Ha llegado la hora. La respuesta contundente a décadas de ocupación de los espacios intelectuales que nos son propios por las fuerzas de choque de la industria cultural norteamericana. Es el momento en que el ideario de Bolívar reclama la salida de nuestras tropas élite de ideólogos para la conquista de los territorios psicosociales ocupados por el espejismo neoliberal del consumismo a fin de liberarlos y abrirles las puertas al debate de ideas que les es negado por el circo macabro de la farándula mediática y del sueño americano aderezado por los alcaloides que les provee el Plan Colombia y la ocupación de Afganistán.
Es hora de ayudar al pueblo de los Estados Unidos a salir de la miserable esclavitud a la que lo ha sometido su gobierno corporativo. Jóvenes norteamericanos son cebados como cerdos programándolos para alistarse en el ejército de burócratas idiotizados que operan su maquinaria industrial o entrenándolos para asesinar los habitantes del planeta con las armas producidas por los primeros. Generaciones de estadounidenses son moldeados para que sus coeficientes intelectuales no los diferencien del de las hamburguesas que componen su dieta. Millones de habitantes de los barrios pobres son abastecidos de las drogas que los alejan de la oportunidad de superarse social, cultural y políticamente. Oleadas de honestos ciudadanos son encerrados por temporadas en estadios, sometidos a regímenes de gaseosas, perros calientes y palomitas de maíz mientras observan hipnotizados el desplazamiento de objetos esféricos u ovoides propulsados por modernos gladiadores, estimulándoles a adquirir parafernalia alusiva al deporte en cuestión que les sustrae tiempo y atención al subversivo ejercicio de las neuronas. Poblaciones enteras dispendian horas frente a las pantallas de sus televisores con programación vacía de interés cuando no llena de violencia y cargada de antivalores, familias que comparten su extrema soledad absortos en entretenimiento inútil recibiendo mensajes que propician el consumo, exhibición y uso de objetos inútiles para mantener en movimiento una maquinaria industrial cuyos adelantos tecnológicos se usan para estimular la producción de más objetos inútiles y para medir el grado de aceptación de los mismos en un ciclo surrealista. Multitudes son arreadas en busca de espiritualidad a una miríada de templos de diversas religiones que no tienen respuestas para sus inquietudes espirituales pero sí cestas de recolección de limosnas que mantienen en pié la industria de la fe. Cantidades inconmensurables de dinero se gastan en producir cine y videos que llenan de sangre y violencia los ratos de esparcimiento sustraídos al riesgo de pensar. Una industria del entretenimiento que vende emociones enlatadas, ejemplos de escape y rebeldía ficticia en la prisión de las reglas, donde se te dice que eres lo que tienes, todo tiene precio y nadie vale nada. Agricultores que dependen de químicos cada vez más sospechosos para obtener cosechas cada vez menos naturales. Ciudades que anulan al individuo en el abismo del anonimato. Políticos ligados a corporaciones que gobiernan para el capital, que no tiene corazón ni sentimiento sino intereses.
Fue relativamente fácil mantener el status quo mientras el americano común, obediente de las leyes, moralista y trabajador era ignorante de los efectos que su modelo de vida implicaba para el resto del planeta, pero ahora la información empieza a filtrarse por las grietas del muro mediático donde le proyectaban la película con el final feliz. Desde el derribamiento de las torres gemelas a las imágenes de brutalidad en las cárceles iraquíes se atisba ahora por sentirla en carne propia la paranoia que viven otros países por las políticas USA, la realidad del lado oscuro, la miseria abyecta del subdesarrollo obligado por el neoliberalismo, la matanza impune alimentada por la industria de armamentos. ¿No es cuestionable la legitimidad de un gasto militar que podría emplearse en salvar y mejorar vidas antes que en destruirlas? ¿Es justificable enviar costosos equipos con dudosos usos al espacio cuando hay tantos problemas que resolver en la Tierra? ¿Cómo pueden coexistir vidas entre lujos y fortunas obscenas y muertes por inanición y desidia?
El punto es que si no liberamos a nuestros hermanos norteamericanos, ellos no podrán levantarse para cuestionar y detener las atrocidades sociales y ecológicas que su gobierno corporativo emprende usurpando su representación para legitimarlas. Son los norteamericanos quienes deben decidir cómo usar su enorme capital económico y científico, no los títeres que los capitales transnacionales les colocan en la Casa Blanca. Ya es hora que el pueblo de los Estados Unidos sea dueño de sus acciones y no siga recibiendo el odio y el desprecio que les legan las decisiones de los ejecutivos de las grandes corporaciones. Ya basta de tener las manos ensangrentadas sin ser partícipes de los crímenes; seguir tolerando esta situación los convierte en cómplices por negligencia.
Es la única esperanza para el resto del planeta y en todo caso para los mismos EUA. El presente modelo de desarrollo es insostenible: oigan sus propios científicos, pastores y activistas políticos de base. Ha llegado el momento de salir del letargo: no pueden simplemente cambiar de canal, tienen que apagar el televisor y ponerse en acción, tienen que hacerse oír, tienen que buscar otros líderes que no sean maniquíes de utilería producto de agencias de imagen sino hombres y mujeres cercanos a ustedes, con conciencia humanista, doctos y sabios de las vivencias terrenales y populares, no globalizadores sino globalistas, que sientan el valor real de la palabra democracia como algo propio y universal, que entiendan que tienen responsabilidades no sólo con los votantes registrados sino con toda la humanidad y con el futuro de la tierra. Pregúntenle a sus veteranos de guerra si el olor de la carne humana achicharrada por el napalm les hace sentirse orgullosos; averigüen cómo viven los marginados que deambulan por sus urbes, consulten a los inmigrantes ilegales sobre los horrores que les impulsaron a osar la aventura de su diáspora, si se cumplieron sus expectativas, si no viven diariamente la angustia de la deportación aceptando la vileza de ser ciudadanos de segunda; inquieran sobre los motivos reales que han convertido los viajes aéreos en delirios paranoicos precedidos de inquisitivos procedimientos policíacos y las profesiones de fe en actos sospechosos; indaguen en profundidad qué relación tienen las operaciones de las compañías petroleras con la pérdida de privacidad en sus conversaciones telefónicas, qué fundamento filosófico yace en la calidad y cobertura de sus sistemas públicos de salud y educación, cuánto hay de patriotismo y cuánto hay de mercado en la máquina de la muerte más poderosa del planeta y a nombre de quién esparce su terror brutal.
Oigan, en fin, el clamor de las voces que desde el Sur y otras latitudes les recuerdan y proponen que hay alternativas, valores y principios de solidaridad y cooperación para mitigar los problemas del mundo, un mundo que podemos compartir pero que no estamos dispuestos a perder. Usemos todo el poder de la inteligencia para el bien común; actuemos con sabiduría antes que el desequilibrio y la injusticia hagan imposible la paz.