Difícil no referirse al caso Dossier. El impasse que, ha ameritado dos comentarios aclaratorios públicos y contundentes del presidente Chávez, pareciera seguir rondando en la mente de muchos llegando incluso a “asustar” (textual) a algunos sobre el desenlace del “proceso revolucionario”.
Se habla de censura pero lo que se le exige al periodista es rectificar, darle rectitud a sus palabras. Y la palabra recta en materia periodística es aquella que va acompañada de la verdad objetiva, de la prueba irrefutable. Bueno que, en vez de lanzar esa brumosa acusación de funcionarios que se “ponen una boina roja para robar”, Walter hubiese presentado ante la numerosa teleaudiencia las pruebas de tal acusación, rematando con un: “Sr. Presidente, acá están las pruebas y los nombres de los funcionarios implicados tales y cuales, esto que acabo de hacer constituye noticia criminis pero igual, por si a las moscas, mañana llevo este mierdero de papeles a la Fiscalía y a la Contraloría General e introduzco la denuncia. Disponga usted de las cámaras, señor director”.
Así que la directora del canal, el viceministro, el ministro, el presidente y quien suscribe coincidimos en que no puede suceder en el canal del gobierno lo mismo que en las televisoras privadas: periodistas que denigran y echan leña de la manera más irresponsable pero de allí no pasan. Me viene a la mente la desaforada Patricia Poleo y sus calumnias contra Jesse Chacón acusándolo de haber comprado un cuadro de Reverón; recordamos al ministro Aristóbulo y el yate de ocho camarotes donde lo han puesto a navegar los “escuálidos” (sabemos, de buena fuente, que el negrito de vaina se ha montado en un peñero)...
Eso de la corrupción en el gobierno y de los que “se ponen la boina roja” para robar o aprovechar las circunstancias lo sabemos todos. Lo decimos todos: desde el presidente Chávez hasta un huevónote como Carlos Murillo. Pero una cosa es saberlo y decirlo y otra diferente probarlo en los tribunales y a través de la Fiscalía, dos instancias estatales que, hasta ahora, han sido una tranca para el buen desenvolvimiento de la Justicia en la V República. El asunto se complica más porque en todas revoluciones que han sido tales la justicia es de facto: primero el juicio sumarísimo y luego, cuando las aguas se calman, se hacen las Leyes. Y esta es una revolución bonita pues, no de facto. “Paciencia”, nos dice nuestra esposa Angelines, mientras escribimos y refunfuñamos unas mentadas.
Así que lo que debió hacer Walter Martínez, luego de la calentura evidente porque no lo invitaron a cubrir el evento de la ONU, fue iniciar la lucha anticorrupción con una noticia sustentada; no lanzarse, por soberbio, una descarga que cabalga en el sentido común, la voz popular y el mal ejemplo de algunos funcionarios, sino mostrar documentos, cifras y nombres. Eso es periodismo responsable. El respeto por la audiencia así lo exige. No es que no haya corrupción en el gobierno sino que si alguien afirma (así sea Walter Martinez o San Pedro que desciende en medio de la panoplia celestial) desde el Canal Oficial, manque sea, que la burra es blanca, es porque tiene los pelos en la mano y los planta frente al lente mientras el camarógrafo comienza a parir intentando un close-up no anunciado.
Si no es consecuente con su comentario, por más buen periodista, por más analista internacional acucioso y por más que le pedíamos a nuestra consorte que nos grabara el programa mientras trabajábamos para verlo al día siguiente, ante nosotros pierde credibilidad y se coloca en el mismo nivel que otros periodistas de los canales de oposición. No lo veremos más. Nos conformaremos por ahora con Aporrea, ALAI y TELESUR (a esta última dedicaremos un especial artículo. Adelantamos algo: el caso es grave, gravísimo).
Una cosa es murmurar en el botiquín o arrecharse en familia por las pifias de la chama Blanca Ekhout y otra someterla, por un comentario no sustentado, a sospechas ignominiosas frente a millones de televidentes, a cuenta de periodista estrella.
En el párrafo anterior vienen a la memoria un arsenal de chistes y comentarios graciosos sobre la pretendida egolatría sureña, pero... aguantamos los dedos. Sobre todo porque la primera y única vez que nuestra esposa, la gallega Angelines, nos provocó un despechó fue cuando le contamos el famoso chiste racista del lorito y el gallego que cruzan la plaza Candelaria. Tras los chistes sobre gentilicios hay un racismo solapado. Entendimos eso después que Angelines nos los explicó muy didácticamente antes de la reconciliación feliz y definitiva. “O dejas esos chistes de mierda sobre los gallegos o nanai nanai conmigo”, más o menos, pero en gallego, eso fue lo que dijo y agarramos línea de inmediato. Lo comprendimos aún más después de comprobar que algo peor que un sureño ególatra es un venezolano queriendo parecerse a un sureño ególatra, conocemos a un par de músicos nativos famosos por esa condición. La revolución venezolana llegó por el centro del arco barriendo hasta con el folklore humorístico popular: tenemos un ministro de educación afrodescendiente y otro, de la cultura, nacido en la gloriosa tierra de Galicia. O sea pues: en la tierra natal de Bolívar ni los negros son vendedores de chicha, ni los gallegos protagonistas de chistes con lorito. Contimás, los sureños están obligados a no ser ególatras y pal carajo los chistecitos.
A Blanca, muchos le solicitamos que presente las cuentas del canal a la contraloría social. Para matar la culebra por la cabeza y acabar con el impasse Walter Martínez, le pedimos que publique las cláusulas y duración del contrato que el mencionado suscribió con el Canal del Estado (es decir de todos los venezolanos). Que nos diga a todos y, en especial, a los que fueron a protestar al canal, cuanto costó y cuesta sacar al aire el programa Dossier y las condiciones que exige el periodista para trabajar. Quisiéramos saber en numeritos redondos: ¿Cuánto paga PDVSA, por ejemplo, por la pauta publicitaria en el espacio? ¿qué porcentaje le queda al canal? ¿cuánto al periodista?. Si los hay ¿qué otros periodistas cobran por pautas?. Si no los hay ¿porqué otros no y Walter si?. “Dios habla por las matematicas”, dijo Pitágoras y nosotros queremos escuchar la voz divina.
¿Serán esas respuestas que buscamos a las que se refería nuestro Presidente cuando dijo en llamada telefónica al programa La Hojilla "Yo se cosas que ni siquiera ustedes saben, ¡si yo hablara!"?. ¿Serán? ¿no serán?. Que alguien lo diga con los pelos blancos en la mano.
Lo demás es paja loca y fisuras por donde se cuela el enemigo.
carlosmurillo12@yahoo.com
Las cuitas de un músico en la V Republica en
http://carlosmurillo.blogspot.com