saber y del poder, es donde la izquierda venezolana debe atreverse a descubrir su razón de ser en el tiempo histórico presente; asumiendo la promoción de prácticas de resistencia, recuperando la crítica de las relaciones sociales; luchando para que en este país se hable sin dar órdenes, sin representar a nadie, porque esa es la única manera de devolverles la palabra a quienes nunca han tenido voz ni vez.

El sólo hecho de que los privados de libertad de la Cárcel de La Planta de Caracas le hayan hablado al país a través de la televisión, a diferencia de lo que muchos creen, es un indicio del avance democrático que experimenta la Revolución Bolivariana, porque ese sólo hecho, ya indica el inicio de la creación de mejores condiciones para que los prisioneros puedan hablar ellos mismos sobre la prisión, la penalidad, la justicia; independientemente que la toma de conciencia de que todo el mundo tiene derecho a hablar sea una conquista universal del mayo francés del año 68.

Sabido es que los intereses se nombran y se confrontan; de ahí que la polarización derecha-izquierda sea extremadamente útil para el desarrollo y consolidación de la democracia revolucionaria. Los derechos adquiridos acarrean el deseo de más derechos. Pero de eso se trata, de radicalizar la democracia venezolana hasta sus últimas consecuencias. Por cierto que la democracia no es invención de ninguna clase social sino producto de un conflicto civil. La legitimidad del poder, de hecho está ligada a la permanencia del conflicto: sus bases nunca están aseguradas, bien lo afirma Claude Lefort.

Las injusticias acumuladas a lo largo de nuestra vida republicana interpelan a la izquierda con meridiana claridad a dar un paso al frente, a ocupar de nuevo las calles con la alquimia revolucionaria del conocimiento, a que incida en la vida cotidiana de la gente, a que actúe para que la sociedad venezolana experimente procesos mediante los cuales se creen nuevas formas de existencia. Ya no se trata de que la revolución triunfe en el futuro para apropiarse de los aparatos del Estado, en Venezuela ya se  obtuvieron esos espacios de poder por la vía electoral, sino más bien que las personas se conviertan en revolucionarias. Ha dicho Deleuze, que el triunfo o fracaso de una revolución sólo puede pensarse en relación con la historia como conjunto de condiciones para crear algo nuevo.

Así, la izquierda se dinamiza, porque sabe, está obligada a saberlo, que lo que está a punto de morir hoy es lo que en todo caso está profundamente en duda, la cultura capitalista, la cultura de la sociedad capitalista… ¿Y cómo muere la sociedad capitalista? Muere como conjunto de normas y de valores, como forma de socialización y de vida cultural, como tipo histórico social de los individuos, como significado de la relación consigo misma, con aquellos que la componen, con el tiempo y con sus propias obras.

¿Y qué es lo que está naciendo? Lo que esta naciendo, nace difícil, fragmentario y contradictorio, viene naciendo desde hace más de dos siglos, es nada más y nada menos que el proyecto de una nueva sociedad, el proyecto de autonomía social e individual. Proyecto que es creación política en su sentido más profundo, y del cual las tentativas de realización, desviadas o abortadas, han informado ya la historia moderna; aunque desde esas desviaciones quieran que el proyecto de una sociedad autónoma sea irrealizable, lo cual es absolutamente ilógico.

El compromiso político de la izquierda es una voluntad férrea por transformar lo real; es pugnar siempre por una sociedad más justa, más libre y más digna, y a la vez alentar la acción para alcanzarla. Voy más allá: el efectivo compromiso de los intelectuales de izquierda, amén del compromiso con su propia actividad, incluye, certeramente, el servicio a una idea, a una causa, a ciertos principios. Pero cabe advertir que este servicio se convierte en servidumbre cuando se hipoteca la libertad y la responsabilidad ante una instancia exterior, llámese Estado, Partido, Iglesia. Al darse esta servidumbre, el compromiso así asumido no sólo degrada al sujeto que lo asume, sino que acaba por degradar también, la naturaleza propia del valor específico de su obra. El miedo siempre ha sido el mejor instrumento para la servidumbre voluntaria.

Nada justifica que la izquierda, sus intelectuales, pues, abandonen su función crítica y se adhieran con entusiasmo a lo que está allí, simplemente porque está allí. Ninguna retirada general en el conformismo, al contrario ir a trabajar en los caminos de la vida para crear un nuevo tipo de organización revolucionaria, donde los militantes no sean llamados a participar únicamente en tiempos de elecciones, donde no se les serialice y cosifique con un código de registro con el que puedan ratificar o no su compromiso con la patria y la revolución.

Hay motivos para no quedarse en la casa encerrados y pasar el tiempo viendo la televisión, en el entendido de que la realización de otra organización social, y su vida, no serán de ninguna manera simples, que en su materialización se va a encontrar a cada paso con problemas difíciles. Pero la historia, lejos de terminar, apenas comienza. Hay suficientes razones para ver, decir y pensar.  

(*)Abogado y periodista

isotilloi@gmail.com



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Isrrael Sotillo(*)


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