Desde el primer momento que escuché Pedro Navaja, eso hace muchos años, me asaltó la idea de hacer este comentario. No lo había hecho porque me parecía intrascendente y porque en muchos espacios y entre personas, lo de plagiar o copiar la obra de otro, no es delito ni siquiera moral. Todo lo contrario, si el plagiario logra que su plagio pegue entre el público grueso y eso se traduzca en fama y dinero, habrá alcanzado el éxito y hasta la felicidad aunque sea a costa de otro, quien posiblemente nada de eso alcanzó en su tiempo. Y además, porque sé mis limitaciones y no soy quién para tal osadía.
Fui un pobre afortunado. Salí de Cumaná muy joven, como solemos decir casi con una mano adelante y otra atrás, pude entrar a estudiar en la UCV, sin terminar ninguna de las dos carreras que allí inicie por los avatares de nuestra vida entonces, pobreza, conflictos y privaciones derivadas de la lucha armada y la represión gubernamental de entonces y, entre otros sitios, pude vivir en una de las residencias de esa institución. Hice amigos maravillosos, siendo apenas un muchacho, como Lautaro Ovalles, su hermano Caupolicán el poeta de ¿duerme usted señor presidente?, Ramón Palomares, Denzil Romero, Rómulo Henríquez Navarrete, Julio Escalona, Américo Martín, mi hermano Moisés Moleiro, Helí Colombani, Vladimir Acosta y una larga lista que se haría interminable. Por eso supe del "Techo de la Ballena" y pude hasta presenciar muchos de los debates que ese grupo solía dar en los espacios habituales de Sabana Grande, donde hasta aprendí a comer repollo agrio, costumbre que todavía conservo por aquel restaurant- Bar llamado Paprika, frente la Plaza Venezuela. De uno de esos debates hasta el amanecer, al final, por la distracción usual que prevalecía al final entre quienes debatían, quedó en mis manos un libro de literatura hispanoamericana, firmado por todos los intelectuales asistentes, particularmente por Orlando Araujo, quien esa noche fue centro de atención y redactor del texto que hay en el libro dirigido a Caupolicán Ovalles, por su regreso a Venezuela después de haber ido a Colombia a refugiarse de la persecución política por aquella tremendura del poema antes mencionado.
En esos tiempos, por primera vez, vi una puesta en escena de la obra teatral "Opera de los tres centavos" del célebre dramaturgo alemán Berthold Bretch y musicalizada por Kurt Weill, en el espacio del aula magna de la UCV, dirigida por el entonces novel director teatral venezolano Alberto Sánchez; aquel ritmo lo asocié en mi joven memoria a la música que las películas de Walt Disney ofrecían mientras en la pantalla desfilaban sapos que supuestamente aquella ejecutaban y se escuchaban las maravillosas y cadenciosas voces roncas de solistas y encantadores coros. Películas que solía ver en los cines de la encantadora ciudad oriental donde nací y me formé. Estaba aquella musicalización de Weill, para la "Opera de los tres centavos", ligada al portento musical nacido a la orilla del río Mississipi. Era en buena parte Jazz, la misma música que cantaban los sapos de Disney, estando por detrás las figuras de genios musicales como Louis Armstrong. El racismo del país que acogió a Disney, se negaba a reconocer y hacer público ante el mundo que los creadores y ejecutantes de aquel portento musical, uno de los grandes aportes de EEUU a la cultura del mundo, eran negros de la orilla del Mississippi y de los alrededores de Nueva Orleans.
El propio Louis Armstrong grabó con su orquesta aquella canción sobre "Mackie Navaja", donde con ronca pero encantadoramente cadenciosa voz canta, lo mismo que da inicio a la obra de Brecht:
"Los caimanes tienen dientes que no tratan de esconder";
pero Mackie no nos muestra su navaja".
La intención de Brecht con esa letra es por demás conocida y cualquiera sabe quiénes son esas bestias que alude el dramaturgo alemán y quién es Mackie y cuál su navaja. Lo importante por ahora es el verso y recordar que la obra fue estrenada en 1928, hace 91 años. Por supuesto Rubén Blades, como dicen en mi pueblo como poéticamente, "ni siquiera pensaba nacer".
En 1978, cincuenta años después del estreno de "La Opera de los tres centavos" y 20 años también que yo viese por primera vez esa obra en el Aula Magna, Rubén Blades estrenó su Pedro Navaja, dentro de una obra mayor, junto con Willie Colón, en el cual canta:
"Por la esquina del viejo barrio lo vi pasar
con su tumbao que tienen los guapos al caminar
Las manos siempre en los bolsillos de su gabán
Pa´ que no sepan en cuál de ellas lleva el puñal."
Pareciera que entre el "Pedro Navaja" de Blades, el de 50 años después, y el "Mackie" de Bretch, hay enormes diferencias en cuanto al simbolismo del personaje y la intención del compositor al enjuiciar el mundo que les rodea, pero ¡cuánto de parecido hay en las formas! Como lo hay en eso que los expertos llaman la salsa, o género musical latinoamericano, que hasta se hizo en buena parte estadounidense y sobre todo "neoyorquino", en la obra de Blades, de lo que Weill puso al drama de Brecth.
Veamos algo más, dice Brecht:
"Los caimanes cuando matan rojos quedan por demás;
Pero "Mackie" lleva guantes. ¿Quién su crimen notará?"
"Mackie", además de no mostrar su navaja, como Pedro que la esconde en el gabán – léalo usted lector al revés – lleva guantes, unos tan grandes y capaces de ocultar, como el Estado mismo. Para Brecht, "Mackie" no es un simple hombre peligroso, no es un delincuente vulgar, es algo descomunal.
Blades, como ya dijimos, 50 años después dice de "Pedro Navaja:
"Usa un sombrero de ala ancha de medio lao"
y zapatillas por si hay problemas salir volao
lentes oscuros pa´ que no sepan que está mirando
y un diente de oro que cuando ríe se ve brillando".
El personaje de Blades, de acuerdo a su descripción, sobre todo lo de "salir volao" y el "diente de oro", sugiere un delincuente de "siete suelas", de baja estirpe. El de Bretch no. Pues según el dramaturgo alemán;
"Samuel Maier y otros ricos nadie sabe dónte están;
Mackie tiene sus riquezas, ¿pero quién lo probará?"
El "Mackie Navaja" de Bretch nunca saldrá volando, no habrá quien le derrote y menos intimide. No es nada vulgar. Y aquella pregunta de Brecht en la "Opera": "¡Quién es un criminal mayor? ¿El que roba un banco o el que funda uno?"
Hay diferencias en cuanto a los personajes, pero en la forma, en la letra y en la música, como que demasiadas coincidencias. Kurt Weill, el musicalizador, montó la obra sobre un tema musical influido en buena parte por el jazz del Mississippi. Eso parece habitual en la música. Del tema musical poco sé. Pero eso sucede y hasta parece valedero. El tema musical de Blades tiene eso que un amigo llamo "un tono" de jazz con salsa o un ligero contoneo. En eso no me meto. Para algunos expertos, salsa es un término convencional que sirve para calificar a buena parte de la música caribeña.
Lo que me ha llamado la atención es el texto, llamémoslo poético. Los personajes son distintos y distintas las intenciones de quienes los escribieron. Pero tan distintos que como que se parecen demasiado en la forma. El "Mackie Navaja" de Brecht, "Tiene sus riquezas", "lleva guantes" y el autor sabe que nadie probará sus crímenes. El "Pedro Navaja" de Blades es un pobre diablo de esos que pululan en el mundo y en New York, que anda tras la caza de una infeliz mujer que busca clientes en horas de la noche. Pero "Mackie Navaja", mata tantos como que en "la margen del río muere gente por doquier" .Y nadie sabe quién ni cómo. Tanto que se preguntan: "¿Es la peste?"
Pero en lo formal, algo así como en la parte de arriba, ¡cómo se parecen ambos textos! Pudieran ser coincidencias, pese esos 50 años de distancia. ¿Pero si no las son? ¿Cómo hace uno para creer?
Brecht, como Blades, una vez vivió en EEUU. Allí organizó muchas actividades entre los inmigrantes, pero tuvo que salir huyendo, bajo el acoso por sus ideas, como esas de imaginarse a un "Mackie Navaja" con guantes, muy rico y poderoso, que mataba gente por montones y gozaba de absoluta impunidad. Era cosa de la peste. Allí donde vive Blades, a Armstrong, pese su enorme talento y descomunal aporte, no le reconocieron de acuerdo a lo que vale y menos a Brecth. En eso, el latino Blades, ha sido más exitoso. Y por eso, quizás, siendo justo y hasta agradecido, dice lo que dice. Sus razones tiene.