Cuando Cristoforo Colombo se encontró con la nación Arawak en la isla de San Salvador durante su primer viaje en 1492, dejo sentado en su diario el siguiente comentario, premonitorio de su propósito: “Serían excelentes sirvientes… Creo que podemos fácilmente convertirlos en cristianos, pues parecen no tener religión… con 50 hombres los podemos subyugar y obligarlos a hacer lo que nos plazca”. Al notar que llevaban decoraciones de oro en las orejas, los capturó prisioneros para obligarlos a que le dijeran de dónde provenía el oro. En la isla que llamaron La Española, hoy compartida por Santo Domingo y Haití, perdió ese diciembre su barco insignia, la Santa María.
En carta dirigida a Luis de Santangel, fechada febrero 15, 1493 y refiriéndose a La Española, Colón relata: “Hay muchas especies y grandes minas de oro y otros metales en esta isla… Hispaniola es una maravilla, hasta en sus magníficos ríos hay oro… Los nativos no tienen hierro, ni acero, ni armas, ni están preparados para ellas porque, aunque tiene buen porte y buena estatura, son extraordinaria-mente tímidos. Sus únicas armas son varas con puntas afiladas, pero tienen miedo de usarlas… Nunca se rehúsan a entregar lo que se les pida, y muestran tanto amor que entregarían sus propios corazones… No tienen religión ni idolatría, excepto creer que el poder y el bien vienen del cielo. Creen firmemente que yo, mis barcos y mis hombres, venimos del cielo, y así he sido recibido en todas partes, gritando ¡Vengan, vengan, vean al hombre que vino del cielo!..”
En su segundo viaje envió indígenas a España para venderlos como esclavos.
En 1493 le escribió a la Corona: “Sus altezas pueden confiar que les traeré tanto oro como necesiten… y tantos esclavos como me ordenen embarcar”. Miles fueron enviados como esclavos; muchos otros fueron esclavizados en su propia tierra. Colón permitía que los colonos españoles escogieran a quien quisieran convertir en su propiedad. Cada colono tenía esclavos que le trabajaran, perros para cazarlos y mujeres para servirle. Eran sus derechos como seres superiores. Para 1505 su hijo, Diego, se había convertido en traficante de esclavos. Cuatro años después, Diego fue nombrado Gobernador de la Española.
El 30 de mayo 1498 emprende su tercer viaje con seis barcos, llegando a Trinidad dos meses después. Días más tarde se encontraba en la península de Paria, hoy Venezuela. La enorme cantidad de agua dulce en la desembocadura del Orinoco lo convenció de encontrarse en un continente hasta entonces desconocido.
Regresó a La Española el 19 de Agosto, encontrándose con una rebelión en su contra por parte de los colonos que había dejado allí. Se rehusó a bautizar a los indígenas convertidos al cristianismo, por su interés en comerciar con ellos como esclavos: “Desde aquí podemos enviar tantos esclavos como podamos vender, en nombre de la Santísima Trinidad”. Dos años más tarde fue destituido como gobernador acusado de tirano y enviado en cadenas a España. Tras su liberación no tarda en organizar su última partida hacia el nuevo mundo. En el memorial dirigido a los Reyes Católicos en agosto de 1501, hoy en la Real Academia de la Historia, se refiere a la necesidad de una persona que haga justicia “más siguiendo la crueldad que la razón”. El nuevo mundo debería consistir en “una serie de factorías en las que se obtenga oro, esclavos o cualquier otra mercancía valiosa, bien mediante el trueque con los nativos o mediante la explotación directa utilizando mano de obra indígena”. Murió en 1506.
El explorador Américo Vespucci había zarpado hacia el nuevo mundo un año después del primer viaje de Colón. Fue el primero en especular que esta tierra no era parte de Asia, sino un nuevo continente. Sus diarios convencieron al cartógrafo alemán Martin Waldseemuller, quien en 1507 publicó un mapa en el que le colocó el nombre de América al nuevo continente, en honor a Vespucci.
Bartolomé de Las Casas dejó la siguiente constancia en su Brevísima Relación de la Destrucción de Las Indias: “Cuando vine por primera vez a La Española en 1508, habían unas 60.000 personas en la isla, incluyendo a los indios. De tal manera que entre 1494 y 1506 más de tres millones de personas murieron por la guerra, la esclavitud y las minas. ¿Quién en las generaciones futuras creerá esto? Yo mismo, como testigo presencial, difícilmente puedo creerlo”
Muchos otros murieron víctimas de plagas traídas por los europeos: viruela y sífilis arrasaron con el pueblo Taino, reduciendo su población de unos 300.000 a menos de 5.000 en 50 años.
Las Casas testimonia sobre millones de muertos, pueblos indígenas enteros “pasados por los cuchillos”, guerras en las que hombres desnudos y con flechas se enfrentaban a hombres a caballo, acorazados, con espadas, lanzas, ballestas, lombardas, arque-buses y otras armas de fuego rudimentarias. Los españoles asesinaban a niños y mujeres embarazadas en masa, como método de subyugación. Miles fueron empalados en estacas o quemados en hogueras.
En el libro Conquista y Destrucción de las Indias se calcula que el 90% de la población americana fue masacrada en el choque entre la civilización invasora y la aborigen, unos 70 millones de personas. La conquista fue un cruento episodio histórico de saqueo, esclavitud, terrorismo y genocidio. Los conquistadores eran aventureros despiadados en busca principalmente de oro, plata y esclavos para enriquecerse. Actuaban con absoluta impunidad por los tributos que ingresaban al tesoro real de España.
Sólo en el Potosí descubrieron una fabulosa montaña de plata que aún hoy, 450 años después, continúa siendo explotada. Para facilitar su explotación, el Virrey Francisco de Toledo instauró en 1572 la ley Mita: una vez cada siete años, durante cuatro meses, los varones de entre 18 y 50 años estaban obligados a trabajar en las minas, sin cobrar y sin ver la luz del sol. “Cada peso que se acuña en Potosí cuesta diez indios muertos en las cavernas de las minas”, escribía Fray Antonio de la Calancha en 1638. Eduardo Galeano, en Las Venas Abiertas de América Latina, estima el valor de la plata extraída durante la colonia en 50.000 millones de dólares, con 8 millones de indígenas muertos. Se estima que 33 millones de indígenas trabajaron en condiciones de esclavitud en los 250 años de aplicación de esta macabra ley. “De cada diez que entraban, sólo tres salían vivos. Pero los condenados a la mina, que poco duraban, generaban la fortuna de los banqueros flamencos, genoveses y alemanes, acreedores de la corona española, y eran esos indios quienes hacían posible la acumulación de capitales que convirtió a Europa en lo que Europa es” (Eduardo Galeano - El país que quiere existir).
El genocidio fue amparado también por la iglesia católica: decretó que los indígenas no tenían alma, por lo que no eran humanos y podían ser tratados como animales. Así se hizo, con la bendición sacerdotal. No importaba ni a la Corona, ni a la iglesia ni a sus jaurías de verdugos que los ancestros de estos esclavos hubiesen construido majestuosas civilizaciones y desarrollado avanzados sistemas de matemáticas, arquitectura, agricultura, astronomía, cosmología y sofisticados calendarios.
El Parlamento Británico optó por referirse al nuevo continente como Columbia desde 1738, volviéndose un término común en sus colonias del norte. De allí el nombre de la capital federal de los Estados Unidos: distrito de Columbia. En el Congreso de Angostura de 1819 se optó por el nombre Gran Colombia para la nación de naciones liberadas por Bolívar.
Según el historiador Ward Churchill, George Washington se refería a los indígenas como “bestias salvajes del bosque” y “animales salvajes como los lobos”. El gobierno norteamericano les impuso más de 400 tratados, para luego quebrantarlos todos, sin excepción. Entre tratado y tratado se desataron múltiples masacres: la de los Powhatan en Virginia fue seguida por la de los Apaches, Navajos, Sioux y Cheyenne, entre tantas otras, hasta la sangrienta carnicería de Wounded Knee en Dakota. La marcha forzada conocida como El Camino de las Lágrimas, obligó a los Cherokee a desplazarse como bestias desde Georgia hasta Oklahoma.
Según la Oficina de Asuntos Indígenas de los Estados Unidos, la población de aborígenes en ese territorio antes de 1492 se encontraba entre 10 y 15 millones. Para 1900 se había reducido a 25.000.
Celebrar la llegada de Colón al nuevo mundo es celebrar el inicio del capítulo más vergonzoso en la historia de la humanidad. El genocidio de 5 millones de judíos en la Alemania Nazi entre 1941 y 1944 pasó a la historia como El Holocausto. El genocidio de 70 millones de indígenas en el Nuevo Mundo pretende borrarse de la historia, disfrazando a sus principales perpetradores como héroes.
Julio César Centeno
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