Que los grandes líderes son los que se forjan en la adversidad puede parecer una frase de un seminario de coaching empresarial, de esos que están de moda o “se han vuelto tendencia”, como se dice en estos tiempos. Pero en política tradicional pura y dura, esta sigue siendo una gran verdad. El recién reelecto presidente Nicolás Maduro es un ejemplo vivo de ello, porque si en algún horno ha tenido que cocerse durante cinco años ha sido en el de la adversidad.
Es difícil encontrar un período que se parezca al primero de Maduro en esta característica de no haber tenido tregua alguna. Desde la descarga rabiosa convocada por el derrotado Henrique Capriles en abril de 2013, hasta la tentativa de la destartalada (pero bien apoyada) oposición de boicotear las elecciones de este mayo, pasando por la dramática caída del ingreso petrolero y por el incesante ataque contra la economía, han sido años de intentos (desde los más políticos hasta los más criminales) por derrocar al hombre que llegó al poder por delegación del gran líder Hugo Chávez. Ese incesante acecho ha servido (y no es una frase de coach) para que del rol secundario de un “presidente designado” pase a ser un líder con luz propia. Duélale a quien le duela, hay que decir.
“Destacaría su capacidad para navegar en la tormenta. Es una demostración de la mejor escuela del Comandante”, lo resumió en una frase el exministro Farruco Sesto.
El subestimado
Este caso de crecimiento en medio de grandes contratiempos debería ser objeto de estudio en el campo de las ciencias políticas, pero sabemos que va a ser difícil que a Maduro se le reconozca este mérito porque la adversidad a la que se enfrenta cotidianamente tiene como uno de sus principales componentes la subestimación, el menosprecio y hasta el desprecio de los rivales. Entre ellos no solo se encuentran los líderes de las organizaciones políticas de la derecha, sino también el gigantesco e influyente aparato comunicacional, cultural y académico del capitalismo hegemónico.
Justamente es entre la intelligentsia donde más escozor causa el éxito de Maduro como líder. Los ilustrados politólogos no entienden cómo este conductor de autobús y sindicalista logró frenar un golpe suave (bueno, así lo llaman, aunque de suave no tenía nada) convocando a una Asamblea Nacional Constituyente, una jugada de alta factura política en la que el elemento sorpresa tuvo un peso fundamental.
Los pulidos economistas pierden el sueño tratando de comprender cómo es que ha sobrevivido a una hiperinflación inducida (“¡imposible, imposible!”, braman); y cómo es que, siendo tan inculto está montando a Venezuela en el muy visionario escenario de las criptomonedas.
Los políglotas internacionalistas no se explican cómo un obrero resultó ser solvente canciller por seis años y ahora llegó a ser presidente del Grupo de los Países No Alineados y es capaz de plantarle cara a Estados Unidos, a Europa y a sus gobiernos lacayos de Latinoamérica, incluso sin la famosa “petrochequera” a la que otrora se atribuían todos los éxitos del chavismo en materia de política internacional.
Es extraño, pero no es extraño: el presidente más acusado de ignorante y bruto (que son dos cosas distintas), les ha ganado todas las batallas a las autoproclamadas lumbreras opositoras. ¿Cómo se explica eso? O Nicolás Maduro no es tan burro como lo pintan o en el otro lado rebuznan y dicen que están disertando. En ese terreno, Maduro ha seguido estrictamente los pasos de su mentor, el comandante Chávez, para quien las élites siempre tuvieron también (y siguen teniendo) una frase de desprecio a flor de labios o en la punta de los pulgares con los que escriben en sus redes sociales.
Mientras la derecha lo atacaba sin misericordia con aquel latiguillo de “Maduro no es Chávez”, en el seno del propio movimiento revolucionario surgieron también adversarios, gente que desconfió de sus capacidades o de su integridad. Unos cuantos se marcharon de su lado con el argumento de que menoscabaría el legado de Chávez. Otros se guardaron sus dudas e hicieron de tripas corazón.
“Todos los ojos del mundo estaban puestos en Miraflores, todos evaluándolo, midiéndolo, unos para reconocerlo y otros para destrozarlo. Confieso que en sus primeros discursos busqué a Chávez y no encontré su estilo y soltura, no me quedaba hipnotizada, porque yo pretendía, inclemente e injusta, que Nicolás me hiciera brincar de alegría, que me hiciera llorar de ternura, como lo hizo siempre Chávez. Pero aquel hombre grandote en aquella tarima inmensa parecía estar tratando de encontrar su sitio, un lugar tan complicado que nadie querría tener que ocupar. Después de Chávez, nadie”, recordó aquellos primeros tiempos Carola Chávez, en un artículo titulado con una sola palabra: “Nicolás”. Como ella, mucha gente quiso asignarle a Maduro la tarea de ser como el comandante. Y, como ella, muchos comprendieron que él es él y así debe ser.
Maduro mismo tuvo que decirlo muchas veces, en especial durante los primeros tiempos de su mandato: “No soy Chávez, soy su hijo, soy el primer presidente chavista de la historia”. Y comprendió que le tocaba un reto insólito para alguien que había entrado ya a la cincuentena y que, además, lleva su apellido: le tocaba madurar.
El tiempo fue pasando entre desafíos cada vez más exigentes y estrategias opositoras cada vez peores. Superó el intento de referendo, superó la derrota de las elecciones parlamentarias, superó los intentos de derrocarlo al estilo brasileño, al estilo paraguayo, al estilo hondureño y al estilo ucraniano. Después de cuatro meses de muertes y violencia pagada en dólares, ha ganado cuatro elecciones, incluyendo esta última que es inequívocamente suya. La adversidad lo forjó como un líder con mérito propio.
Siempre sacando cuentas
Luego de decir que Nicolás Maduro es el político más inepto que se haya conocido, la derecha se ve obligada a buscar una excusa para sus derrotas ante él porque… ¿cómo quedan parados quienes son derrotados por un sujeto supuestamente tan torpe?
Su argumento comodín es el fraude electoral, pero como ya suena a cantaleta vacía, a veces lo aliñan con otra cosa. Una vez dijeron que habían perdido porque Maduro compró a la gente con “el Dakazo”. Este año dicen que la compró con el carnet de la patria. Está claro que su desprecio al Presidente va indisolublemente asociado con un desprecio al pueblo.
No han querido ver que Maduro ha tratado siempre de responder a cada treta de la guerra económica con una medida compensatoria, algo que alivie el sufrimiento de la gente, ingeniándoselas cada día, a toda hora, para estirar los reales como hace una madre o un padre de familia. Así, obvian lo obvio: que el pueblo pobre reconoce esos esfuerzos.
Es lo que ha hecho y lo que va a seguir haciendo ahora que fue reelecto. En diciembre pasado, la historiadora y tarotista Katty Solórzano, en una entrevista-consulta (fue ambas cosas), pronosticó que las grandes preocupaciones de 2018 para el mandatario habrían de ser económicas. “Este señor va a estar sacando cuentas desde que se levante hasta que se acueste”, resumió la lectora de cartas. Se lo había dicho un as de oro.