El 20 de mayo de 2018 será –políticamente hablando- inolvidable al menos en mi vida. En esa sagrada fecha, como el 30 de julio del pasado año, dimos al mundo y muy especialmente al imperio una lección de dignidad como pueblo. Reelegimos a Nicolás Maduro como presidente de la indomable República Bolivariana de Venezuela.
Pero el 20 de mayo será también inolvidable por otra razón. Lamentable, si se quiere. Preocupante. Aberrante, incluso. Incomprensible, desde mi punto de vista. No habían transcurrido 24 horas del indiscutible triunfo del Presidente Obrero cuando su victoria y la participación del electorado era cuestionada por compañeros y compañeras que –entiende uno-, están "de este lado".
Como abejas furiosas, se volcaron contra los resultados. Parecieron cuestionarlos. Fueron implacables. Desmeritaron el 46% de quienes concurrimos a los centros electorales. Se pasaron por el forro el 68% de quienes barrimos con las pretensiones de quienes soñaban con doblegarnos, ante los talones lacayos de los ideólogos de la dolarización y la "ayuda" humanitaria. Nada de ello les valió.
Al cesto lanzaron la realidad, por ellas y ellos muy bien conocida, del significado de ese ejemplarizante 46% en el que estuvimos representados revolucionarios y contrarrevolucionarios; poco les importó la trascendencia de la actitud comicial, de quienes nos tomamos muy en serio la comprensión de la palabra "proceso"; al carajo mandaron el valor de que casi la mitad de la población haya votado, a pesar de tener el estómago pegado del espinazo y ser víctima diaria de la escasez programada de medicinas producto del bloqueo que ellas y ellos saben que existe.
Irónicamente, Javier Bertucci, Reinaldo Quijada, Claudio Fermín y Copei accionaron en sentido contrario. Reconocieron la inobjetable avalancha de sufragios del gallo del pueblo. ¡A lo que han llegado!
Con "camaradas" así, ¿para qué quiero a Trump como enemigo?
¡Chávez vive…la lucha sigue!