¿Quién gobierna el mundo?

Una gran cantidad de libros y artículos sobre globalización, corporaciones globales e imperio se ha publicado sin que exista la más mínima noción de la estructura real del poder mundial. El análisis de un estudio reciente del Financial Times (suplemento, 10 de mayo de 2002) sobre las 500 compañías más grandes del mundo, con base en criterios de valor, país y sector, viene a poner fin al debate en torno a la globalización del imperio o imperialismo. El Estado-nación, en este caso los estados imperiales, no sólo están lejos de desaparecer, sino que además son cruciales para identificar y entender los centros neurálgicos del poder político y económico.

Casi 48 por ciento de las empresas y bancos más importantes del mundo son de Estados Unidos y 30 por ciento son de la Unión Europea; solamente 10 por ciento pertenece a Japón. En otras palabras, casi 90 por ciento de las corporaciones más grandes que dominan los sectores de la industria, los bancos y el comercio son estadunidenses, europeas y japonesas. El poder económico se concentra en estas tres unidades económicas geográficas, y no en conceptos vacíos como "imperio" sin imperialismo o corporaciones multinacionales "sin territorio". Dentro de este sistema el poder económico imperial de Estados Unidos sigue siendo dominante. Esto resulta claro si examinamos de cerca los sectores económicos clave.

Cinco de los 10 bancos principales son estadunidenses, así como seis de las 10 empresas farmacéuticas y biotecnológicas, cuatro de las 10 compañías de gas y petróleo más importantes, nueve de las 10 compañías líderes de seguros y nueve de las 10 principales empresas generales de comercio al por menor. El sector de las aseguradoras es el único en el que la Unión Europea se lleva la mejor parte del pastel con respecto a Estados Unidos (por un margen de cinco a cuatro). El poder imperial estadunidense está diversificado a lo largo de varios sectores económicos, pero particularmente la fuerza dominante la tienen en las finanzas, la industria farmacéutica y biotecnológica, de la información y el software, y el comercio al por menor. Dicho de otra forma, las gigantescas compañías estadunidenses poseen una red poderosa que controla los sectores de la "nueva economía", las finanzas y el comercio. La concentración del poder económico de Estados Unidos se hace más evidente si se consideran las 10 principales empresas del mundo: 90 por ciento son de origen estadunidense; de las 25 principales, 72 por ciento son propiedad de Estados Unidos; de las 50 más importantes, 70 por ciento son de ese país, y de las cien líderes, 57 por ciento también.

Africa y América Latina brillan por su ausencia en la lista. Y los llamados "tigres asiáticos" cuentan con tres empresas en la lista de las 500 más grandes, esto es, contribuyen con menos de uno por ciento.

Las implicaciones de esta concentración del poder son relevantes.

Ningún país del denominado Tercer Mundo puede darse el lujo de "liberalizar" sus mercados, ya que Europa y Estados Unidos se lo impiden debido al control que logran ejercer con la superioridad y concentración de sus recursos. Así pues, es falso el argumento liberal según el cual el libre comercio aumentará los niveles de "competitividad" de las economías en vías de desarrollo. En segundo lugar, la concentración del poder no es meramente producto de la eficiencia, la gestión y el knowhow, sino que es resultado directo de las políticas estatales de Estados Unidos y Europa. Por ejemplo, el Congreso de Estados Unidos acaba de aprobar (mayo 2002) un monto de 182.28 mil millones de dólares para subsidiar la agricultura estadunidense durante la próxima década, en contradicción con las propuestas de "libre comercio" que Washington tanto gusta defender. Las implicaciones para los tomadores de decisiones en el Tercer Mundo son claras: deben proteger y subsidiar a sus productores privados o públicos para compartir el pastel de los mercados, dentro y fuera de sus países, tal como los poderes imperiales lo hacen.

La concentración del poder económico mundial en las empresas y los bancos de Estados Unidos y, en menor medida, de la Unión Europea no significa que los mercados mundiales son competitivos, sino que en buena medida son definidos por los monopolios de ambos poderes que los do-minan. Los flujos financieros, farmacéuticos, software y de seguros los determinan las 10 empresas líderes de origen estadunidense y europeo. Los mercados mundiales se en-cuentran divididos entre 238 empresas y bancos estadunidenses y 153 europeos. Esta concentración de poder es la que imprime a la economía internacional su carácter imperial, junto con los mercados que controlan las materias primas que se roban (80 por ciento de las principales compañías petroleras y de gas son de propiedad estadunidense o europea) y el trabajo que explotan.

La idea del movimiento antiglobalización de que "otro mundo es posible" debe enfrentar esta monopolización del poder y los países imperiales que la defienden. La única manera de democratizar la globalización es socializar estos gigantes monopolios donde quiera que operen, o bien soportar la presión económica y las amenazas que tanto perjudican a las economías locales.

Los países imperiales, particularmente Estados Unidos, tienen serias dificultades para sostener su imperio por diversas razones. El costo militar es una de ellas. El presupuesto militar de Estados Unidos ha au-mentado en casi 20 por ciento para 2002-2003 y las reducciones en los impuestos de los ricos que estimulan las inversiones foráneas han conducido a un déficit presupuestario y a mayores recortes en el gasto social, todo lo cual conlleva desestabilización fi-nanciera y política. Más importante aún, la concentración del poder económico en empresas y bancos de Estados Unidos se ha basado en las inversiones extranjeras, las ganancias y las rexportaciones hacia Estados Unidos vía los subsidios. El resultado es que el creciente imperio económico proyectado en el exterior ha afectado negativamente la balanza de pagos estadunidense, de tal manera que el déficit comercial de este país en este año se acerca a los 500 mil millones de dólares.

La economía de Estados Unidos depende esencialmente del flujo masivo de fondos provenientes de los inversionistas del exterior para financiar ese déficit. En otras palabras, a medida que el imperio crece, la "república" se hunde en crisis más profundas, alejada de sus empresas competitivas e incapaz de limitar las importaciones de bienes de consumo. Esta contradicción no puede resolverse fácilmente debido a que el liderazgo político está totalmente comprometido con la construcción de su imperio y la única concesión que está dispuesto a hacer a su economía interna es darle más subsidios y más protección. Esto no hace sino incrementar la tensión y los conflictos con sus competidores imperialistas en Europa y sus regímenes clientes de exportación en el Tercer Mundo.

La solución que ofrece el gobierno de George W. Bush a esta contradicción que existe entre el crecimiento imperial y la decadencia interna es la conquista de países ricos en recursos vitales. La presencia de Washington en la zona petrolera del Caspio o sus planes de invadir a Irak son parte del plan de extraer riqueza para financiar el déficit. El Acuerdo de Libre Comercio para las Américas forma parte de esta estrategia: al monopolizar los mercados latinoamericanos Estados Unidos puede reducir sus déficit comerciales y capturar sectores financieros y comerciales jugosos. El Plan Puebla-Panamá es el prototipo de esta nueva estrategia imperial; se trata de incrementar las exportaciones estadunidenses directamente a México, mientras que las maquiladoras se trasladan a mercados laborales más baratos en China, Vietnam, e India.

Si bien es cierto que el control imperialista de Estados Unidos es todavía una realidad, lo cierto es que los fundamentos de este poder son frágiles y se enmarcan en un orden mundial sumamente polarizado. La emergencia de movimientos anticapitalistas masivos y una caída del dólar pueden eventualmente provocar la caída del imperio.



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James Petras - La Jornada


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