Si exceptuamos a burócratas recalcitrantes y nostálgicos del autoritarismo, todos queremos debilitar al Estado. Prácticamente todos. Pero esa casi unanimidad es ilusoria: no estamos diciendo lo mismo cuando nos creemos de acuerdo.
Sobre todo desde los noventa la burguesía, sus políticos y sus letrados, y nuestros sugestionados opinadores de la derecha, insisten en quitarle poder al Estado para dárselo al mercado. A esa "mano invisible", como la llamara Adam Smith, que no es tan oculta ni tan anónima: es la mano negra de los especuladores, de los banqueros, de los bachaqueros y de las transnacionales, que pretende presentarse como un ente tan ineludible e inconsciente como una ley natural.
El pueblo sufrió y sufre la inclemencia (dizque inevitable, objetiva y, por lo tanto, inocente) de esa mano invisible. Los comerciantes no "compiten" con precios más baratos para vender más, esa añosa historieta sólo la vemos en los libros de economía y en las declaraciones de las Cámaras de Comercio. Los comerciantes cuadran sus ganancias vendiendo menos para ganar más (si no, ¿por qué acaparan?). Que para ellos lo fundamental no es vender, es ganar.
La famosa mano tampoco es tan desinteresada: es la que le susurra a Mendoza que es mejor producir cerveza que harina. Mejor empaquetar el arroz "saborizado" que el arroz natural. Y que es más provechoso fabricar harina para la exportación en Colombia que en Venezuela. Ya se sabe, el capital no tiene patria.
Así, de esa manera, la mayoría no queremos enflaquecer al Estado. Ya sufrimos ese régimen en los noventa. Eso es quitarle poder al Estado desde arriba.
Pero hay otra manera de poner a dieta de grasosas (que no graciosas) potestades al Estado: quitarle el poder desde abajo. Y es lo que Chávez planteó con la democracia participativa y protagónica. Al menos por ahí se comenzaba.
Quitarle poder al Estado y dárselo a las comunidades. Que se autogobiernen, que discutan, se equivoquen y aprendan. Y decidan sobre su propio destino, sobre su propio hacer.
Por eso Chávez propuso lo de los Consejos Comunales y las Comunas. Y los Consejos de trabajadores.
Ah, pero el Estado no quiere perder una. Y se empeña en regentar los consejos. Y anula la contraloría social con el pretexto de que paraliza las actividades (es decir, la infructífera y lenta burocracia no es eficaz porque no la dejan). Y los gerentes de las empresas del Estado, aunque ni sepan lo qué están haciendo ni obtengan resultados presentables en su gestión, desarticulan cualquier mecanismo de participación de los trabajadores, aúpan a los más líderes más pro-patronales (so pretextos "revolucionarios" incluidos). Le tienen tirria a la autonomía de las organizaciones populares.
Y si el Estado coloniza las vías de la participación popular, incluyendo a los partidos, la democracia directa, la democracia de las colectividades, no se desarrolla y se convierte en misión imposible.
En fin. Tenemos una burguesía parásita e improductiva. Y un Estado ineficaz y atravesado por la corrupción y los intereses privados. Toda la vida ha sido así. Los dos han tenido recursos y han disfrutado de circunstancias provechosas. Y, sin embargo, no han logrado abrir cauces de desarrollo. Esos "actores", la burguesía y el Estado, que en otros países y épocas históricas han servido como motores de desarrollo, en nuestro país han demostrado hasta la saciedad, durante largas décadas, su incapacidad para la tarea de romper con el ya no tan provechoso rentismo petrolero. No podrán ni el chingo ni el sin nariz. Entonces, ¿quién podrá?
Atravesamos una durísima crisis del capitalismo rentista venezolano. Que dicho sea de paso, no se enfrentó con el "socialismo" porque no se vinculó el socialismo al trabajo y a la producción. El "socialismo rentista" ni existe ni puede existir: es una contradictio in terminis. Pero sí es fácil alimentar el capitalismo rentista de siempre, insaciable consumidor de dólares, incluso con las buenas intenciones y más aún con las malas. La torpe confusión de "modelos" es el típico producto de nuestros políticos tradicionales de ambos bandos, genéticamente pragmáticos, seres más propagandistas que pensantes.
Esta crisis tiene signos de ser terminal: el rentismo no da para más. Cuando vuelva a subir el barril de petróleo tendremos un respiro. Pero no salud.
A largo plazo solo la organización popular podrá enfrentar el viejo reto. Para ello habrá que llenar la consigna de "Estado Comunal" de más carne y hueso, de definiciones y acciones. O sea, no es un problema de nombres, títulos ni consignas. No se trata de utilizar pilas bautismales para llamar "comunal", "socialista" o "del poder popular" a cualquier empresa burocratizada o subvencionada. Se trata de abrir puertas, grandes puertas, para que quepa el pueblo.
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