Sin duda alguna lo que se ha experimentado en el país desde el año 1989 ha sido doloroso; ese fatídico día donde pueblo contra militares se enfrentaron; o mejor un pueblo que resistió con sus propias vidas la protesta y que ensombreció para siempre el panorama político. Se estima más de 30.000 muertos, aunque las cifras oficiales fueron nada más que 300 gatos. El suelo social y político tembló, la gente desesperada se abocó a saquear creándose un mal innecesario, pensando que así se atacaría a los poderosos. Los discursos políticos maquillaron el momento; dos políticos fueron eco en los medios; uno Rafael Caldera que aprovechó la circunstancia para deslindarse de los verdaderos culpables catapultándose como el nuevo presidente más adelante. El otro líder fue Aristóbulo Isturiz, ganando las elecciones como alcalde y hoy uno de los mejores ministros que conforman el gabinete.
Posteriormente surge Hugo Chávez con una intentona golpista al régimen de Carlos Andrés Pérez; lográndose posteriormente su estrepitosa salida del escenario nacional, siendo hoy el más repudiado por la población. Siendo Rafael Caldera presidente sucedieron cosas que llamaron poderosamente la atención; un aceleramiento de la vejes en el mandatario quien optó por liberar a Chávez, quien se hallaba preso por el caído Perez. Ni se imaginaba lo que luego acontecería con el león suelto.
Rafael Caldera sale también del escenario; en un clima donde los políticos están totalmente desprestigiados, las instituciones acabadas, y un pueblo que proseguía su rumbo entre la pobreza y la esperanza. Chávez como huracán recorría el país. Los tiempos avizoraban cambios. Un manto cubrió los ojos de la oligarquía y la clase media; Chávez ascendía para ganar las siguientes 7 elecciones, manteniéndose hasta hoy en el poder con un alto margen de popularidad que desplaza al contendiente más cercano.
El reto era feroz para el nuevo mandatario bolivariano quien no se quedo extasiado del triunfo sino que a riesgo de todo decidió llamar a la reforma constitucional o mejor dicho al completo cambio del piso jurídico de la nación. Allí comenzaron a verse los dolores de parto. Se desechaba los decretos que agobiaron a toda una población por décadas, dando paso a un nuevo sistema jurídico que más adelante traería una reacción sanguinaria, solo contenida por el poder de Dios, para frenar cualquier brote sin parangón de una guerra civil que busca con desesperación la oligarquía internacional.
La nueva Constitución daría al traste con lo viejo, y junto a ello surgirían las pasiones más oscuras gastándose todo el dinero posible para detener un proceso que ya se había hecho pueblo. No era Chávez ahora el asunto; los poderosos que ostentan los mejores bienes se dieron cuenta de que esto no era para el instante, había que idear todo un plan que buscará de alguna manera detener esta avalancha de los patas en el suelo. Dónde cabría que el Teresa Carreño calentará los traseros de esos marginales; donde se pensaría que las riquezas producto del oro negro sería para créditos, bonos, obras sociales y educación.
Un sueño de bobos llegó realmente a convertirse en una pesadilla histórica. Ese indio y negro benbon resultó ser el látigo social para los que en 500 años han explotado a sus anchas nuestros pueblos. Y es que siempre Dios se vale de lo más débil para hacer proezas. La historia se repite como sacada de la Biblia; un hombre que el cielo preña de visiones; circunstancias que le marcan el destino a cuesta de frustaciones, dolores, desengaños aunque con nuevos ímpetus porque cuando Dios enciende la llama de un visionario no hay nada que lo detenga, será por eso que los que le adversan y muchos que le alaban no llegan ni a sus tobillos porque las grandes historias se escribe con la vida de los grandes soñadores.
Dios tiene que estar escribiendo con mano zurda en líneas derechas esta historia venezolana...
Esto continuará.