La primera R

Ya se nos vienen encima las elecciones presidenciales. Es sorprendente ver cuán rápido pasa el tiempo, apenas ayer estábamos preparándonos para estrenar la novedosa herramienta del referéndum, luego vino el proceso electoral para alcaldes y gobernadores, luego el de concejales y juntas parroquiales y al final el de los diputados; los resultados de todas éstas aseguraban una base prometedora para seguir con el proyecto revolucionario que los venezolanos nos habíamos propuesto en la Constitución de 1999, cuya meta es la construcción de un nuevo modelo de país, que pudiera servir de referencia para Latinoamérica y más allá, a través del protagonismo participativo de las bases populares en la definición de su futuro.

¿Cómo nos encontramos en este momento? Tenemos por una parte el escenario interno, con sus complejidades particulares, y por la otra el panorama internacional, de cuyas repercusiones no podemos escapar.

La ratificación del mandato presidencial y la conquista política de casi toda la geografía nacional eran a nuestro entender las premisas necesarias para llevar a cabo la imprescindible depuración de las estructuras del gobierno, plagadas de los vicios e ineficiencias que dificultan o impiden la solución de los problemas más acuciantes de nuestra desigual sociedad. No se trataba de una purga ideológica o partidocrática, sino de una reafirmación de la ética necesaria para el desempeño de los cargos públicos, incluyendo los de elección popular, con la meta de hacer realidad el proyecto de país plasmado en la Constitución Bolivariana. Esperábamos ver avances en el empoderamiento de las bases populares, entendiendo claramente que no es lo mismo tener el gobierno a tener el poder. Ansiábamos ver que las misiones dejaran de ser medidas de contingencia gerenciadas desde afuera de los ministerios a los que les competía su manejo estructural natural. Deseábamos que la administración de justicia y el aseguramiento del orden público fueran saneadas antes, y no después de escándalos bochornosos y criminales. Queríamos ser testigos del castigo ejemplar necesario para los que creen estar por encima de la ley, para los que engañaron al pueblo que los eligió, para los traficantes de influencias, para los bandidos que se han enriquecido a costa del erario público, respetando sus derechos pero haciendo valer los nuestros.

Queríamos, Hugo, que entendieras nuestros anhelos cada vez que te dijimos con admiración y a voz en cuello: "ASÍ, ASÍ, ASÍ ES QUE SE GOBIERNA!! ".

Seguimos contigo, y seguimos teniendo esos anhelos y deseos por los cuales te ratificamos; entendimos cuan arduo es el trabajo que te toca realizar en un contexto humano en el que se mezclan auténticos revolucionarios con reformistas camuflajeados, apóstoles de la emancipación popular con traidores oportunistas, idealistas con mercenarios; sabemos de la triste realidad que obliga a pactar con la burocracia que entorpece el acceso del pueblo al disfrute de sus derechos, amparando bajo la protección de leyes como la de carrera administrativa que garantiza la estabilidad laboral a una legión de usufructuarios del poder incapaces, corruptos, ideológicamente desubicados que torpedean desde los ministerios las acciones del gobierno y sabotean la labor de quienes se entregan cuerpo y alma al proceso de refundación de la república.

Y es aquí donde empieza el ámbito internacional: las fallas son amplificadas para que acompañen la resonancia de las maldicencias con las que se pretende descalificar el proceso bolivariano en el concierto mundial, mezclando los escándalos de corrupción con la imagen del déspota totalitario amigo de fanáticos y narcoguerrilleros, la "influencia desestabilizadora" en la región, tratando de ocultar lo obvio: el despertar de los pueblos ante la opresión del imperio, ese imperio que ha logrado ocupar los espacios más importantes y estratégicos, que son los psicosociales, aquellos donde sus acciones encuentran algún tipo de legitimación como garantes del sueño americano asumido como destino anhelado para el planeta entero.

Es justamente en este espacio donde se encuentra el teatro de operaciones: el campo de las ideas. No podremos nunca combatir un enemigo si lo buscamos donde no está. Décadas de adoctrinamiento silencioso, de condicionamiento subrepticio, de educación subliminal nos han prostrado en la sumisión ante los símbolos del poder y status quo, haciéndonos internalizar profundos sentimientos de inferioridad, llegando al punto de hacernos creer que la flojera y el egoísmo son rasgos genéticos, que la corrupción es algo folklórico, que hay una barrera natural que limita nuestras capacidades de superación e independencia y a la que respondemos con la ira del resentimiento social y la impotencia de la marginalidad. No vemos la maniobra planificada con la que el poderoso nos envuelve para que le vendamos nuestro trabajo y nuestros recursos a precios miserables, no nos reconocemos como un colectivo con derechos comunes, nos rendimos ante la tentación del provecho inmediato que nos permita entrar en el ilusorio nirvana del bienestar hedonista aunque sea por un rato.

La única arma con la que podremos combatir y ganar esta batalla es la formación ideológica. Es la única herramienta contra la que se mellan los afilados instrumentos con que el capital nos ataca para hacerse de lo nuestro. Es el requisito indispensable que deben poseer los funcionarios a elegir ahora y siempre, debe ser la raíz de nuestros pensamientos y acciones a fin de ejercer una contraloría social apropiada que convenza al opositor enceguecido y al eterno indiferente, víctimas ambos del aparato mediático al servicio del poder y del dinero.

Recordemos que en esta revolución humanista a favor del bien común, la solidaridad social y el amor al prójimo todavía estamos escribiendo la primera R.

Ing. Franco Munini. muninifranco@gmail.com


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