El debate postelectoral en el que se confrontan distintas interpretaciones de los resultados de la contienda es muy útil para los actores políticos, porque de los procesos electorales tienen mucho que aprender para corregir errores y replantear la lucha política. También influye para instalar en el imaginario colectivo la percepción dominante de la significación de lo acontecido y para generar expectativas sobre el provenir. En el caso de las presidenciales recientes, el debate tiene mayor importancia por su trascendencia histórica, porque en ellas estuvo en juego la posibilidad de rescatar la Constitución, para remontar la cuesta hacia la superación de una de las peores crisis de nuestra historia.
Este fue un proceso electoral muy particular porque participaron como actores en la primera línea de la competencia electoral, gobiernos de otros países comandados por EEUU promoviendo la abstención apoyándose en la cúpula de la moribunda MUD, para forzar desde afuera una salida a la crisis extremando el bloqueo económico y amenazando con una intervenión militar “humanitaria”. En respuesta a esa política suicida y antinacional, algunos sectores disidentes de la MUD y del chavismo crítico levantaron la bandera de la participación, reafirmando que la salida debe ser pacífica, electoral, constitucional y soberana, porque además, más del 75% de los venezolanos rechazan a Maduro y es evidente que una participación electoral masiva hubiese arropado el ventajismo oficialista, incluyendo la oprobiosa operación de extorsión, eufemísticamente llamada “dando y dando”, montada por el gobierno a través del “carnet de la patria”.
Considerando que el objetivo era provocar un cambio político por la vía electoral, por donde quiera que se miren los resultados, muestran que la hipótesis de participar era la correcta. Sobre un universo de 20.526.900 electores, si asumimos la abstención histórica del 30% y 3 millones de emigrantes, Falcón habría ganado por más de un millón de votos por ser el candidato con mayor potencial. Ese habría sido el resultado a pesar de las irregularidades e ilícitos que rodearon el proceso. Perdida esa oportunidad, ahora estamos frente a un escenario incierto minado de amenazas para la paz y la integridad de la Nación. El nuevo desafío es la derogación de la Constitución bolivariana que prepara la írrita ANC.