Analicemos el lado oscuro (uno de ellos) del Mundial de Fútbol que recién ha comenzado. En estos días, los caricaturistas pintan al mundo como si fuera un balón, pero una aproximación más realista sería dibujarlo como una gran botella. Un informe elaborado por la publicación British Medical Journal indica que la gran ganadora del Campeonato de Brasil será -una vez más- la industria licorera.
Es deprimente, pero no sorprende, pues buena parte de los ingresos del deporte profesional en el planeta proceden del negocio de las bebidas alcohólicas.
Como entidad defensora del fútbol (del negocio del fútbol y, si queda espacio, del deporte) la FIFA siempre deja muy bien salvaguardados los intereses de las grandes marcas licoreras, cuyo propósito natural es expandir sus ventas, lo que en este caso equivale a convertir en adictos a más y más jóvenes en todo el orbe. La paradoja es siniestra: el gran evento que estremece a la humanidad cada cuatro años, la fiesta del más universal de los deportes estimula a decenas de miles de niños a convertirse en jugadores, lo cual es maravilloso; pero, al mismo tiempo, inicia o refuerza en el vicio del alcohol a millones de adolescentes y jóvenes. Tristemente, muchos de los nuevos jugadores pierden el interés tan pronto termina el Mundial (la vida del deportista es sacrificada y la gloria tarda en llegar), pero la mayoría de los chicos y las chicas que se inician en la adicción a la botella, terminan enganchados. Gol para las corporaciones del aguardiente.
Debe haber estadísticas respecto al brutal auge de la ingesta alcohólica en estas fechas. Probablemente ayer, fecha inaugural, haya sido el día de mayor consumo global de alcohol en toda la historia de la humanidad. Guinness pudo haber registrado el récord de más millones de bocas tragando licor al mismo tiempo. Y la marca seguramente será batida el día del juego final. Lo que parece ser un mundo embrujado por el deporte es, en realidad, un planeta borracho.
Y lo peor no es que por unos días aumente exponencialmente la ebriedad mundial. Lo más grave son los efectos duraderos que la publicidad y el mercadeo asociados a las grandes figuras del balompié y a la magia de esta disciplina maravillosa tienen sobre la gente más joven. Esa relación inseparable que se ha creado entre disfrutar de un deporte (en Venezuela, el beisbol) y llenarse el buche de cerveza, conduce a una desgraciada deformación: para unos pocos, los atletas de élite, deporte equivale a excelencia física y éxito en la vida; mientras que para la mayoría, reducida a la condición de espectadora, deporte significa malgastar dinero y deteriorarse físicamente, porque ha llegado a ser sinónimo de caerse a palos.