(Artículo escrito, en su casi totalidad, antes del 5 marzo del 2013, cuando el mundo entero presentía la inminente partida física de mi querido Comandante).
Para hablar del Comandante Chávez, mi primer deber es ser poeta; mi segundo, si fuere necesario, morir en el primer intento de abrir la boca. Si en reiteradas ocasiones sostuve y sostengo, ante tercos o sabios, ante fuertes o débiles, ricos o pobres, que por Fidel y por Hugo, yo daría esto que algunos dicen llamarse vida; ahora rectifico: ni Fidel ni Hugo ni El Che fueron, son ni serán jamás blanco de lo que los tercos y los sabios, los fuertes y los débiles se empecinan en llamar muerte.
Ya Bertolt Brecht trató del Hombre Imprescindible que yo sólo he avistado tres veces en este continente que los descendientes de los invasores apodaron “América”, (suplantando así a Abya Yala o, para otros Pueblos Nativos del Norte, La Tierra de la Tortuga). Cierto, a lo largo y ancho del continente también otras esperanzas nacieron (Turcios Lima y Yon Sosa en Guatemala, Camilo Torres en Colombia, Lucio Cabañas en México, etcétera), pero esos hombres imprescindibles fueron prematuramente liquidados por el imperio y sus lacayos.
Pero ¿qué importan los apodos si la caída de Hugo el Imprescindible ni siquiera puede tener nombre? Pero ¿cual caída si el amor infinito del Comandante catapultó no sólo a Venezuela sino al mundo entero hacia el cielo de otro mundo tan posible como es que la lluvia nos moja y que el sol nos seca? El campo electromagnético del amor es impenetrable (¡salvo, claro, en la recíproca fusión amorosa!); y el odio, esa solitaria en el vientre de la barbarie, ni siquiera podría aspirar a ser su más mínimo contrario. Mientras más amamos más risa dan los espasmos de ignorancia de seres que ni siquiera debemos comparar con nada que no sea su propia solitaria, que los corroe desde dentro y eso sí sobrepasa en fealdad al cáncer, sea éste inoculado o no, por los amos de la más solitaria barbarie.
Pero ¡perdón! Acabo de eructar casi mencionando la escoria, y quizás, en este momento, mi aliento sea más o menos tan insoportable como los pérfidos designios del imperio o de todos aquellos que se la pasan apestando fortunas, corroyendo la vida y puliendo el odio.
Pero ¡perdón de nuevo! pues me estoy saliendo del cauce más puro que era mi primer designio, es decir tomar de la mano a la poesía y llevármela al río de la esperanza que sembró para siempre en el valle de la vida el Comandante Chávez.
EN MUY RARAS OCASIONES UN HOMBRE PUEDE DAR A LUZ, Y AHORA NUESTRO MÁS GLORIOSO DEBER ES CUIDAR A ESE INCREÍBLE RECIÉN NACIDO QUE ES LA REVOLUCIÓN BOLIVARIANA.
Por ejemplo Jesucristo, que, sin él (es decir gracias a su fama, su reputación y su marketing), a su madre María el capitalismo nunca le habría otorgado los derechos de autor, nunca enseñó la más mínima nota que tuviese que ver con un himno al acto de poseer, de dominar o de odiar a los humildes. Luego llegó Galileo y, éste, si no burla al papa (por cierto, ¡sin ser argentino de origen italiano!) en el último momento, la Iglesia lo hubiese convertido en un miércoles de ceniza. Giordano Bruno tuvo menos suerte pues no se retractó, y el papa Clemente VIII, el 17 de febrero del año de 1600, se divirtió viendo volar hasta sus últimas cenizas, mientras que dicho papa, tan pérfido cual los actuales propietarios de la ilusión de poseer, sabía que Bruno no estaba mintiendo.
El tiempo pasó, como, por fortuna, también pasan todos los imperios y, mientras en el continente llamado Abya Yala o La Tierra de la Tortuga, los mayas se deleitaban en su nocturno diálogo con los astros y sus citas en sus sueños despiertos con la Cuarta, la Quinta, la Sexta, la Séptima Dimensión y otras más de ellas, los ridículos reyes dizque católicos de España autorizaban al pobre genovés Cristóbal Colón, a que partiese en busca de la sangrienta, perdón, en busca de la Pimienta, que era según ellos lo que en adelante daría el mejor sabor a su desabrido imperio.
Llegaron los Invasores y se llevaron de Abya Yala o La Tierra de la Tortuga hasta lo que ahí no existía. Sólo dejaron rastros de cierto karma que, cinco siglos después (¡Aló Rajoy & Compañía!), habría de recordarles muy caramente sus crímenes, tan baratos pero pérfidos.
Con alevosía y mentira, Pizarro mató a Atahualpa después de recibir, además de las montañas embarazadas de oro y plata que ya había usurpado, sus dos casas repletas de oro y plata y por las cuales, los dos hombres, bueno, un hombre y una miga de escoria, ya habían pactado. Cuando a mi hija Ketzali (de sólo 8 años), yo le conté esta historia, incontenible y amargamente, se echó a llorar, pues su alma inocente pudo repudiar, lúcidamente 500 años más tarde, la abominable perfidia y el oprobio sin nombre.
De la llegada de los rubios aquellos, hijos, nietos, bisnietos, tataranietos y cáscaranietos de Cristóbal Colón hasta el siglo XIX (que es también la forma de cómputo del tiempo de los Invasores), un vasto y ya reharto conocido genocidio tuvo lugar. Infinito fue el número de variaciones de la demencia y la iniquidad; vasta es la historia y ancha la evidencia que, aunque las élites descendientes de aquellas turbas europeas fraguaron toda forma de ocultamiento, ¡TODO SE SUPO EN UN DÍA ¡ Bastaría con darle una ojeadita a la “Brevísima relación de la destrucción de las Indias” de Fray Bartolomé de las Casas, para ponerse a llorar, y para, de una vez por todas, aborrecer toda forma de invasión, de exterminio, de dominación de los sobrevivientes y de la subsecuente explotación por parte de un puñado de seres, cínicos cuando no bárbaros, sobre la inmensa mayoría, aquí y en el mundo entero.
Pero luego, en medio de desparramadas columnas de esperanza y de fuego por todo el continente de Abya Yala, se alzaron cual dos Éverest inmensos de carne y hueso ¡El Che Guevara y Fidel! Y sinceramente, profundamente lo creo, yo no sé que habría sido, no digamos de lo que Ustedes llaman “América Latina” (pues ¡hasta Evo comete la ridiculez de llamarle así cuando trata de los pueblos nativos de este continente!), sino del mundo entero, si estos dos seres no hubiesen hecho acto de presencia ante el llamado urgente de los Pueblos, de las demás especies y del mundo todo.
Entonces, despuesito, alegre e incontenible, nació el COMANDANTE CHÁVEZ!! Y fue quizá por la razón de ser del Comandante que imposible me fue terminar este artículo antes de su partida. La llegada y la gravedad de la extraña enfermedad que terminara llevándoselo físicamente nos dejó mudos, y si las lágrimas aún no terminan de secarse, mi pluma y mi tintero sí lo sufrieron por largos meses.
No sólo el pueblo venezolano, sino los pueblos del mundo entero necesitaban aún por largo tiempo más la presencia guerrera, la ternura hacia los pobres y los humildes de la tierra, el humor único y la seriedad chapeada con el oro de la sonrisa, así como la firmeza invencible del Comandante frente al imperialismo yanqui, la burguesía criolla y los pitiyanquis.
Cierto, ante la inminencia de su partida física, pensé eso: “El Comandante Chávez ya dio a luz: ahora hay que cuidar al niño.
Cierto, pero fue niña, se llama Revolución Bolivariana y hay que cuidarla con las niñas mismas de los ojos y dar por ella hasta la vida si es preciso.
Cierto, para hablar del Comandante Chávez, preciso me es ser poeta o quedarme atrapado con el ruido de la prosa en las puertas mismas de mi mente. Pero la premura del tiempo me obliga no sólo a aligerar el paso sino también eso que algunos se empecinan en llamar estilo, lo que yo, encabronándome mexicanamente (¡arrechándome venezolamente!), simplemente llamo belleza, o sea eso que el poeta Fernando Pessoa dice que no existe, ya que “la belleza es sólo un nombre que damos a las cosas a cambio del placer que las mismas nos procuran”!
Que una infinita tempestad de rosas y claveles caiga sobre toda Venezuela, no sólo este domingo 8 de diciembre, sino que jamás deje de caer.
Que se prendan todas las luces de los sueños del Comandante, y que no se le permita al asesino ni al ladrón sabotear la claridad de sus ideas.
¡Que todos se levanten el domingo y que, de una vez por todas, se barra con la mano izquierda la mugre pestilencial de la derecha!
¡Que no se permita apagones, sobre todo de conciencia!
¡Que nadie se duerma, porque el odio jamás pegará un ojo!
¡Todos a amar, porque, sólo amando, el ser no vende su alma!
¡El mundo entero no sólo está mirando hacia Venezuela, sino que también espera en cada venezolano volver a ver al Comandante, bien vestido de rojo-rojito!
Hasta la victoria siempre este 8 de diciembre!
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