En días recientes, el continente americano ha sido testigo de unos de los acontecimientos históricos más relevantes de los últimos tiempos, donde el pueblo soberano se ha constituido en el principal protagonista.
Me refiero a la derogatoria, el pasado domingo 13 de octubre, del fatídico decreto 883 promulgado por el Presidente de Ecuador, Lenín Moreno, cuyo logro echa por tierra la pretendida implementación de un paquete de medidas económicas antipopulares, a todas luces violatorias de los derechos humanos más fundamentales.
Este paquetazo diabólico incluía la eliminación del subsidio al combustible, la reducción del 20% en los contratos ocasionales renovados y la disminución de 30 a 15 días del período vacacional para la clase obrera, menoscabando así las conquistas económicas y sociales que con tanto esfuerzo se alcanzaron en los últimos años, durante el mandato del expresidente Rafael Correa.
En el transcurso de 10 largos días, el pueblo de Ecuador batalló cuerpo a cuerpo contra las fuerzas de seguridad que, sin medir consecuencias, atentaron vilmente contra la libertad de manifestación y de expresión de miles de ciudadanos y representantes de movimientos indígenas y laborales, que se niegan a vivir las próximas décadas bajo el yugo del Imperio norteamericano, pues para nadie es un secreto que el Fondo Monetario Internacional (FMI) tiene su cuota de participación en el actual Gobierno ecuatoriano y es el artífice de este paquetazo neoliberal.
No se puede hablar de Gobierno democrático, cuando al fragor de las protestas los medios de comunicación, entre ellos Telesur, fueron censurados y bloqueados creando un blackout informativo, con el único propósito de que los propios ecuatorianos y el resto del mundo no pudieran conocer lo que estaba ocurriendo en la nación suramericana.
No hay duda que la presión social, como resultado de la organización popular con metas bien definidas, ha sido y continúa siendo la clave de las luchas revolucionarias y del logro de los objetivos planteados. La autodeterminación de los pueblos, sobre todo de las etnias indígenas, se alza una vez más como el estandarte que dirige los destinos de un país.
Pero el pueblo de Ecuador no está solo. Como sabiamente lo decretó el Libertador Simón Bolívar hace más de 200 años, en alianza perfecta con nuestro insigne Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre, y ratificado por el ideal bolivariano del Comandante Eterno Hugo Rafael Chávez Frías, la América toda es una sola nación, un solo pueblo hermanado bajo un mismo objetivo: Vencer la injerencia imperial norteamericana que pretende, sin ningún éxito, apoderarse de nuestras riquezas.
Desde el estado Sucre en Venezuela, felicitamos y nos solidarizamos con nuestros hermanos ecuatorianos, y les decimos que aquí también hay un pueblo aguerrido, por cuyas venas corre sangre aborigen que, al igual que ustedes, jamás se doblegará ante ninguna potencia extranjera. ¡Somos Hijos de Bolívar, Sucre y Chávez, somos pueblo de paz y revolución! ¡Juntos venceremos!