Oficialmente la campaña electoral arrancó el viernes 13 (que seguro será de mala suerte para algunos). No sé si notaré mucha diferencia, porque estoy viendo campaña electoral desde hace meses. Aunque de baja intensidad y, sobre todo, a la chita callando.
Primera vez, desde el 98, que hay elecciones en un ambiente de tanto descontento. Precisamente la comparación más cercana de estos comicios sería con la campaña del 98. Pero la comparación es superficial y hasta frívola.
En 1998, los sectores populares llevaban década y media retrocediendo económicamente y en los tres años previos habían pasado hambre parejo. Hambre real. Se reportaba el uso de Perrrarina y de harina de maíz con agua para sustituir a la leche infantil. Más de la mitad del país vivía en situación de pobreza, y la pobreza extrema era espeluznante. Los supermercados estaban, por supuesto, repletos, porque no todos podían pagar los altos precios de los productos.
Personalmente me consta que la clase media, concentrada en su propia crisis, no sabía de la espantosa situación de la mayoría, porque ni visitaba las zonas pobres ni leía informes sociales o datos socioeconómicos. Así que a muchos con edad para conocer ese pasado no se los recuerdo: se los informo, porque sé que ni se enteraron.
Pero, es cierto, mal de muchos (o de otras épocas), consuelo de tontos. La situación económica actual es dramática, y de nuevo solo la comida está consumiendo todas las entradas familiares. No hay esa hambre generalizada de finales de los 90, pero todos tememos que llegue. Y soy de los que cree que el gobierno debe adelantar un plan eficaz para enfrentar esta crisis de raíz, y no sólo atacar sus efectos. Pero estamos cotejando situaciones.
Hay otra diferencia con el 98. El descontento de ese año era más añejo, se venía acumulando desde el Viernes Negro. El Caracazo y las consecuencias del 4-F son prueba de ello. Era un descontento digerido, reciclado y vuelto a digerir, que andaba buscando salidas reales desde el Sacudón del 89.
La diferencia política abismal es que al régimen le quedaban muy pocos dolientes. Salvo Ramos Allup y sus seguidores, ya nadie creía en la Cuarta República, ni en su capacidad de reformarse. Ya nadie esperaba nada del estatus político. La Cuarta República estaba prácticamente muerta antes de las elecciones de 1998.
La situación actual es más, muchísimo más, compleja. Porque el chavismo no está agotado, como pregonan los políticos de la Oposición (los inteligentes lo dicen pero no lo creen), ni como lo perciben los cegatos "analistas" de esa parcialidad política.
El chavismo, les participo, es una visión del mundo, donde no caben la exclusión, el racismo social, ni tampoco entregar a la Patria por un paquete de harina. Según esa visión el Estado no está para permitir que especuladores nacionales y extranjeros cuadren sus cuentas con nuestras penurias, ni para dejar la salud y la educación en las abusivas manos privadas, ni para entregar la dirección de la economía a los banqueros. En fin, que la renta petrolera no debe ser monopolizada, como ocurrió desde los años 30, por la burguesía parásita, esa que no puede "producir" ni avena si no le dan dólares.
Bueno, les informo además, que esa visión del mundo, ese "conjunto de valores" (para usar ese pavoso lugar común), es mayoritaria en el pueblo venezolano. No lo será en los sectores medios y altos, evidentemente, pero sí en los populosos sectores populares.
La mayoría de ese chavismo popular está descontento, por supuesto. Y con razón. Nunca aprobó la corrupción ni la ineficacia, ni le gusta el padroteo del Estado sobre las organizaciones populares. Y ahora sufre profunda y diariamente la carestía y el desabastecimiento. Incluso, dentro del descontento chavista estamos quienes creemos que el gobierno no ha articulado, como era su deber, una política para enfrentar la crisis del rentismo capitalista en Venezuela.
Ah, pero no está disgustado porque no se entrega el país a Obama y a Mendoza, ni a los viejos neoliberales.
Así, pues, hay dos descontentos. Muy distintos.
¿Qué hace el chavista descontento (tan distinto al descontento opositor)? Se abstiene en las elecciones. Vean los resultados electorales en las zonas populares en la última década, y lo ratificarán, la Oposición, cuando mejora su actuación electoral, casi nunca fue porque aumenta sus votos, sino porque una parte del chavismo se abstiene.
Se abstiene, pero no vota por la Oposición. La inmensa mayoría del país rechaza a la visión opositora. De manera que, les revelo, amigos opositores, su chance en estas elecciones depende de la abstención chavista. Habrá circuitos, diría Unamuno, donde podrán vencer, pero no convencer.