La actitud de cierta clase media urbana con respecto a las obras de la Gran Misión Vivienda Venezuela recuerda el chiste de la máquina de embellecer feos. Ya lo he utilizado en anteriores artículos, pero no se me ocurre un mejor ejemplo y, además, repetir cuentos es una costumbre que se le perdona a la gente cuando se está poniendo vieja.
Resulta que instalan en una esquina un novedoso aparato capaz de convertir a personas con disfuncionalidad estética (una forma bonita de denominar a los feos y las feas, lenguaje políticamente correcto, le dicen) en tipos hermosos y mujeres bellas. Por supuesto que se forma una larga cola de gente contrahecha y grotesca que, legítimamente, quiere estar de rechupete. Pues bien, cada vez que sale de la máquina un nuevo galán de cine o una top model dinamita, mira con aire de asco a quienes hasta unos minutos antes habían sido sus compañeros y compañeras de cola (y de ilusiones y de horrorosidad) y exclama: "¡Oh, pero, Dios mío, ¿cuánta gente fea junta? No deberían permitirle andar por las calles de nuestra linda ciudad, son un atentado contra la estética!".
Así, ni más ni menos, es cierta parte de nuestra clase media. Alguna vez fueron feos y cachicornetos, no necesariamente en sentido literal, sino en lo que se refiere a la vivienda. Unos vivían en un barrio, arrimados con la mamá; otros le pagaban alquileres a algún casero chupasangre; otros apenas podían pagarse una habitación en una pensión. En ese tiempo, por cierto, la mayoría de esos seres eran fraternales vecinos y buenas personas (típico de los feos). Aspiraban, como cualquiera, a conseguir la oportunidad de comprar un apartamento para vivir en un lugar agradable, con todos los servicios.
Hasta ahí, todo bien, pero resulta que luego de conseguir la oportunidad y la vivienda en algún sitio de clase media, muchos de estos ex feos habitacionales miran con horror y grima a los que vienen detrás, con los mismos sueños en ristre. "¡Qué chusma nos van a poner de vecinos!", exclaman. Peor aún, algunos luchan, rezan (y votarán) para que ya no se le de oportunidades a más nadie, que no se le permita la entrada a ningún desangelado que venga a importunar sus bellas vidas. "Es que esta ciudad está colapsada", racionalizan.
Es un problema profundo, psicológico, sociológico, cultural y, naturalmente, mediático. Esa conducta es creada y reforzada por unos medios que se especializan en enloquecer a la clase media con temores de saqueos y expropiaciones, incluso de bienes que tal vez nunca podrán comprar. Basta revisar lo que dicen los diarios, las emisoras radiales y las televisoras sobre las obras de la Gran Misión Vivienda Venezuela para entender que esos medios son máquinas, lamentablemente no de embellecer feos, sino todo lo contrario: terribles aparatos que transforman a gente solidaria en redomados egoístas.