En 1982, Juan Ascanio encabezaba la directiva de un sindicato clasista en la empresa Alivén de Valencia. Pero las bandas armadas de AD, en complicidad con los patronos, querían tomar por la fuerza al sindicato. El resultado fueron dos o tres obreros heridos con armas blancas. Los trabajadores protestaron contra la violencia sindicalera, y la patronal respondió con calificaciones de despido contra los directivos sindicales.
Las bandas armadas tenían total impunidad en esa época. Los adecos controlaban Fetracarabobo y la mayoría de los colegios profesionales. Los medios enmudecían ante la violencia sindical para congraciarse con el poder. Sí había periodistas honestos, pero no podían hacer mucho. Mélida Qüenza, excelente periodista, me lo explicó: "Cuando paso dos notas de prensa sobre una denuncia y el jefe de redacción las desecha, es porque la línea del periódico es ocultarla".
Son crónicas de una época en la que, según algunos, éramos muy democráticos y había total libertad de expresión.
La mayoría de la directiva sindical militaba en un partido trotskista: el Partido Socialista de los Trabajadores (PST). Yo sostenía diferencias con esa corriente, pero tenía, y aún tengo, amigos trotskistas. Pero ese no era el punto. El punto era la defensa de la democracia obrera por encima de la patronal y la burocracia. Así que me metí en el conflicto.
Para romper el silencio mediático, organizamos una huelga de hambre en la puerta de la fábrica, en cuya acera dormíamos todas las noches. La huelga tuvo su efecto: la prensa reflejó el conflicto y las bandas armadas dejaron de atacar. No era la victoria, la patronal insistía en los despidos, pero se neutralizó la agresión física. Estábamos en esa etapa de la lucha en la que los adversarios no saben cómo avanzar.
Un día un avión aterrizó desde Brasil. Regresaba un alto dirigente del PST. Alberto Franceschi. Sí, el constituyente del 99 que hoy escribe desde Miami encendidas arengas para tumbar al gobierno violentamente. En esa época Alberto ni se había ido a la derecha, ni había pasado por Proyecto Venezuela y AD. No he conocido a nadie más obsesionado por el poder, ni con una irresponsabilidad tan gigantesca.
Un sábado, en una asamblea, inesperadamente la directiva propone tomar la fábrica el lunes. Todos hablaron a favor de la toma. Pedí la palabra para objetar esa locura. La toma fracasaría, dije. La misma asamblea no podía tomar una decisión de esa envergadura: no estaban presentes ni la mitad de los trabajadores de la fábrica, y muchos de los asistentes tenían calificación de despido.
Pero estaba aislado. ¿De dónde salió este delirio colectivo?, me preguntaba. Orlando Chirinos (que luego sería candidato presidencial), se me acercó apenas hablé.
-Tú tienes razón -fue lo primero que dijo-, esta asamblea no tiene legitimidad para aprobar la toma.
-Entonces, ¿por qué no hablas tú? –le respondí-. Pide la palabra y di eso antes de que aprueben ese suicidio. Tú como Secretario General del Sindicato de Mantex tienes más peso que yo en esta asamblea, a ti te escucharán.
Pero Chirinos, que también era Secretario General Regional del PST, me alegó que no podía:
- Anoche se reunió la Dirección del PST, y Alberto propuso la toma y la hizo aprobar. Yo no puedo oponerme porque rompería la disciplina del partido.
Intenté convencerlo de que hablara, porque el fracaso de la toma fortalecería a la patronal, habría más despidos y la burocracia tomaría el sindicato. Eso está por encima de la disciplina de partido. Lo increpé:
-Tienes que decidir con quién estás: con el Partido de los Trabajadores o con los trabajadores del partido.
Esa respuesta me la robé de una caricatura de Zapata sobre la pugna entre el sindicato Solidaridad y el Partido Comunista polaco.
Pero es pertinente practicar esa distinción. Si uno milita en un partido que proclama representar a los trabajadores o al pueblo, no puede escurrir el bulto frente a líneas del partido que vayan en contra de esos sectores. Si hay contradicción hay que decidir por los trabajadores y el pueblo.
Es una disyuntiva ética y política. No hay otra forma de lealtad con los trabajadores y el pueblo.