El nuevo objetivo: militares y pueblos indígenas

El 22 y 23 de febrero de 2019 quedarán para la historia contemporánea de Venezuela como fechas icónicas de una de las más difíciles batallas que ha dado el gobierno bolivariano y el pueblo venezolano ante el feroz asedio de Estados Unidos con sus países "satélites". Fue un loco fin de semana que concluyó con medio país pendiente de los premios Oscar y el festival de Viña del Mar. El lunes 25, Nicolás Maduro amaneció en el Palacio de Miraflores, como el presidente legítimo y constitucional de Venezuela, y el autoproclamado se quedó del lado colombiano.

Los 5.161 kilómetros de frontera terrestre estuvieron bajo una seria amenaza, orquestada por Donald Trump y recubierta de música "injerencista" como calificó el cantante británico Roger Waters al templete montado del otro lado del paso fronterizo de Ureña, estado Táchira, a la altura del puente Las Tienditas.

Esos días la superabundancia de información, la hiper-emoción que se desató con los figurones del entertainment gringo, creó lo que Ignacio Ramonet llama el "efecto biombo" que exhibe una parte de la noticia pero oculta lo que está pasando del otro lado, como cuando ocurrieron los eventos de Rumania y Panamá, el 20 de diciembre de 1989, ambos provocados por EEUU. Las grandes cadenas norteamericanas se enfocaron en Rumania y ocultaron premeditadamente la invasión a Panamá. Entonces el mundo estuvo pendiente de las calles de Bucarest mientras, de este lado del mundo, se estrenaron armas para dominar y masacrar al pueblo panameño, y se le arengaba en un idioma extraño.

Así pasó el 22 y 23 de febrero: todo el interés mediático estaba del lado colombiano y poca información se tenía desde el paso fronterizo Venezuela-Brasil y por eso era relativamente sencillo montar las llamadas "fake news". Allí se registraron los lamentables sucesos que provocaron la muerte de indígenas en un hecho que aún está en investigación.

Pronto la oposición sacó partido de la muerte, como es su costumbre, y entonces volteó la mirada hacia los indígenas. De pronto, le surgió un profundo amor por el pueblo Pemón al cual no solo han ignorado por siglos, sino discriminado y despreciado. En 1999 el presidente Chávez saldó parte de esa deuda social al reconocer sus derechos en la Carta Magna, luego de un encendido debate en la Constituyente.

El otro sector que han vilipendiado, mancillado y desprestigiado es el de los militares que ahora emerge como factor estratégico para quebrar la lealtad al gobierno del presidente Maduro y así facilitar su derrocamiento. Los medios hablan de 600 deserciones, pero pocas se han documentado, y difunden videos altamente emocionales que muestran a policías y guardias venezolanos llorando al llegar a suelo colombiano, después de huir por las trochas. Ahora "se le cuadran" al presidente de un país imaginario. ¿Qué harán esos funcionarios? ¿Será posible que ahora son pichones de paramilitares?

Caben otras preguntas: ¿serán lo suficientemente leales los indígenas? ¿Realmente se sostiene la revolución bolivariana solo por los militares? ¿No ha sido suficiente el trato privilegiado al ámbito militar? ¿Resistirán la tentación? ¿Se ha prestado atención a los pueblos indígenas?.

Se impone la reflexión, la necesidad de un trabajo político que fortalezca la moral revolucionaria, que la "descosifique" para que la lealtad se construya sobre principios sólidos y, por parte del gobierno, urgen políticas públicas que satisfagan demandas sociales especialmente en el caso de nuestros indígenas a los cuales, me atrevo a decir, no se les ha tratado tan bien como a los militares. Quizás ambos sean sectores vulnerables.

No hay que cantar victoria. A pesar del contundente triunfo del 22 y 23 de febrero, el peligro persiste…



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Luisana Colomine

Profesora de géneros periodísticos y periodismo de investigación en la Universidad Bolivariana de Venezuela (UBV). Comunista.

 @LuisanaC16

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