Niño sin nombre

«Decile a alguien que estoy aquí…»

Nochebuena, Eduardo Galeano

Las redes sociales a veces son crueles porque de pronto un día te revientan en la cara realidades que no quisieras ver. Aquella noche yo recordé el cine de Luis Buñuel. La película «Los olvidados» (1950) revivió en mí imágenes de la crueldad de una sociedad rota, tremendamente desigual, con su carga de pobreza, miseria, delincuencia, abuso, abandono, desesperanza y desamor. Nuestra sociedad.

En mi mente quedó grabada la carita de un niño varón, llorando desesperado ante el daño que cuatro mujeres le ocasionaban. ¿Cuándo habrás nacido, nené? En las noticias dicen que tienes siete años pero se me antojó que son muchos menos. Cerré los ojos y lloré imaginando tus sueños, tus juegos, tu guardapolvos y tus creyones. Tu confusión aquel día, seguramente, al ver que personas queridas te agredían de esa forma. Lloré porque no pude ayudarte, el sistema no estuvo ahí para detener tu sufrimiento y protegerte. No pude salvarte de aquel horror que tu inocencia jamás va a comprender. Vi tu rostro, vi tu llanto. Escuché tu súplica. No sé tu nombre, no sé cómo terminó aquello. Nadie habla de ti, solo de tus agresores…Se me antoja que te llamas Gabriel, porque para mí eres un ángel que quién sabe cuántos otros martirios habrá sufrido.

Desde ese día no dejo de pensar en tí. Te pongo en mis oraciones porque ¿sabes? soy madre, abuela, tía y pido a Dios que tu suplicio haya terminado y que hoy sonrías y corras feliz detrás de alguna pelota o de tu perro guardián. Rezo por todos los niños y niñas que como tu sufren lo que sufriste porque los hemos dejado solos.

Tu impotencia me hizo recordar a Omaira Sánchez, la jovencita de de apenas 13 años de edad que quedó atrapada en el barro de su casa durante la tragedia de Armero en Colombia (1985). También fuimos espectadores de su desgracia. Millones de personas vieron la agonía de aquella niña durante tres días por TV, pues había cámaras, reporteros, microondas y toda la tecnología mediática, pero en cambio nunca llegó la moto-bomba que pudo salvarla. La muerte y el sufrimiento ajeno también se han convertido en cruel entretenimiento. Nos hemos convertido en una sociedad de espectadores, acostumbrados a ver las barbaridades que se cometen contra otros pero más allá de eso no hacemos nada sino dar un «RT», poner un «like» o escribir algún comentario sin importancia y acostarnos a dormir.

¿Cuál habrá sido tu destino? ¿Dónde estás ahora que esto te escribo pensando en mis sobrinos, en mi nieta? ¿Alguien te abrazó aquel día para calmar tu angustia y enjugar tus lágrimas? ¿Alguien te pidió perdón? Te ha tocado vivir a merced de una familia disfuncional y delincuencial, en una sociedad indiferente. Quizás hayas sobrevivido y entonces tampoco sé hasta dónde aquello habrá afectado tu existencia. Es el daño que este sistema ineficiente (porque te dejó solo y no te ayudó) nunca podrá medir.

Ya viene la Navidad y yo deseo de corazón que tu vida sea otra, llena de amor, risas, juegos y algodón de azúcar. Dios te bendiga…



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Luisana Colomine

Profesora de géneros periodísticos y periodismo de investigación en la Universidad Bolivariana de Venezuela (UBV). Comunista.

 @LuisanaC16

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