En un momento de mi vida, vi en el Che al Francisco de Miranda de nuestros días. Salvando el elemento temporal que obviamente se interpuso entre ambos, se me parecieron igualitos. Se me antoja, aún, que Ernesto Guevara calza los puntos para superponer su imagen frente a la del Precursor de nuestra independencia. Llegué a preguntarme, si pudo haber sido fans del caraqueño que regó su valentía en diferentes latitudes aunque –en honor a la verdad- nunca me topé con testimonio alguno que así lo confirmara. Hasta donde he leído, Guevara no menciona ni una vez al espadachín capitalino que como él me enseñaron que no es Patria donde se nace, sino en la que se lucha.
Desafiando la censura oficial, crecí atento a las historias del nacido en Rosario en 1928. Sí, en plural, porque la de "Ernestito" son varias las historias o facetas que arrancan la envidia de quienes amamos la justicia sobre cualquier milímetro de tierra ocupada. Imposible olvidar cuando escuché su voz por primera vez. Vale el lugar común "me sentí realizado" y años después cuando la tecnología telefónica nos invadió, el tono que programé para que avisara la entrada de alguna llamada fue el fragmento de la Segunda Declaración de La Habana que pronunció en la ONU en diciembre de 1964.
No murió aquel 9 de octubre de 1967, en Bolivia. En lugar de ello, a partir de ese día, desde la humilde escuelita de La Higuera la lucha por el anhelado mundo posible cobró otro carácter. La venganza contra el imperio que ordenó su ejecución se multiplicó alistando ejércitos y multitudes guevaristas, que sin miedo ni rendición enfrentan a diario el monstruoso acoso del capital derrotándolo en numerosas ocasiones y asimilando la derrota, cuando de eso se trata.
Hasta la muerte, seremos practicantes de sus postulados. Fiel a sus lecciones y ejemplos, no hemos cedido ni cederemos "ni un tantito así" en el combate contra el opresor.
¡Chávez y el Che viven…la lucha sigue!
