La historia garciamarquiana de Eliézer Otaiza

Si quisiéramos darle a su historia un toque garciamarquiano, podríamos decir que muchos años después, frente a sus asesinos, el mayor Eliézer Otaiza debe haber recordado el día en que el teniente coronel Hugo Chávez le hizo conocer la Revolución.

Y es que la de Otaiza fue una vida de poco más de 49 años, cargada desde 1992 de una intensidad especial, la de alguien a quien le tocó, de varias formas, ser figura de un proceso revolucionario. La trayectoria de Otaiza puede dibujarse (sólo para efectos periodísticos) en unas pocas escenas que comienzan en la Academia Militar, cuando la magnética personalidad del profesor Chávez lo impactó tan profundamente que el joven Eliézer ya no volvería a ser el mismo.

Había mucho en común entre estos dos soldados: arrojo, orgullo, fervor patrio, deseos de aprender, amor por el deporte. Luego, a partir del 4 de febrero, cuando Otaiza vio a Chávez pronunciar su mítico “por ahora”, se forjó, junto a ese manojo de coincidencias, un compromiso de vida.

Después de la fallida insurrección, Otaiza, quien era subteniente activo, sólo quería incorporarse a aquel movimiento patriótico que los comandantes del 4F habían echado a rodar. Tenía que andar con cuidado porque la situación interna de las Fuerzas Armadas (entonces se decía así, en plural) era de rompe y rasga. Y él, pese a su juventud y carácter más bien reservado, estaba en la mira de algunos oficiales que conocían de su simpatía por Chávez.

Estaba tan decidido a sumarse al Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 que fue a visitar a los alzados en la cárcel de Yare disfrazado de mujer, según lo contó el propio comandante en uno de sus Cuentos del arañero. Chávez preguntó quién era esa negra grandota y fea y cuando le dijeron que era Otaiza disfrazado, se preocupó mucho. En algún momento, lo regañó. “¿Tú eres loco, chico, cómo se te ocurre venir para acá?”, pero Otaiza, que era cortado con la misma tijera que el líder bolivariano, no hizo caso a los reclamos y más bien insistió en hablarle de un plan que tenía para asaltar la prisión y sacarlos.

Ese día Chávez se convenció de que aquel muchacho, entonces de 27 años (había nacido en Valencia, en enero de 1965), no era fácil de meter en cintura, pues se dio cuenta de que había fracasado su intento por disuadirlo de los extravagantes planes de fuga. “Ese Otaiza va a seguir con su cosa, no hay manera de pararlo”, le comentó Chávez a sus compañeros.

Según informaciones que han ido fluyendo luego, Otaiza estaba comprometido en un segundo movimiento rebelde que iba a estallar en junio de aquel trepidante año, pero que fue abortado. También se le vinculó con la operación realizada en la Semana Santa por otro teniente, Luis Álvarez Bracamonte, quien sustrajo armas de Fuerte Tiuna, presuntamente para el rescate de los presos de Yare.

El afán de subirse al tren de la Revolución que avanzaba a toda marcha lo llevó a una acción desesperada que casi le cuesta la vida. El 27 de noviembre, en la sublevación liderada por la Fuerza Aérea, el Ejército iba a dar su aporte con unas tropas que tomarían Miraflores, pero los encargados se echaron atrás a última hora. No salió tropa alguna, salvo Otaiza y un par de conjurados que fueron al palacio presidencial a echar tiros por su cuenta. Llevaron la peor parte y Otaiza fue llevado al hospital Militar con cuatro balazos de FAL en el cuerpo. Según lo indica un relato que ya toma visos de leyenda, fue dado por muerto y enviado a la morgue, pero providencialmente, alguien se dio cuenta de que vivía y procedió a prestarle auxilios. Un detalle que García Márquez (también recientemente desaparecido) hubiese novelado exquisitamente.

La temeraria acción de Miraflores, en la que se le acusó de haber ejecutado a unos guardias nacionales (hecho que nunca fue probado), significó que Otaiza fuese juzgado con más severidad que otros oficiales de bajo rango. Concretamente, para él se solicitó una pena de 27 años de prisión. Sin embargo, la falta de pruebas en su contra y el sobreseimiento de los líderes de las dos rebeliones, decretado en 1994, bajo enorme presión popular, por el gobierno de Rafael Caldera, le permitió recobrar la libertad.

El afán de conocimiento

Igual que su líder fundamental, Otaiza salió de prisión con la idea de estudiar más a fondo las ideas políticas. Se inscribió en la maestría en Ciencia Política de la Universidad Simón Bolívar, un posgrado que entonces estaba de moda entre militares y periodistas. Con la disciplina forjada en los cuarteles y en su carrera como nadador de alta competencia, Otaiza logró destacar en esta maestría, al punto de haber sido “adoptado” por uno de los profesores más estimados de la plantilla, Luis Castro Leiva, un filósofo liberal muy crítico, por cierto, del bolivarianismo. La relación amistosa entre Otaiza y Castro Leiva era mal vista por otros profesores (casi todos tecnócratas y estructuralistas), quienes se negaban a entender que algo había cambiado para siempre en la relación de los militares con la política. Aun muchos de ellos no lo han entendido, dicho sea de paso.

La admiración de Otaiza por su maestro fue tal que, estando a la cabeza de la Dirección de los Servicios de Inteligencia y Prevención (Disip) se empeñó en rendirle homenaje póstumo (Castro Leiva murió en 1999), asignándole su nombre a la biblioteca de la institución policial.

La República Bolivariana

Las demostraciones de lealtad y determinación que ofreció Otaiza en 1992 y su inclinación por el estudio de la Política favorecieron que el comandante Chávez lo incorporara a la lista de aspirantes a la Asamblea Nacional Constituyente, cargo para el cual resultó electo.

Durante las deliberaciones de la ANC fue uno de los más notorios defensores de las posiciones del Presidente, sobre todo cuando fueron torpedeadas por los enemigos endógenos, para ese entonces bien ocultos. Punto fundamental fue su defensa del nombre Bolivariana que se propuso incorporar a la denominación oficial del país. En un momento determinado, esa idea parecía destinada a una derrota y en tales circunstancias fue clave la actuación de Otaiza, a todas luces, como vocero del comandante.

El carácter y la lealtad que caracterizaban al oficial retirado también llevó al Presidente a designarlo nada menos que en la Disip en tiempos en los que ya las amenazas que se cernían sobre el proceso bolivariano eran más que evidentes. Fue en esa época cuando, tal vez demostrando lo aprendido en la USB, dio una de sus más célebres declaraciones públicas, al decretar lo que denominó “un estado general de sospecha”, equivalente a desconfiar incluso de la propia sombra. El tiempo demostraría que razón no le faltaba.

Favorito (al revés) de los medios

En este intenso devenir, Otaiza ha sido, desde su primera aparición pública en 1992 hasta la trágica circunstancia actual, un favorito de los medios de comunicación privados, dicho esto en sentido negativo. Un favorito al revés.

Como es su costumbre, los medios lo juzgaron y lo sentenciaron varias veces en este período de 22 años: lo declararon culpable en el ya mencionado caso de los guardias nacionales, aunque la justicia lo exoneró; lo ridiculizaron por haber trabajado como estríper en locales nocturnos; lo responsabilizaron, siendo director de la policía política, del supuesto ocultamiento en Venezuela del jerarca peruano Vladimiro Montesinos; lo señalaron por abusos de poder cuando fue presidente del Instituto Nacional de Tierras; exigieron que fuera a prisión por la muerte de su acompañante en un accidente de moto en 2005; e intentaron descalificarlo cuando fue designado presidente de la Cámara Municipal de Libertador (Caracas), tras haber sido electo en los comicios de diciembre.

Como suele ocurrir con los “favoritos al revés” de los medios, es fácil pronosticar que la campaña en su contra no cesará ni siquiera ahora que ha fallecido. Está ya más que comprobado que los odios mediáticos –para cerrar con otro detalle garciamarquiano- son resistentes a la muerte.



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Clodovaldo Hernández


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