¡Mentira!, exclama furibunda la sociedad civil. Las cacerolas reciben renovado castigo...nada. Un reconocido chavista profana el sacro territorio: carreras tumultuosas para drenar sobre el subhumano el odio y la frustración acumulados tras años de tortura mediática, pero aún así no se altera la verdad, a pesar de las contradicciones de noticieros que con piruetas neo-goebbelianas tratan de mantener viva una rebeldía que increíblemente no es percibida en su bochornosa, apoteósica y aberrante ridiculez.
Los opinadores de oficio descuartizan reputaciones sin miramientos, elaborando sobre las oscuras motivaciones que mutaron a los que antes eran íconos de moral salvadora en seres despreciables e indignos de respeto por el solo hecho de avalar lo que la democracia, los números, los hechos, las comprobaciones y auditorias indican ser la contundente realidad: Chávez se queda.
Momento propicio para los sicólogos sociales, los estudiosos de la comunicación y la propaganda, los investigadores de la nueva era de la guerra, esa que se libra dentro de lo más íntimo del ser humano: su conciencia. Venezuela es conejillo de indias para un perverso experimento de manipulación colectiva que utiliza una poderosa infraestructura comunicacional para inocular selectivamente mensajes y contenidos a una población inerme y adicta con el fin de producir respuestas conductuales específicas: la experiencia acumulada por los mercenarios de las ciencias sociales y la mercadotecnia está ensayando con nosotros sus elaboradas toxinas subliminales al servicio de la fría maquinaria del gran capital.
El síndrome del fraude es uno más de sus éxitos: duele constatar que personas con dos dedos de frente, con estudios, con amplios recursos intelectuales y culturales se dejen arrear en contra de la lógica a subvertir la paz ciudadana, renunciando a la tranquilidad sicológica de la aceptación razonada de la realidad para convertirse en el hazmerreír internacional; duele percibir la atmósfera conspirativa a la que convocan las asambleas vecinales para cocinar la tesis que altere la regla democrática con subterfugios plagados de imbecilidad jurídica; duele oír todavía expresiones de intolerancia, fascismo y segregación que creíamos enterradas en el cofre de la historia.
Sobre todo, duele que un esfuerzo colectivo de paz tan ejemplar no produzca el esperado efecto de enterrar el hacha de guerra, con lo que se prolonga la agonía del parto del proceso revolucionario venezolano, tan necesitado de una oposición seria y responsable, síquicamente equilibrada para compartir la tarea de construir un futuro mejor para todos.