Es fácil observar el ocaso de lo político –como categoría del pensamiento– en las críticas que a menudo se realizan al gobierno Bolivariano. Que hay que hacer esto o lo otro es la forma discursiva más común en estas críticas. "Se deben centralizar las importaciones", dice uno. "Hay que ponerle mano dura al contrabando", opina el otro. A través del uso de la voz pasiva –o de un "uno" anónimo– una cuestión política clave se pierde por el camino: ¿Con quién? ¿Contando con qué fuerza?
Lo político, como el perspicaz (y malvado) Carl Schmitt nos recuerda, se basa siempre en la acción de un colectivo: es una lucha de amigos (trátese de una clase social o de un Estado) contra los enemigos (sean éstos otra clase social u otro Estado). Sigue que lo político es un concepto que –en la medida en que propone cambios profundos– se opone al liberalismo y a su metafísica de la individualidad: la política transformativa depende de la superación de las misteriosas y mistificadas entelequias del liberalismo, de las diversas manos invisibles e inmanentes (pero en fin baldías) con las que el liberalismo fantasea lograr grandes fines políticos.
La acción política exige liderazgo, aunque éste pueda tomar diferentes formas. Para la izquierda, la forma clave es una relación bidireccional entre las masas y una vanguardia que –en constante dialogo con las masas– desarrolla y perfecciona algo así como una línea de masas. Chávez lo hizo en sus mejores momentos. Fue el "milagro de Chávez", y se podría decir que era su arma secreta si no fuese por que era también nuestra arma secreta. Por ejemplo, desde su posición de vanguardia, Chávez dijo: "Por ahora" y todos entendimos que esto significaba que la lucha no había terminado. Y a la inversa: mientras Chávez exploraba la Tercera Vía de Anthony Giddens (!), él sintió el impulso del socialismo desde las bases y respondió.
El dar y tomar, el aprendizaje mutuo y hasta las rectificaciones estaban en el aire en el primer lustro del Proceso Bolivariano. Es algo que se olvida dada la tendencia humana a normalizar el presente y proyectarlo hacia el pasado. Sin embargo, uno sólo tiene que revisar los documentales realizados durante esos años de efervescencia –una época históricamente próxima pero espiritualmente lejana– para constatar aquel clima de intercambio con el liderazgo. Evidencia de un modo de pensar ahora escaso es que los militantes de base afirmaban a menudo que, "No, no estamos con Chávez, ¡Chávez está con nosotros!" No hay mejor evidencia de la forma recíproca y dialéctica de liderazgo que existió entonces, y que es el sine qua non de un movimiento de masas de izquierda.
Este modelo de actividad política se descompone en dos circunstancias. Una de éstas ocurre con el uso excesivo de categorías como Razón de Estado, que descomponen la relación interactiva entre líder y masas. La nave del Estado –o del movimiento político– pierde su rumbo porque una condición fundamental del desarrollo de una línea de masas es la comprensión mutua entre líder y masas, basada en la verdad. Chávez comenzó a apoyarse más y más en la Razón de Estado y a dejar de lado su práctica de paciente explicación a partir del 2011. El caso más evidente fue la entrega ("porque sí") del periodista sueco-colombiano Joaquín Pérez Becerra, pero esta acción en verdad representó una tendencia en su actuar y en el de sus cuadros. Las consecuencias fueron graves: al haber probado la fruta prohibida de la Razón de Estado varias veces, entonces comenzó el banquete.
El otro escollo es enredarse en milagros y maravillas. La política es la hermana gemela de la teología, e igual que la teología se hace emancipatoria cuando toma distancia de los milagros –el caso clásico es el de la teología de la liberación*–, la política se hace retrógrada cuando recurre a la excepcionalidad milagrosa. Para la política de izquierda, el único milagro admisible es la acción colectiva de las masas. El Proceso Bolivariano comenzó a tratar a Chávez como a un mesías hace unos cinco años, más o menos al mismo tiempo en que éste comenzase a comer regularmente la fruta prohibida de la Razón de Estado. Más tarde llegó el diluvio de misas, vírgenes y una hueste celestial de entidades mediáticas sin sustancia (movimientos e instituciones que sólo existen discursivamente). No sólo un Camilo Torres o un Oscar Romero sino también muchos sacerdotes de barrio operan con una praxis que es más realista y humanista.
En honor a la verdad, cabe resaltar que el problema de hoy día no es el Presidente Maduro per se, sino más bien una práctica política (o en realidad anti-política) que comenzó a tomar forma bajo Chávez y que el gobierno actual simplemente continúa. Lo que ha cambiado es que el problema ahora es más explícito, ya que hoy el gobierno no puede esconderse tras las inmensas reservas de carisma y autoridad moral que tuvo el Comandante Chávez. Por otro lado, tampoco hay que imaginar que operan procesos naturales en los que incluso las revoluciones populares (como diría Marx de las revoluciones burguesas) crean sus propios sepultureros –por ejemplo los kulaks rusos o, en el caso venezolano, una nueva masa de consumidores con conciencia pequeño-burguesa. No, lo que está en cuestión son malas prácticas políticas que han abierto una brecha entre el liderazgo y las masas.
Entonces, ¿qué debemos hacer? ¿cómo restaurar lo político al Proceso Bolivariano? Cualquier receta en esta materia sería dudosa si no reflejara procesos ya en marcha. Afortunadamente existen iniciativas de organización y debate que se están llevando a cabo en la Venezuela Bolivariana desde inicios de este año: pequeños grupos de militantes chavistas que se reúnen de forma autónoma y con diversos grados de formalidad. Estas son discusiones abiertas en las que se comparten análisis de coyuntura con el objetivo de aunar tácticas. Hay un cierto consenso de que un paso imprescindible es comprender las verdades (de la economía, el endeudamiento, el desfalco, las concesiones, etc.), ya que sin la comprensión fáctica de lo que está ocurriendo, que se debe explicar pacientemente a las masas, no es posible restaurar una política revolucionaria.
Este tipo de procesos podrían tener lugar a cualquier nivel, incluso en los más altos niveles del gobierno –donde seguramente encontrarían sus simpatizantes–. Pero lo importante es que, como dinámica impulsada desde abajo, ésta representa el germen de una fuerza que podría restaurar dirección y sentido al Proceso Bolivariano, hoy quizás a la deriva.
* "Para el pueblo, el único milagro es la conciencia de su fuerza y el tomar las riendas de su destino" (Jean-Bertrand Aristide citado en Michael Löwy: The War of the Gods: Religion and Politics in Latin America, 1996).