Transcurrieron unas semanas de los sucesos que se presentaron en Ceuta y Melilla, una especie de fortificaciones españolas en territorio de Marruecos. El mundo pudo enterarse como se rechazaba en forma más que violenta, a los africanos que pretendían burlar las cercas fortificadas que los separaban de esa especie de avanzada europea en el norte de Africa.
En el mundo actual, de libre circulación de recursos financieros y mercancías, las fortificaciones fronterizas prohíben la libre circulación de las personas. Como en los confines de la historia de Europa, los imperios defienden sus territorios y se oponen por cualquier medio, a sangre y fuego, a compartir con los desposeídos de los pueblos, antiguamente sometidos, la realidad de su prosperidad material.
En los días de los sucesos de Ceuta y Melilla, los hechos se presentaron de afuera hacia adentro. Ahora la realidad es otra, pues la crisis se expresa en la profundidad de los territorios franceses. Los que protestan son los que lograron cruzar el Mediterráneo a tiempo en los tiempos de la post-guerra, los que fueron los forjadores de las generaciones que ahora protestan. Los arrinconados en la periferia parisina y en las principales ciudades de Francia, que ahora protestan por la miseria en que viven, son los hijos y hasta nietos de los primeros emigrantes de los reductos coloniales. La expansión europea, la economía de la producción en masa y los altos ritmos de empleo atrajo en su tiempo a los que abrieron el camino y este nuevo mundo de la globalización, de la libre circulación de capitales y mercancías, los lanza por el camino de la desocupación y miseria.
Los hijos y nietos de la colonia, de las otrora posesiones francesas de ultramar, discriminados durante décadas en el sistema educativo y de salud y más aún en las condiciones de empleo, señalados y perseguidos por los sectores fascistas y de extrema derecha se han lanzado a las calles. Figuras del gobierno francés, encabezados por un ministro del interior, émulo de Le Pen, intensificaron los procedimientos policiales y de persecución en los suburbios de las grandes ciudades.
La política de tierra arrasada que aplicaron los ejércitos de ocupación en los tiempos coloniales llegó a Europa. Las cadenas de abusos y discriminación del presente se rompieron y los hijos y nietos de la colonia queman y rompen lo que encuentran a su paso, estremeciendo los cimientos del poder político del presente. El desempleo, la discriminación y la ausencia de derechos elementales que les garantice una vida digna fueron el germen de la presente situación de rebeldía de amplios sectores de población emigrante. Causas encadenadas subyacen en el fondo de la protesta social. Desde los tiempos del viejo imperio colonial francés hasta las manifestaciones de racismo y discriminación de la época moderna, está la presencia de un orden económico y social que transforma a los residentes de la periferia de las grandes ciudades francesas, en simple mercancía, en medios de intercambio, que son necesarios cuando la demanda de mano obra barata sube, o que son desechables cuando baja, o en su defecto cuando los adelantos tecnológicos y la división internacional de los procesos productivos facilita las condiciones de búsqueda de bajos salarios, en otras latitudes del planeta.
La crisis de Francia que ahora se amplía a toda Europa, es la manifestación de crisis capital de un sistema económico y social que se debate en grandes contradicciones entre sus prácticas de estado y los principios que dicen sustentar, que se quedaron rezagados en la historia. La clase política de los países ricos se muestran desconcertadas ante las nuevas manifestaciones de violencia social y sus tácticas y medios de maniobra pierden paulatinamente la eficacia de otros tiempos.
Esa línea fronteriza que separa el hiper-consumo y derroche de unos pocos y las condiciones de miseria de amplias masas de población, que se encuentran incrustados en la Europa de modernidad y el lujo, como que está a punto de estallar en mil pedazos. Todo indica que la historia no ha terminado de escribirse, que las ideologías no han muerto en forma prematura como lo anunciaron algunos y que la lucha de clases, estimulada por la ceguera de minorías cada día más opulentas en todas sus manifestaciones, anda rondando por las calles de Europa, como en los viejos tiempos.