Hace unos meses se hablaba con mucha frecuencia de guerra económica y explicarla resultaba complejo, y mucho más complejo hacerla comprender por la mayoría del pueblo, en vista de que enfrentamos una llamada guerra no convencional que es progresiva y sigilosa en la aplicación de sus tácticas para debilitar al Gobierno hasta su derrocamiento, en detrimento del bienestar del pueblo aplicando la asfixia social de las masas, que resulta en posicionar como hegemónica la idea de que el único culpable de las situaciones-país es el Gobierno. Tal cual nos ha sucedido durante un tiempo: una cadena de mafias que está compuesta desde la receta que Estados Unidos le dicta a los actores internos de la derecha y al empresariado de siempre que está en contra de la Patria y el pueblo, a sus cadenas de distribución y, como títeres inoculados e inconscientes de este hecho, el último eslabón de la cadena: los comerciantes informales. Aunque estén unos menos inocentes que otros sobre su rol y responsabilidad en esta guerra, no los exime ni los hace menos maleantes en el plan de golpe de Estado permanente que llevan a cabo a través de la desestabilización del pueblo, con la especulación, la malintencionada forma de distribución de los productos de primera necesidad, el acaparamiento y todo lo que recientemente se ha ido develando y que deriva alrededor de estas macabras prácticas que pretendían generar el descontento popular.
Por otro lado la receta viene con todos los detalles sobre cómo hacer efectivo el golpe, y no faltaba más que descubrir lo concreto enfrentando el componente perceptivo de las masas, los manejos de opinión pública a través de algunos medios y ─mucho más enfático─ en los nuevos medios electrónicos que tienen gran penetración por también ser del uso cotidiano de los mismos que consumen y que tienen derecho al acceso de bienes y servicios sin vejaciones a las que han sido sometidos. El aparato de marketing logró hacer ver como hegemónica la idea de que la culpa de las colas es del Gobierno, y en segundo lugar a ocultar la razón real de éstas, su origen y, para colmo de males, a esconder los rostros de los que están del otro lado de la guerra contra el pueblo. Posicionaron el mensaje de que las colas son espontáneas y no una maniobra de los empresarios que están en el ojo del huracán; hicieron ver que las cadenas de distribución privadas eran controladas por el Gobierno y no por los empresarios referidos, generaron desespero, angustia y compras nerviosas e innecesarias. En algunos casos ─ante un empeoramiento de la situación─ relacionaban el desabastecimiento con la obtención de las divisas, y aunque no todo el pueblo comprende ni tiene los datos en detalle de qué se produce en el país, qué se importa y cómo, pues algunos asumieron el mensaje fácil, el que no requiere explicación: no hay harina porque el Gobierno no le ha dado los dólares a las empresas. Todo esto sucedía y nosotros tratábamos de explicar en qué consistía la guerra económica, mientras el aparato psicológico, económico y político apátrida daba mensajes cortos para hacer parecer que estaban las condiciones dadas para un estallido social.
La situación de hoy es otra. El Gobierno del presidente Maduro se ha desplegado con una irrefrenable espiritualidad moral para desenmascarar a los actores despiadados de esta guerra y ponerlos a la orden de la justicia, al mismo tiempo que ha aupado al pueblo para que acompañe las acciones y recupere su derecho a acceder a los productos a precios justos, esos rubros que más se necesitan en un hogar y que les estaban vendiendo obligatoriamente a través de una cola o en la pata del barrio, en los tarantines y camiones de los comerciantes informales al dos mil por ciento de sobreprecio.
No obstante, es preciso recordar que fue justo desde la llegada de Chávez hasta ahora que los hábitos de consumo del pueblo pobre se elevaron, al tener y poseer lo que antes no podían con sus ingresos. Y es reciente que después de 15 años de reivindicaciones sociales se les prohíba o se les condicione al acceso a esos productos, que ya por tradición y costumbre eran de consumo cotidiano en casa, tanto que pudiera afirmar que la generación de jóvenes hasta los más pequeños de hoy crecieron comiendo carne y pollo con frecuencia, tomando leche, crecieron con su ropa limpia, con sus pañales desechables y con todo aquello que antes de la llegada de Chávez era extraordinario y en Revolución se convirtió en cotidiano. Por esto, el sector que es más vulnerable a engaños es el de la juventud, ya que crecieron en Revolución y no recuerdan haber vivido las condiciones que desataron "El Caracazo", cuando a pesar de que los anaqueles estaban repletos nuestros padres no podían comprar ni la mitad de un mercado, lo que en esta época sí pueden hacer. En los jóvenes debe entonces la Revolución hacer mayor esfuerzo para hacerlos comprender que tienen dos opciones: la primera es servir de títeres de los intereses que atentan contra su familia y nuestra Patria, y la segunda requiere ponerse al frente de la lucha junto al Gobierno para recuperar los derechos que le pretenden arrebatar los que intentan utilizarlos, y que sólo la Revolución se los otorgó.