La comunicación política (II): entre disgustos, colores y otras definiciones

Hace poco leía la crítica del profesor Cécil G. Pérez a un video del gobernador de Carabobo, Rafael Lacava (https://www.aporrea.org/actualidad/a311674.html). Ciertamente, el arquetipo político (sí, tomado de Carl Jung) que ha asumido este gobernante es una mezcla entre «el bufón» y «el rebelde». El primer arquetipo se basa en comunicar desde el humor, la burla y la diversión, sin preocuparse mucho por los desatinos. El segundo se refiere a promocionar la idea de que se es independiente del poder y se sigue las propias reglas. Esta es la combinación que sostiene su paisaje totalitario en torno a «Draculandia» en su gobierno, un marco político manifiestamente alejado del enfoque del chavismo. Puede resultar acertado para unos o impertinente para otros. A mí, particularmente, no me convence. Sin embargo (no dejaré de insistir en ello), en comunicación política es bueno lo que funciona, es decir, lo que alcanza o se acerca a un objetivo previamente estipulado dentro de una visión estratégica.

La semana pasada también realicé unos comentarios, bastante introductorios, en cuanto a cómo veía yo (a grandes rasgos) esto de la comunicación política (https://www.aporrea.org/medios/a311486.html). A mi parecer, un campo muy activo en nuestro país, pero de poca, escasa o nula profundidad práctica y conceptual en su desempeño. Mi postura en este campo es producto de varios años de debate dentro de un equipo en una Oficina de Comunicación en un gobierno local. Precisamente, en ese equipo decidimos formarnos (hicimos cursos, talleres, seminarios, debates) sobre storytelling, estructura de la comunicación, comunicación política en redes sociales, composición del mensaje político, creatividad y política, campañas electorales, metodología de campañas electorales, comunicación política en crisis, neurovoto y planificación estratégica. A partir de esos aprendizajes fue que pensamos, planificamos, desarrollamos y evaluamos.

Comencemos con mi definición. Comunicación política es un proceso de interacción entre participantes de un sistema político (gobernantes, instituciones, ciudadanos, grupos políticos o sociales y medios) en que el discurso producido (como un todo estructurante) tiene la finalidad de articular y posicionar ciertos sentidos políticos. Ahora bien, este concepto (así son todos) solo funciona amparado por una forma de entender el conocimiento.

Los que se interesan por producir comunicación política ingresan a un campo del saber con las mismas exigencias de cualquier otro. La producción y el uso del conocimiento pasa por el adecuado dominio de, por lo menos, cuatro planos:

1. Plano ontológico: se refiere a cómo asumimos nuestro estar en el mundo, es decir, la relación con la realidad. Ya sea si pensamos que la realidad está dentro de nuestra cabeza (visión idealista), o si pensamos que está preestablecida fuera de nosotros (realista). Por ejemplo, creer que la vida humana se sostiene en la cooperación a si lo hacemos desde la idea de que la competencia o el darwinismo social es «natural».

2. Plano epistemológico: aquí nos ocupamos de decidir cuál modelo teórico nos dará respuestas a las preguntas sobre el mundo. No respondemos igual si partimos de buscar desde una visión en que la comunicación es intercomprensión humana a preferir que comunicación significa producir mensajes para que los otros «compren» nuestras ideas.

3. Nivel metodológico: en esta etapa elegimos maneras (coherentemente diseñadas) de ejecutar (de forma controlada) una trayectoria para alcanzar un fin. Aquí nos ponemos metas, diseñamos la ruta y pensamos en cómo comprobar su impacto.

4. Nivel instrumental: es el nivel más visible. Aquí ejecutamos, realizamos tareas, creamos los productos, usamos herramientas para dar vida a todo lo alcanzado en los niveles anteriores. Por regla general y desde la experiencia vivida, los que se dedican a la comunicación política en nuestro país apenas llegan a moverse en este plano (hacer videos, manejar cuentas de redes, publicar poster).

Es precisamente la vigencia de estos planos (y de su necesario recorrido bidireccional) lo que convierte a la comunicación política en un campo de constante entrecruzamiento entre lo teórico y lo práctico. Tener este hecho claro como antesala a asumir la tarea de producir contenidos es primordial. Sobretodo porque su claridad decide el modelo de comunicación que puede pensarse y desarrollarse y con ello, también, su cohesión y coherencia.

Volvamos a Lacava. La crítica del profesor Pérez recaía en que sus contenidos (en sus redes) promocionaban «antivalores» o, por lo menos, aquellos valores que no se consideran útiles ante la situación actual del venezolano. No obstante, los que hemos vistos los videos de este gobernante sabemos que ese no es su objetivo. Quienes le hayan «pensado» su comunicación conciben el mundo político como aburrido, un ámbito que tiene a la gente cansada y por eso no le para. Piensan que en la cotidinidad del país ya hay mucho estrés y que lo mejor es poner algo de «humor» y diversión. Todo lo demás se desarrolla a partir de esta visión. ¿Qué no produce conciencia política?, ¿qué no genera ciudadanos críticos?, ¿qué distrae de los «verdaderos» problemas y nos pone a «despensar»? Sí, es posible. Ajá, bueno, pero ¿para qué pedir peras al «horno»?

En el caso de los gobernantes, los malabares que hacen para ser «seguidos» son de antología. Ahí tenemos ejemplos para comentar en un futuro como el caso de Ernesto Paraqueima (el alcalde de El Tigre) o de José Alejandro Terán (el gobernador de La Guaira). Sus propuestas comunicativas se basan en un batiburrillo de formas, estilos e identidades políticas desconcertantes: cantan, bailan, rezan, presentan obras de gestión como animadores de concursos televisivos, reseñan cuanto acto realizan durante el día, trontan, se filman (escenifican) barriendo, recogiendo basura, comiendo empanadas, poniendo bloques, lavando una calle... y pare de contar...¡cualquier trivialidad es válida! Lo que orienta sus productos (plano instrumental) no es exactamente una visión de mundo y una teoría en cuanto a la Comunicación, sino la voracidad por la cantidad de «reproducciones». Aunque, acepto, eso también es una perspectiva...pobre...

Lo cierto es que el mensaje político está en crisis. Y lo está porque lo están sus productores. La gente no quiere escuchar porque la confianza política desaparece y el cinismo político crece. Si se crean mensajes con argumentos sólidos, la gente no les para. Si se recurre a la vacuidad (caso Lacava) caes mal a algunos, atraes a otros, pero tampoco alimentas la comprensión. Más cierto es todavía que esta crisis de la comunicación política la sobrevirán aquellos que mejor la dominen como un área de conocimiento (en la complejidad descrita arriba) y no tanto aquellos que la siguen entendiendo como un tiktok de menos de treinta segundos de duración.



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Steven Bermúdez Antúnez

Profesor de Comunicación Social de la Universidad del Zulia (LUZ)

 sbermudez37@gmail.com

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