La característica fundamental del sistema capitalista es su crecimiento. A grandes rasgos podemos decir que cada ciclo productivo genera un volumen de ganancias que es, generalmente, reinvertido en el próximo ciclo, aumentando así la producción, la demanda y la ganancia del próximo ciclo. Este proceso tiende a repetirse indefinidamente, dando como resultado una economía expansiva.
Sin embargo, los mercados internos de los países más avanzados tienen un límite natural, que si no se supera, produce el colapso del sistema. Una de las soluciones más utilizadas en el pasado ha sido la exportación de capitales hacia la periferia, para que permita al capitalismo, mantener su expansión. Y digo una porque la guerra, o el capitalismo del desperdicio, explicado por Adolf Kozlik, constituyen otras alternativas.
Ya Lenin, en su conocida obra, “El Imperialismo, fase superior del capitalismo”, expresa “Lo que caracterizaba al viejo capitalismo, en el cual dominaba plenamente la libre competencia, era la exportación de mercancías. Lo que caracteriza al capitalismo moderno, en el que impera el monopolio, es la exportación de capital”. Más adelante continúa “La exportación de capitales repercute en el desarrollo del capitalismo dentro de los países en que aquellos son invertidos, acelerándolos extraordinariamente”...”La exportación de capitales pasa a ser un medio de estimular la exportación de mercancías” (Subrayado nuestro).
Esta idea subyace en la famosa concepción marxista de la inevitabilidad de las revoluciones democráticas-burguesas en la periferia, o en la política de sustitución de importaciones, que surgió como respuesta del sistema a dicho peligro.
Y es la que soporta también, la teoría de dominación neo-liberal. En efecto, sus ideólogos han vendido muy bien a nuestros líderes la idea de la necesidad que tienen los países desarrollados de exportar su excedente de capital a los países no desarrollados, para garantizar la continuidad del sistema, proporcionando de esta forma, la “aceleración extraordinaria” a los países receptores de capital de la que habla Lenin. Sólo que ahora, este traspaso se hará más organizado y seguro para el inversor, para ello, los países interesados en recibir capital, deben tomar un mínimo de medidas necesarias, que serán evaluadas por organismos internacionales y empresas evaluadoras de riesgo.
Es decir, para la dirección política y económica de nuestros países, todo se reduce a implementar las medidas recomendadas, y sentarse a esperar para comenzar a recibir esta inversión extranjera, con sus “extraordinarios” beneficios. Y de paso, aparecer ante la historia como próceres del progreso.
Pero como dice el vallenato “Así de fácil no es”
El sistema de dominación neo-liberal se basa en la idea de que los recursos naturales se están agotando y no son suficientes para soportar el progreso de la humanidad. Es la famosa “Letanía” mencionada por el profesor Bjorn Lomborg. En consecuencia, es tarea primordial de las naciones dominantes impedir a toda costa desarrollo, a fin de impedir el aumento de nuestra demanda de energía y otros recursos naturales en vías de agotamiento. Y todas esas famosas medidas recomendadas o impuestas, amparadas en la excusa de la facilitar la inversión extranjera, no buscan otra cosa sino eso, frenar nuestro desarrollo.
Creo que esto lo entiende hasta un niño. Pero no nuestra dirigencia. La combinación de una ambición desmedida y una ignorancia militante, ha sumido a nuestro país desde 1989 hasta el presente, en una sucesión de conflictos entre quienes se disputan el dominio de un poder, cuyo éxito se promete garantizado por la susodicha “inversión extranjera”. Empresarios, curas, militares, dueños de medios, partidos políticos, intelectuales, y cuanto ambicioso exista, han participado en esta batalla a cuchillo, en lo que algún cínico llamó “la batalla por montarse en el tren”.
Claro que estas luchas no han sido gratuitas. Eventos como la destrucción de la mayor parte de nuestro sistema financiero en 1994 o, el desguace de PDVSA, por sólo mencionar los más conocidos, han sido desastrosos para el país.
A mí en lo personal esta situación me da rabia y lástima. Rabia, porque es el futuro de Venezuela, de nuestra familia, de nuestros hijos y nietos, el que estamos condenando a la pobreza y al atraso, y lástima, al ver a tantos gallitos de pelea, buenos para la trampa electoral y el engaño al pueblo, dejarse engatusar en forma tan estúpida.
Yo invito al lector a que, con papel y lápiz, haga una lista de todos los desastres, alzamientos militares, defenestraciones públicas, etc., ocurridos desde 1989, para que se dé cuenta el enorme, estúpido e irreparable daño que le ha hecho al país, esta carrera en pos del dorado de la inversión extranjera, que nunca llegará.
¿Dejaremos que siga?
La combinación de una ambición desmedida y una ignorancia militante, ha
sumido a nuestro país desde 1989 hasta el presente, en una sucesión de
conflictos entre quienes se disputan el dominio de un poder, cuyo éxito se
promete garantizado por la susodicha "inversión extranjera". Empresarios,
curas, militares, dueños de medios, partidos políticos, intelectuales, y
cuanto ambicioso exista, han participado en esta batalla a cuchillo, en lo que
algún cínico llamó "la batalla por montarse en el tren". Y como TODOS los
sectores políticos están contestes con este modelo económico, la guerra
entre ellos se centra en epítetos e insultos, como escuálidos, fascistas,
bandas de antisociales, etc., o peor aún, a la violencia.
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Claro que estas luchas no han sido gratuitas. Eventos como la destrucción de
la mayor parte de nuestro sistema financiero en 1994 o, el desguace de PDVSA,
por sólo mencionar los más conocidos, han sido desastrosos para el país.
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En efecto, de 1989 a la fecha, nuestra moneda se ha depreciado 150 veces; y
según la OCEI y el INE, de 4.233.200 personas que trabajaban en la economía
formal en el año para el año 1991 se pasó a 4.412.794 en el año 2000, es
decir, en 10 años se crearon solamente 179.594 empleos formales, en tanto la
economía informal pasó de 2.597.300 de personas en 1991 a unos cinco
millones en la actualidad, y el desempleo alcanza hoy a 2.3 millones de
personas; el 55.4% de la población vive en estado de pobreza; la desigualdad
social es tremenda, para el 2002 el 20% más pobre de la población recibió
el 4.4% del ingreso y el 20% más rico recibió el 54.13%; la clase
prácticamente ha desaparecido en 15 años, privándose de la mayoría de sus
hábitos de consumo, y paremos de contar, porque la lista es demasiado larga.
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¿Dejaremos que el espejismo neoliberal de la inversión extranjera siga
destruyéndonos, o aprenderemos a construir nosotros mismos nuestro futuro?
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