América latina busca la manera de afrontar la restricción externa. La desaceleración de la economía mundial dura ya casi una década. El consumo sigue sin recuperarse. La productividad está estancada. La expansión monetaria de los países centrales no ha logrado reactivar la economía real. La deuda global triplica al PIB mundial. La financiarización se propaga en forma imparable. La economía ficticia es la que domina a la real. Una encrucijada que tiene en jaque incluso al orden dominante.
¿Qué puede hacer la periferia latinoamericana para afrontar esta situación tan adversa? Algunos países, de signo conservador, lo tienen claro. Por un lado, la restricción externa se traslada instantáneamente en mayor restricción interna: menos derechos sociales, venta de activos a cualquier precio, más desempleo y peores salario, y en consecuencia, caída de la demanda interna. Y por otro lado, en su relacionamiento exterior, aceptan las reglas impuestas desde afuera, y acentúan patrones de intercambio desigual muy desfavorables. Más importaciones de bienes acabados, sea con alto valor agregado o no; y se achica la base exportadora cada vez más circunscrita a materias primas. Un deja vu que se repite una y otra vez provocando así que el proceso de desindustrialización sea absolutamente irreversible.
El verdadero desafío está en el otro bloque, el progresista, que renuncia a las políticas neoliberales de finales del siglo pasado. No acepta recortes sociales ni políticas laborales que incrementen el desempleo ni bajen los salarios. He aquí el nuevo dilema de época: cómo sortear un frente externo adverso sin que exista contagio puertas adentro. La ecuación no tiene fácil solución.
Lo habitual es apelar a la necesidad de aumentar la producción nacional. Es tan cierto como complicado en el corto y mediano plazo. ¿Por qué? Porque existe un mundo económico que produce globalmente, que fragmenta geográficamente su proceso productivo; y que conserva además el dominio del valor agregado bajo una supremacía tecnológica amparada en sus propias reglas de propiedad intelectual. Producir requiere un knowhow que no siempre está al alcance de la periferia. El capitalismo central se ocupó concienzudamente de impedir que esto ocurriera.
Pero también se necesitan insumos productivos que son elaborados afuera. De nada sirve poner el sello nacional a un bien si se ha importado todos los factores productivos necesarios. Ensamblar es una opción puntual y temporal para determinados sectores, pero no puede ser el eje central del cambio de la matriz de productiva. En economía de poco vale hacer trampas al solitario. Al final de cuentas, todo se sabe.
Es por ello que quizá sea necesario planificar quirúrgicamente el tránsito hacia el nuevo modelo productivo. Por etapas, por sectores, conociendo la verdadera capacidad instalada, identificando una matriz de dependencia importadora de insumos productivos, y considerando cuál es la competencia externa para cada rubro. Seguramente, hay bienes que exigen por soberanía ser producidos casa adentro a pesar que se pueda importar más barato; pero habrá otros que no tiene sentido comenzar a producirlos en una primera fase si éstos pueden ser comprados desde el exterior más baratos. Es todo un equilibrio complejo que exige superar el tradicional y cepalino modelo de sustitución de importaciones. Este ha de servir de inspiración, pero no vale de nada si se copia y pega debido a que estamos ante una economía global completamente diferente a la del siglo XX.
Pero el éxito de las políticas productivas exigen de grandes transformaciones en el resto de políticas económica. Es todo como un acordeón que nos obliga a repensar a la economía como un todo y no como si fueran partes compartimentadas. La política tributaria, tal como escribiera Nicolás Oliva en CELAG, ha de ser otra para superar la caída de los ingresos por venta de materia prima por caída de sus precios. Es necesario simplificar los sistemas para que sean más eficientes recaudatoriamente sin perder de vista los principios de progresividad. Y lo que resulta fundamental además es identificar las nuevas fuentes de riquezas que siguen estando exentas como si no existieran. Tenemos todavía estructuras tributarias del siglo XX que son incompatibles con los modelos económicos vigentes en el siglo XXI.
Lo mismo ocurre en clave de política cambiaria. Guillermo Oglietti, también en CELAG, escribió hace poco que los modelos de desarrollo en los países periféricos exigen modificar la relación cambiaria con las monedas hegemónicas. El tipo de cambio es una de las pocas variables que pueden utilizar para estimular la competitividad externa y promover sus exportaciones e inserción comercial internacional en forma más favorable. En cierto sentido, el gran reto es buscar mecanismos para evitar que la dolarización se imponga de facto en la mayoría de países en América latina.
Y por último, no se puede olvidar el gran actor invisible: el sistema financiero. Si este sigue otorgando tasas de rentabilidad altas por dejar el dinero sin trabajar, entonces, difícilmente el ahorro se canalizará hacia actividades económicas productivas. Véase el caso de Argentina como un instrumento financiero, las Lebacs, letras del tesoro para financiar el déficit fiscal, ha logrado ser el preferido como destino de toda la inversión extranjera. Lo mismo ocurre con el negocio de la deuda que resulta muchísimo más rentable que cualquier tarea productiva. La política financiera ha de tener en cuenta que hay bancos actualmente tan poderosos que son más determinantes que cualquier Banco Central.
La nueva economía heterodoxa latinoamericana tiene estos y muchos otros desafíos. Nuevas preguntas que exigen nuevas respuestas ante un escenario externo adverso y que asfixia. Una opción, la salida de siempre, la neoliberal explicada en clave de economía neoclásica que ha demostrado ser ineficaz e injusta. La otra opción está por construirse ahora que el viento de cola cesó y ahora sopla de cara.