Historias reales

El otro 24 de julio

En la República Bolivariana de Venezuela, nada es como antes y esta es una verdad del tamaño del infinito. Poco a poco la mentalidad del pueblo se ha transformado y se enrumba hacia caminos de mayor unidad en colectivo y acciones de solidaridad, que definitivamente marcan mayor distancia de ese velo de individualismo, que nos estaba aniquilando.

Las cosas han cambiado tanto, que hasta las fechas de significación histórica generan un sentimiento de mayor comprensión, interpretación, devoción y suma de respeto.

Para nadie es mentira que esta nueva manera de actuar y pensar, tiene mucho que ver con el aprendizaje que nos está dando la revolución bolivariana ahora socialista. Esta Venezuela tan grande y tan bonita, con tanto potencial, que por momentos muchos pensamos que se extraviaría en el abismo, está dando una gran lección no sólo a los habitantes del país como tal, sino también extra frontera.

Del día a día, hay muchas historias por contar, muchas situaciones por enfrentar y muchos ejemplos por desarrollar. En esta oportunidad, sólo voy a hablar de una en especial, porque aunque sencilla, demuestra la magnitud de la transformación que vivimos y que va desde el cambio de mentalidad hasta las fibras mismas de la sensibilidad.

El 24 de Julio de 2005, fecha efeméride del natalicio de Simón Bolívar a quien reconocemos como Padre de la Patria, lanza y verbo desarrollada en vida sobre el inequívoco ideal de libertad, por esos giros del calendario cayó día domingo. En Venezuela, desde hace seis años, el domingo es distinto. Desde que el Presidente Hugo Chávez estrenó su programa “Aló Presidente” en 1999, muchísima gente transcurre la jornada frente el televisor o ante la radio. Desayunamos viendo Aló, almorzamos viendo Aló y casi por poco cenamos, porque a veces se extiende hasta por 7 horas de transmisión. ¡En fin! Es la costumbre dominical. Una vez no salió el programa, nadie avisó por qué y se armó tal enredo, que a las tres de la tarde centenares de personas se agolparon a las puertas del Palacio de Miraflores, angustiadas porque pensaban que a “su Chávez” lo habían secuestrado de nuevo; ¡Claro! Ya tenían una amarga experiencia del terrible 2002 y se les activó el “síndrome de abril”.

Este domingo 24 de Julio, desde que amaneció presagiaba ser diferente y lo fue. La ceremonia en el Panteón Nacional tuvo una connotación distinta, el riguroso protocolo acostumbrado se transformó por completo y a la par de las ofrendas colocadas por los funcionarios más altos, niños, misiones e indígenas, también se hicieron presentes. Fue bonito verlos con su ingenuidad en el rostro y el maravilloso brillo de los ojos que da el orgullo de sentirse presentes en el recinto de la historia. No se mucho de casos extrasensoriales, pero si Bolívar estaba allí, de seguro se sintió feliz de verlos a todos.

Mirar a Chávez en un acto semejante, es una experiencia muy interesante. Todo el país y el mundo saben que el Presidente, sin parafernalias ni poses, adora con esa pasión que trasciende dimensiones al Libertador Simón Bolívar.

En ceremonias como las del 24, el rostro de Hugo Chávez cambia de una manera impresionante y logra tal grado de concentración, que por momentos pareciera que se despegara del lugar y cabalgara la historia para llegar hasta el hombre. Portando su collar y banda de mando, el presidente disfrutó esta celebración.

La salida del Panteón Nacional con Chávez es definitivamente otra percepción de las cosas. No se qué funciona dentro del colectivo, que cuando lo ven hay dos reacciones inmediatas: Carreras y gritos, es un desespero de la gente por verlo, tocarlo, hablarle y obviamente, pedirle cosas.

Hace tres años, Maikel tenía cuatro años. Estaba aquel 24 de Julio a las fueras del Panteón y cuando el Presidente salió, ¡niño al fin! corrió hacia él para enseñarle sus carritos. Aquel día el presidente con su banda y su collar, se puso a jugar con el pequeño, un fotógrafo del palacio le tomó una foto que luego se hizo afiche. Este 24, Chávez salía del Panteón y un niño de 7 años corrió hacia él, no llevaba carritos, sólo le brincó y lo abrazó. Maikel regresaba tres años después hecho grande con su afiche en la mano. Dicen que el presidente cuando lo vio y lo reconoció, casi lloró, pero fue más sentimental cuando el muchachito le dijo como al amigo de siempre: “Soy yo, que te quiero mucho”. En el cerrado abrazo de los dos, Maikel le contó en segundos de sus estudios, sus sueños y realidades. Chávez giró unas instrucciones a sus colaboradores y el ¡Dios te bendiga! selló el segundo encuentro.

Marchaba la caravana presidencial en lo que parecía rumbo al palacio, cuando de golpe desvió el camino. Atravesando calles diversas, se detuvo en una zona denominada, De Luneta a Mercedes en la Parroquia Altagracia de Caracas, frente a un edificio de nombre Catuche o más preciso aun, frente a la bodeguita que está allí. Temprano, cuando la caravana se trasladaba del Palacio al Panteón, casualmente desviaron por allí, quizás por estrategia, y quienes estaban frente al pequeño comercio a gritos saludaron al presidente y le invitaron a bajarse, así siguió su rumbo la fila de carros y aparentemente no pasó más nada. Ahora Chávez se bajaba de su carro negro, portaba la banda y el collar presidencial. Sin mediar palabra entró al lugar, posó sus manos frente al mostrador y sonriente dijo: ¡Buenos días!

Las letras no tienen imágenes y es una lástima, porque ellas podrían mostrar el rostro de cada uno de los presentes de la humilde bodeguita. Ver a Chávez así de repente, imponente, presidente, prácticamente los paralizó por segundos, de inmediato de las entrañas de cada uno se destapó un grito casi incontrolable: ¡Dios mío es Chávez! Lo que vino después es prácticamente lo mismo, abrazos, lágrimas y un coro desordenado de narraciones de veinte historias a la vez que de pronto son difíciles de entender. Si se puede hablar que su presencia iluminó más que la luz de un bombillo, así fue.

¡Qué cosas las de este presidente! Vestido de gala por Simón Bolívar, recorriendo barriadas en los brazos del pueblo. ¡Eso es lo que marca la diferencia! por espacio de 70 minutos, el Presidente acompañado de su ministro de Interior y Justicia, Jesse Chacón y sus colaboradores, compartió lo que en el pasado nadie desde su cargo hizo con la gente.

Con dedicación habló con cada uno, escuchó sus historias, Rafael Linares le pidió un crédito, su hija Miriam y la vecina Grecia le plantearon sus casos de la falta de recursos para ir a la universidad, un usuario del local, le contó su drama del desempleo, Chávez se comió una torta que denominan panqué y se bebió tres café.

El Ministro Jesse brindó la ronda mientras el Presidente con un chipilín, en los brazos recorrió el lugar. Aquello no era otra cosa que una bodega Mercal, esas que impulsó el propio Chávez, para ayudar a los que menos tienen y que beneficien a una colectividad.

Escuchando las luchas y logros de la comunidad del edificio, supo que allí operaba una Casa de la Alimentación que luego fue retirada, que los vecinos construyeron un consultorio para los dos médicos cubanos que ayudan a la comunidad; uno de ellos, Libardo González, emocionado, dejó de lavar su ropa y fue a su encuentro para saludarlo, le contó que llegó de Santiago y que su misión por la salud de los pueblos hermanos no es un sacrificio sino una colaboración solidaria para todos.

En Catuche, un edificio que permaneció veinte años abandonado, viven unas cien personas, que un día hace siete años, llegaron allí sin dinero, sin viviendas, sin muebles y muy preocupados. Todos se quedaron y en conjunto fueron arreglando el lugar.

Hoy, completamente organizados, unos a otros se ayudan, desarrollan las misiones que el colectivo requiere, así tienen Mercal, Robinson, Barrio Adentro; en pocas palabras, el concentrado de la revolución que emerge para que el grupo tenga, bolivarianamente hablando, “la mayor suma de felicidad posible”. Chávez les prometió apoyo y solución a sus casos y así ocurrirá porque este hombre cumple lo que dice, por eso el pobre lo busca tanto, por eso los barrios lo apoyan tanto. Su paso por cada lugar de la geografía nacional deja estela y de allí se levantan obras y misiones.

Hugo Chávez es diferente a todo lo que alguien imagine en presidente, es atípico, especial, claro y puntual, le gusta cantar y recitar, sabe hablar y a todos nos ha enseñado a luchar.

Cuando se marchaba de Catuche, ya había corrido la voz de su presencia en el sitio y la calle era una multitud, salir no fue muy sencillo porque el pueblo se lanzó como avalancha. En esas carreras por llegar a los carros de la caravana, se escuchan voces y reflexiones, así escuche al hombre maduro de franela verde con rayas blancas decir:

* ¡Míralo! vino como lo vimos ahorita desde el panteón por televisión, con su banda de presidente, a saludarnos a nosotros que somos los más pobres. ¡Viva Chávez carajo! ¡Bolívar bendice a tu hijo que te sigue los pasos! Hoy es otro 24 de julio.


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Teresa Maniglia

Periodista. Directora General de Prensa Presidencial.

 @tmaniglia

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