Resulta difícil digerir que un hombre como Héctor Silva Michelena se encuentre en estos momentos en la acera de enfrente a la de los sectores más desposeídos de nuestro país, porque este profesor, entre otras cosas, nos enseñó en la Escuela de Economía de la UCV – en los años setenta-, a analizar nuestras sociedades latinoamericanas desde la perspectiva de la lucha de clases como motor de los procesos sociales. Su pensamiento-por donde uno lo mirara- era definitivamente revolucionario o cuando menos progresista. Todavía recordamos su trabajo América Latina, Economía Política de la Democracia (publicado en el ochenta y cuatro), donde asumió- entre otras cosas- una posición claramente anti-imperialista; definió a las “masas populares” como el nuevo sujeto histórico; planteó la urgente necesidad de buscar alternativas a la propiedad privada sobre los medios de producción, que permitieran que el ejercicio de esas nuevas formas de propiedad profundizara el proceso de democratización de la sociedad. Inclusive, asomó la cogestión, la autogestión, el cooperativismo, la propiedad comunal o municipal y hasta la propiedad estatal con participación del sujeto histórico en la toma de las decisiones, como formas posibles de propiedad a ser desarrolladas en la nueva sociedad que necesariamente debíamos construir; además, confesó que continuaba en pos de la utopía socialista y que a pesar de que no buscaba el paraíso, estaba dispuesto a creer en ese paraíso cuando las fuerzas populares se decidieran a mostrar que el cielo está en la tierra.
Hoy el profesor Héctor Silva Michelena ha perdido la brújula. No entendemos cómo no se ha percatado que su propuesta de sociedad está plasmado en la revolución bolivariana. Pareciera que se ha puesto una venda en los ojos que, por ejemplo, no le deja ver lo que está pasando- muy embrionariamente todavía- con los mecanismos de participación de los trabajadores en las decisiones de las empresas de la CVG; para él, pareciera que la cogestión implementada en las empresas Invepal y la Fábrica de Válvulas, entre otras, no existe; como no existen las miles de cooperativas que se han creado y apoyado desde el gobierno central, y que hoy participan – con desarrollos, por supuesto, no lineales- en ruedas de negocios donde millardos de bolívares son asignados en contratos de obras a estas nuevas formas de propiedad; tampoco existen los miles de productores agrícolas- gente humilde en esencia-, organizados en distintas formas de propiedad para luchar, en condiciones muy difíciles, contra el latifundio, y que paralelamente gestionan y exigen sus créditos en los diversos organismos financieros del estado, no en calidad de mendigos, sino de actores de este proceso, donde un crédito suficiente y oportuno no es un regalo, sino un derecho constitucional. Y que conste, esos mismos actores - en el simple ejercicio de la contraloría social- se han llevado por delante a más de un burócrata que torpedea el ejercicio de los derechos constitucionales de los sectores más débiles.
Mientras Silva Michelena ignora el descomunal movimiento participativo de los sectores más pobres, plasmado en las mesas técnicas de agua, comités de tierra, consejos locales de planificación, comités de salud y vivienda, radios y televisoras comunitarias, y pare usted de contar; mientras se ignora todo esto, nuestro querido profesor ya no cree en sus vivencias de un pasado más o menos reciente; no cree en esta revolución ni en las fuerzas incuestionablemente populares que la apoyan; presumimos que tampoco cree en el peligro imperialista, ni en el avasallamiento que el capital hace del factor trabajo. En contrario, lo vemos tiroteando sueños y utopías que no eran de su absoluta propiedad, sino compartidas con una generación que él mismo ayudó a formar. Por suerte, ahí está el nuevo sujeto histórico construyendo la sociedad más democrática y participativa que nuestro continente haya podido pensar. En contracorriente, percibimos a nuestro profesor cayendo- para utilizar un pensamiento de él mismo- por la pendiente de la liquidación, que no es otra cosa que aquellas personas que tienen vivencias experimentadas con una intensidad que no les pertenece, y que algún tiempo después niegan lo vivido, enterrando con ello sus sueños y sus utopías.
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