Aquí, en el oriente venezolano, percibíamos el fenómeno del bachaqueo de alimentos y otros productos como algo lejano. Lo asumíamos como una práctica rutinaria, sobre todo en los límites de los estados Zulia y Táchira con Colombia. De la misma manera veíamos el paramilitarismo. Afirmábamos que estábamos bien lejos de esas dos plagas que según las informaciones eran el coco de los hermanos de los estados andinos, mientras el otro se afincaba y era fuerte en el cobro de vacunas y el sicariato.
Igual percepción teníamos de las colas. A decir verdad siempre las hemos rechazado, sobre todo cuando son tan largas. Apenas eran toleradas en los bancos, para votar y la queja era de esperarse en algún sitio por la tardanza del funcionario que atendería la solicitud de algún servicio.
Lo cierto es que las colas que nos preocupan hasta este junio de 2015 son las que tienen que ver con la adquisición de alimentos y otros muchos productos de uso cotidiano. En algún momento el compatriota Luis Britto García se refirió a ellas como matavotos, en clara referencia al negativo impacto electoral en las filas de la Revolución Bolivariana.
Hoy no podemos negar el efecto negativo de las colas. Todas se han convertido en un especialísimo caldo de cultivo para el descontento popular. Con provocadores o no de la oposición, la responsabilidad hay que asumirla.
Las proliferadas, desesperadas y contradictorias colas de hoy, son un componente más de la evidente consecuencia, lamentable por supuesto, de todo un proceso que hipertrofió un posible desarrollo de la producción nacional, que afectivamente comienza a ser liquidado con la explotación petrolera y su desviación rentista, y más luego con el imposible y engañoso anuncio de la sustitución de importaciones.
Ya a comienzo de los 60 el campo comenzó a ser abandonado sin que los gobiernos puntofijistas plantearan alternativas atractivas a un campesinado que no resistía las intolerables condiciones de vida. Así, ante tanta irresponsabilidad gubernamental y en ausencia de planes serios para un equilibrado desarrollo nacional, el fin del siglo XX nos sorprende con un país viviendo de las divisas petroleras y en reconstrucción.
Como es preocupante e innegable que, ante los certeros ataques de la oligarquía, asumamos la defensa de nuestro proceso por el número de elecciones realizadas, también debemos ser certeros en decir que las colas de hoy tienen su explicación en una mezcla de causas, entre las cuales pesan mucho la direccionalidad y decisiones del gobierno, sin descartar los planes desenfrenados por acabar con la Revolución Bolivariana. El otro elemento es el discurso de nuestro liderazgo que no puede ser distraccionista, tremendista, cursi ni demagógico. La cosa es seria. Ya los hemos dicho: el imperialismo existe y no juega carrito.