Algunos sectores de oposición, debidamente asesorados, ensayan técnicas novedosas para restablecer el puntofijismo.
Para aquellos que se guían por las leyes del mercado no deja de ser un orgullo que la tecnología de punta en materia de intercepciones telefónicas, transmisiones satelitales y otras lavativas electrónicas las apliquen agencias extranjeras en un medio tan rústico como el criollo. Por otra parte, se encuentran en territorio nacional personajes veteranos en operaciones encubiertas. Unos se amparan en coberturas diplomáticas, otros fungen como ejecutivos de televisión o directivos de las cámaras de comercio binacionales.
No faltan aventureros y saltimbanquis que llegan por su propia cuenta, esgrimiendo credenciales como corresponsales de prensa, veedores, mercenarios, soldados de fortuna y otros. También pululan "perros de la guerra", agentes de inteligencia y expertos en encuestas, guerra psicológica y desestabilización.
En el plano diplomático, por ejemplo, el Departamento de Estado trasladó a Caracas a uno de sus hombres que más sabe de cabello. "Si ese caballero les dice que la burra es negra, nos aseguró un encargado de negocios, es que la tiene agarrada por los pelos (de la crin, naturalmente)".
Se trata de un funcionario que estuvo en Chile cuando el golpe contra Allende, en El Salvador al estallar la guerra y en Nicaragua cuando a los sandinistas se les volteó la tortilla. Las cosas ya no son como antes.Aprincipios del siglo XX los gringos se labraron la imagen de rufián grandote y abusador que atropellaba a sus vecinos del Sur. Rigió la política del Gran Garrote de Roosevelt, tan ordinario como Chávez, con la diferencia de que no pregonaba ideales justicieros.
Después se estiló que los agregados militares norteamericanos asesoraran al candidato a presidir la junta de Gobierno. Ahora, sin embargo, las organizaciones de derechos humanos son estrictas al exigir que los golpes sean incruentos, asépticos y con vaselina.
El asunto estuvo a punto de dar buenos resultados el 11A; desde la banda presidencial de Carmona, bordada en una sastrería madrileña, hasta la firma del acta por la legión de jalabolas en cambote. Todo hubiera sido perfecto a no ser por un detalle casi insignificante: olvidaron decirle al pueblo que no saliera a la calle para reclamar el regreso de Chávez.
Augusto Hernández es Periodista y Radiodifusor