Este es un viejo cuento sobre el General Francisco de Paula Santander, sabido por totori mundachi, callado por unos y otros, pero, como poco creo en el sentido común, empecé a denotar su sal y pimienta, un día domingo de abril del año 2002. Viviendo en este umbral, de amor y odio, característico de toda frontera de la vida, los arboles no me permitían denotar todo el bosque.
Después de que Miguel Mora Gelviz mencionara a Francisco de Paula, la almohada, cada madrugada me pellizcaba, incitándome a escribir. Como, quien me había metido en este embrollo del prócer en cuestión, era Miguel, me fui un día a buscarlo. No sabía su dirección, pero el primo Atilio Mora, vecino cercano, de seguro lo sabía. Dirigí mis pasos, crucé la cuadra y ahí él estaba, cambiando sus bolívares por cerveza. Al preguntarle sobre lo requerido, titubeando me dijo que apenas se recordaba, que, siendo muy chiquito, su mamá lo había llevado a la casa del tal Miguel, tomándose un trago, aclaró: "ese vive en Pueblo Nuevo"; barriada hoy, vieja aldea del ayer.
Tomamos rumbo, cruzando una calle aquí y otra más adelante, para escapar de un tráfico sin soluciones, que desafía la inteligencia de algunos de nosotros y de la gobernabilidad, intentábamos llegar. Me mostraba sus dudas, si era por aquí o por más allá, flaqueaba en si llegaríamos o no, ya que apenas él lograba los seis años cuando vino por esos lados, pero no se equivocó, conseguimos la casa, tenía una identificación inequívoca "Mora Mora". Hicimos el gasto respectivo del saludo, entramos en conversa y caímos en el cuento de su padre Amadeo Mora, de su huida hacia Ricaurte, de cómo ellos habían nacido en Colombia y a los poquitos días, asentados en Venezuela. Su historia, mostraba la historia de todos aquellos, que, huyendo de los años bisiestos y el largo misterio de los pobres, llegaron o se vinieron de los lados de Ricaurte y San Faustino.
Entre dimes y diretes, fue surgiendo la genealogía, los haceres, el aroma de una frontera, un umbral que motiva a ser cruzado, hoy, igual que ayer.
Tomé el libro de Abuelos de Las Nieblas, de mi autoría y, le mostré el trabajo que se había hecho al respecto. Se buscaron las páginas correspondientes a lo de Blas Mora, en donde se hablaba de su abuelo y de su padre Amadeo Mora, todas referentes a la frontera. Le mencioné con agrado uno de los cuentos, de los tantos cuentos que me echó mi madre en esas hermosas tardes, de esas tres de la tarde que solos, solitos, disfrutamos como hijo y madre, entre pan y café con leche, en el llamado "puntal", hoy merienda.
Alli en esas líneas que sólo yo leo, ella cuenta que, en muchas mañanas, en los años de 1920, su hermano Ángel María la encontraba mirando hacia el norte, hacia lo alto de la montaña, a la cual muchas veces corrían y, en la propia cima, sobre una raya imaginaria de frontera, su hermano Silverio y ella creían tener los poderes mágicos de los dragones y desafiaban a sus vecinos imaginarios. Peleában discutían sobre la real ubicación de la raya centinela que separaba a Colombia y Venezuela. Que, si este árbol o aquel era el que separaba el silencio de la niebla, o era la piedra o aquella otra, quien aislaba la agonía de una frontera que se alzaba por encima de nosotros, toda una juguetería de ideas, hasta que los gritos de Ernestina nos sacaban de nuestro abobamiento y en vertiginosa carrera bajábamos de la montaña de sueños, en donde en juerga de niños, nos motivábamos y abatíamos al enemigo. Pasábamos raudos por donde los Tapias, Las Suárez, cruzábamos la quebrada y casi militarmente nos le presentábamos a nuestra hermana. En chanza, le decíamos "Sion, hermana" y ella circunspecta, contenida, para no darnos unos coñazos, nos mostraba un azadón y nos amonestaba, "que bendición del coño pendejos, a trabajar toches".
Su hermano Ángel contaba, que un día vino gente de Lobatera y rompieron la niebla, mataron los caminos, enderezaron los vericuetos, trazaron líneas, ojearon el horizonte, encaminaron la montaña y dijeron, que del voladero pal Norte, era de Colombia. Su padre discutió y les replicó que eso era una traición a la patria, ¿Que, van a hacer con todos eso venezolanos que viven en Mocojún, en El Arrayán, El Descanso, San Faustino, Ricaurte? Todavía, no ha habido respuesta.
Sin hacer caso, cogieron un poco de cemento, hicieron una pilastra y la colocaron en todo el centro del camino que iba a Mocojún y San Faustino, luego como enderezando las ventiscas, siguieron colocando pilastras por todo el borde del Volón hasta encontrar la quebrada de Don Pedra; marcaban una raya, que nos permitiría diferenciarnos.
A los pocos días, haciéndonos amigos de la lluvia y la niebla, nos fuimos con ellas a buscar las pilastras, estas habían desaparecido, el barranco en sus profundidades guardaría por siempre estos testigos de la osadía y la intolerancia. Como su padre Dionicio era el Juez de Aldea, recibió órdenes de reponerla. En la mañana, a pesar de su desconcierto, mandó al Silverio a buscar gente para reconstruir las pilastras. A los pocos días, igualmente estas volvieron a desaparecer. Poniéndole bolas a la esperanza, se fue bravo a casa de su hermano Blas y le reclamó fervientemente, que por qué le hacía eso, que él sabía, que él estaba metido en esa vaina de tumbar las pilastras.
Mi tío Blas, le dijo:<
Se dice, que mi padre dejó pasar en silencio esa reprimenda y solo le señaló:
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Luego vino el gobierno al mando de uno de los Chosone, y las hizo más grandes, pero un poco más abajo del filo del voladero, para no facilitarle así, a "los tumba pilastras", el lance por el barranco. Cuando vinieron, el tío Blas e Ismael a realizar el trabajo patriótico de destruir tan grave agravio al país, no encontraron las pilastras en el filo de la montaña, sino más abajo, todos desaviados se preguntaron ¿Y entonces? Desde aquel tiempo, todavía algunos hijos de Ricaurte, nos hacemos la misma pregunta ¿|Y entonces?
Mi tía Bertha, mujer inteligente, una vez, en voz baja, como si por ahí estuviera todavía mi abuelo o uno de los Chosone, me dio la respuesta "sobrino, para la mayoría, ser realista o patriota es un asunto de contexto, o, depende, si tenemos o no al alcance la cosa, depende de lo que un lado, brinde como motive".
La respuesta de ello, una noche, de esas tantas noches, que, con sus cuentos, mi abuelo dedicó a sus hijos, para suavizar la fría oscuridad del Coquillal, les habló así de la frontera.
"La frontera, siempre huele a lejanía, todo lo que esté distante de la capital, es frontera, por aquí inventamos, penas, alegrías, martirios, tormentas y sueños, al final de cuentas todo lo que esté lejos de Caracas o Bogotá es imaginario, allí todo se esconde, es efímero e inexistente. Quien vive en la frontera vive en un mundo inocuo lleno de tormentas, en los umbrales, la motivación, puede incitarse con las hormonas del odio o el amor. La realidad de la frontera es irreal, ya que se hace amorfa y precaria. Lo dramático del Táchira fronterizo, no es que seamos ficticios, lo calamitoso es, que, además de ser un umbral de pasiones, la gente del centro o de la capital, cree, ha creído y creyó siempre que no existíamos. Nos impusieron siempre seres centrales, o a quienes ellos les daba la gana, los cuales sí eran reales. Pero luego de que nos los imponían, estos seres se convertían en imaginarios, el umbral frontera y lejanía, apabullan la inteligencia de unos y otros, del que nace aquí y del que llega, pero mucho más de los que aquí no están.
Esos seres, jefes de fronteras, hacedores de palabras, apostadores de ficciones, jefes políticos, nacidos del calor de la patria, convertidos en imaginarios por su increencia, venían, hacían y hacen lo que bien se les da la gana. Desde Caracas o Bogotá, se olvidaban y se olvidan del enviado o, del colocado a dedo, y en ese lapso de tiempo el espacio de la frontera se hacía y se hace insostenible. El Táchira es paradigmático, todo está controlado, todo está tapado, es un umbral con huecos por todos lados, el Táchira es el gran hueco de Venezuela, por aquí se escapa todo, todo se esconde y al lado nos atrapan".
Mi abuelo avanzado en sus ideas, agregaba "Cipriano Castro, distinto a nosotros, asumió su realidad imaginaria, clarificó este mundo de frontera, lo puso sobre el mapa, midió la distancia que había hasta Caracas y en recuerdo atávico, acordándose del viejo Evangelista Velasco se dijo "Esta frontera imaginaria puede hacerse realidad. En forma empecinada se propuso que levantáramos la testa, que nos arrecháramos, y un día se llevó la frontera pa´Caracas, pero estando allá, se olvidó de Ricaurte y de San Faustino, y entonces, nos los robaron. Ahora Venezuela con Gómez, es una patria imaginaria".
Cipriano y Santander, sintieron los mismos dolores que produce la lejanía y decidieron dar a conocer la forma y vericuetos de que está hecha nuestra tierra; Cipriano agarró pa´caracas y Santander pa´ Bogotá.
Miguel, enmudeció un rato y apuntó "en la frontera no hay ley, es una tierra de todos, aquí, pareciera, que todos provenimos del delito, ya que no sabemos a quién cumplirle"
Ricaurte y San Faustino fue una tierra para los huidos, si hacíamos un desabor en esta parte, corríamos y nos escondíamos en el otro lado. Dolidos hemos estado siempre de este cambio de frontera, pero las veces que la necesitábamos, lo aprovechábamos. Mi tío Dionicio y mi tío Silverio mataron a uno y corrieron pa´Ricaurte.
Parco, sin desmenuzar las palabras, Miguel nos narraba sus pesares, Mi padre Amadeo, fue igual. Por cosas de política, de contrabando, de venganza o de favorecerse, estuvo involucrado en la muerte de Miguelón Chacón y se largó. De muchos casos como el de Miguelón, históricamente está lleno Ricaurte y San Faustino a veces es bueno desafiar estas historias, para darnos cuenta que nuestras vidas no son tan inmaculadas.
Pensativo Miguel, contradiciéndose a veces, entre su venezolanidad y el colombiano que llevamos por dentro, en voz alta y clara nos dijo "Como Miguelón, de esa manera todos vinimos a parar a Ricaurte, e igual que Santander, ahora decimos que nacimos en El Norte de Santander o en Lobatera. Cosa que nos hace sentir colombianos a unos y venezolanos a otros, pero por más que queramos borrar la realidad, amamos a Ricaurte, a San Faustino, a su río y sus pozos. Yo entiendo mejor que nadie a Santander, yo no me fui para Bogotá, yo me vine pa´este lado, a veces pienso que mejor me hubiese quedado por allá, sin importar, si eso, era frontera o no, ya que esos días de mi niñez, fueron los más felices de mi vida". Y agregó, "la lucha de Santander, para hacerse valer, ante tanto venezolano engreído y xenofóbico, debió ser dura. El tiempo, en decidir, si soy pez de agua dulce o salada, cuando esos umbrales chocan, nos aniquila o nos comemos al más pequeño"
En esta historia he aprendido, que no siempre dos por dos son cuatro, la temporalidad de la vida está a veces un poquito más allá o más acá de ese cuatro que creemos como ortodoxia. Ya de regreso, para afinar mis dudas, mi primo Atilio, terminó de ubicarme y, entre una cerveza y otra me dijo "que importa de dónde somos, lo que importa, es, que hacer ahora y, claros de donde estamos y porque hemos llegado aquí.
Si detallamos las cosas, nada es casual. En develar la historia de Santander, se encargó la misma dinámica social: la venida de Dionicio para los lados de la quebrada San Pedra; la muerte de éste y la de Miguelón. Pero, en definitiva, fue el nacimiento de muchos Miguel Mora Gelviz, que ya viejos, no sabían si eran de aquí o de allá; con ellos desandamos como animas en búsqueda de la verdad. Acá en la frontera, olemos a Miguelón, a Amadeo, a Santander, siempre estamos dispuestos a largarnos. Huir parece ser nuestra génesis, es algo social, que está más allá de cualquier cromosoma deletéreo; nos enseñaron a huir, aprendimos a huir, Santander de fue para Bogotá, yo me vine pa´ca.
Tratando de que la noche no me atrape, he rondado en las alboradas para ganarle al sol su llegada y evitar que la almohada me pellizque en cada madrugada. Varios años de mi vida, transité esta marcha dormilona, en búsqueda de Francisco de Paula y encontrándolo por encima de nosotros, me perdí en su realidad. Como él, ya no camina con nosotros, coloco, para todos los que leen este cuento; lugares, fechas, apellidos, acciones políticas y decisiones ideológicas, que hoy tiñe nuestros haceres, por lo que algunos, con alevosía, hemos hecho el esfuerzo para llenarlas de máscaras.
En este cuento tenemos dos caminos, lo que piensa el común, por lo que, nos iríamos por lo que dice totori mundachi o, revisarnos, buscando nuestra génesis ideológica y, en sindéresis creativa, desenmascararnos hasta donde podamos.
Por ahora no entendemos, lo que pasa, ya que toda la gente de frontera somos gente buena, que, curando las heridas de cristo, luchando cada segundo, salen a trabajar hasta que les duele y cada mañana, siguen luchando hasta que les deja de doler
Aun siendo gente buena, a pesar del dolor aguantado, los valores del trabajo se han disgregado, los valores de uso y cambio, se han mezclado, dando visualización clara, de un mundo, que aun con esperanza, cada segundo, se hace pobre, hombres y mujeres que mueren cada noche, más que de hambre, o falta de medicina, agonizan en la mengua espiritual de un cristo que nos falló y unos libertadores que nos mintieron.
Alejándonos de la lógica común, tratemos, que sea la hermosa historia y el mirar diverso el que nos acompañe, revelándola, colocándola en contexto, ello, permitirá entendernos, haciendo de los umbrales de pasiones y aguas distintas, un hermoso motivo, mostrando, de porque distinto a los animales, nos preocupamos por el prójimo, a pesar de que nos empecinamos en crear rayas imaginarias, que nos separan.