Suenan las campanas anunciando la navidad, la despedida del viejo año y la bienvenida del año nuevo. Tiempo de pausa, de evaluación de nuestros actos, de compromiso de no cometer los errores en los que hemos incurrido, y edificar en nuestro pensamiento y las acciones que nos tocan, nuestro porvenir inmediato. Ese futuro que sigue no es sólo mío, sino que está asociado a la gente con la que vivo y a la sociedad militar a la que le he dedicado mi vida.
Desafortunadamente, los presagios que embisten a nuestra República no son para nada alentadores. La banda que administra al estado venezolano está ofreciendo nuestro territorio como centro de ensayo de guerra a los complejos militares industriales de mayor poder de fuego en el mundo. Esto es una irresponsabilidad que no se sabe cómo se puede calificar. Es inaudito que estemos cerrando el año con la presencia, hace pocos días, de aeronaves de guerra TU-160 y Antovov.
La guerra en territorio de Irak, mediante la cual se destruyó para siempre buena parte de la cultura que se levantó entre el Tigris y el Éufrates, se desarrolló y culminó en un territorio ajeno a las dos potencias que tienen la tecnología de punta en el arte de la guerra. Ninguno de los ejércitos que poseen tal desarrollo armamentístico, se atrevía a probar sus armas en el propio territorio en el cual se fabricaban, pero no hubo dudas de la realización de ensayos en el Golfo Pérsico-Arábigo o lo que se llamó, la guerra caliente de Irak.
Por estos días, y desde hace un buen tiempo, se sucede una situación parecida en Siria. Este país está convertido en el laboratorio, por excelencia, para experimentar el armamento de aire, mar y tierra de los países más desarrollados en materia misilística y aún, por corroborar, en la industria química de destrucción. Las pérdidas de vidas y el número de heridos se cuentan por miles. Además, esto ha traído por derivación, que allí se produzca el fenómeno migratorio de mayor importancia en el planeta.
A los venezolanos nos toca parar estas políticas desquiciadas de la banda de orates que nos gobiernan. Causa indignación y tristeza que la negligencia ostensible y la inobservancia manifiesta de las normas internacionales que orientan estos delicados asuntos, nos lleven a ofrecer nuestro territorio como espacio de verificación de armamento nuclear. Las consecuencias que viviría nuestra población sería devastadora. Yo guardo la esperanza fundada de que mis compañeros de armas, no se presten a impulsar los disparates de los irresponsables.
Se subleva aún más nuestro espíritu, cuando las circunstancias que rodean estos hechos, encuentran a unas tropas desmoralizadas, con un número importante de presos sin justificación, a quienes no se les sigue juicio, y tienen condena predeterminada. A muchos de ellos se les ha dispensado un trato inhumano, cruel y degradante, y hasta tortura. Otros están seguidos y perseguidos pero todavía en territorio venezolano, sin embargo, hay una porción importante que está fuera del país viviendo las penurias del exilio. En estas condiciones que han prevalecido en la República, hombres de armas han caído muertos y es imposible olvidarlos.
Por estas horas, y aun bajo estas circunstancias adversas, la fuerza armada vive el regocijo de la navidad. Esperamos al Niño Dios y sus anuncios de nuevos y buenos días. Cantamos aguinaldos, gaitas y parrandas que expresan nuestro júbilo por un porvenir que nos depare la paz en nuestros corazones, la prosperidad de nuestro pueblo, y la felicidad de nuestra sociedad envuelta en la pascua del nacimiento. A pesar de todo, los presos, exiliados, y familias de los caídos, anidan la navidad. En nuestra Venezuela se acerca un nacimiento o renacimiento, y yo lo asocio a la interioridad viva de cada compañero de armas, y a la luz que se forma en la intimidad de nuestro venezolanísimo mundo militar.
Un sentido abrazo de navidad.