¡Quiai! ¿De dónde habrán sacado esa gallada de enredadores de uña en el rabo el infundio que yo estuve o estoy en los montes venezolanos más amañado que una amapola? Lo único que les falta asegurar es que me han visto de pachanga en San Antonio del Táchira bailando La Gota Fría. Ellos saben que eso no es así, que es sólo para echar carreta, hablar mucho, porque Uribush conoce muy bien que en mis notas soy extenso, a mí nadie me corrige.
Ni en 1939, cuando era un pelao fuerte y lampiño, cuando era un cocacolo chirriado, se me ocurrió encubrirme en las montañas o en las ciudades de Venezuela. Mucho menos lo haré ahora con la conduerma que me quita las pujanzas hasta para ponerme las chanclos cachacos que me obsequió mi yerno Raúl Reyes, quien si estará muy pronto por el país bolivariano. Por tanto, a veces tengo que menearme por las montañas banqueteado en un burro arrebatiao y achajuanado. Pero una cosa piensa el burro y otra el que lo está engarillando.
Además, a cuenta de qué esa cuadrilla de neo bushinistas chuchumecos puede creer que estoy dispuesto a canjear una butifarra rebuena por pasar una noche atortolado en la Sierra de Perijá, ni que yo fuera un caído del zarzo. Además de estar muy cucho para la gracia, o sea viejo, qué me ofrecen a cambio del firi-firi de las parrandas largas de los hermanos Zuleta. Sombras nada más, cuando lo mío es camellar y camellar.
En absoluto me podré amañar en esos montes, ya que me han dicho que son más aburridos que Juan Fernández jugando lego por televisión durante el sabotaje petrolero, más fastidiosos que mico parapetado en palo de bonsái o estudiante de universidad privada pidiendo autonomía universitaria. Puesto que a veces me escurro, aparezco y desaparezco, quienes aspiran encontrarme en Venezuela -para no perder tiempo- es mejor que escudriñen el Departamento del Caquetá, los caseríos de Las Delicias, La Machaca y La Sombra, las cercanías del nevado del Tolima, la rivera del Atá o la zona de Marquetalia. Por toda Colombia estoy, con los ojos clavados en la troja de la historia.
Los pocos colombianos y venezolanos disociados que fantasean con que yo trajino como un sollao o chiflado por esas cerrazones, están más confundidos que Carmona el 13 de abril de 2002, cuando escuchó los pasos de los generales García Carneiro y Baduel entrando al Palacio de Miraflores.
Aquí me tienen enruanado en mi campamento abierto al frío y a la lluvia, lo que me ha producido una fiebre y una tosedera, que me tiene encogido en el catre portátil que me obsequió el ex presidente Ernesto Samper. Estoy arropado desde los pies hasta el testuz, hasta el cogote, con el par de mantas que me regaló el ex mandatario Andrés Pastrana en una de las tantas visitas que realizó a San Vicente del Caguán, cuando las negociaciones de paz. Por lo visto, el único presidente churri, mezquino, conmigo ha sido Uribush. Y es mejor que así sea.
El Mono Jojoy, quien a veces funge de mi curandero de cabecera, me diagnosticó una de esas fiebres que nombran terciaria. Porque me da hoy, mañana no, pero pasado mañana otra vez se aparece la calentura y su desagradable chirrincho. El Mono me recetó unas pastillas parecidas a las que llamaban Metoquina. Igualmente me echa ceniza, maicena y agua fría cuando sudo. Una de dos: me lleva la fiebre o me mata Jojoy.
Para quitarme el filo, cuando el estómago comienza a chiflar y se pone chimirimico, sólo me sirve sorbete y mojicón. De postre me da mielmesabe. A veces tengo que ponerme como un tití, emberracarme, ponerme bejuco, como dicen en Antioquia, y decirle “sumercé” para que le dé la gana de despacharme una bandeja paisa que tanto me gusta.
Aunque soy muy sorrongo con las enfermedades, estoy tranquilo, como dicen: viento frío. Lo que me preocupa es que mi legado político aún no lo comprenden Uribush y su cúpula militar coime Made in USA, quienes están conduciendo a Colombia a una encrucijada sin salida.
A ese liderazgo choneto que sólo le gusta barequear en las arcas de Colombia, voy a barajarle una canción de acordeón que entonan Los Diablitos y La Tropa Vallenata, para que no se les olvide más nunca: “Los caminos de la vida / no son como ellos pensaban, / como se los imaginaban, /no son como ellos creían. / Los caminos de la vida / son muy difíciles de andarlos, / difícil de caminarlos / y no encuentran la salida”. Por eso, es que uno los ve echados a las petacas, haciéndose los desatendidos de la gente. Pero esa cháchara inútil lo que causa es pereque y jartera en el pueblo. ¿Hasta cuándo Uribush va a barequiar políticamente la paz?
Ustedes creen que a mi edad, y con unos juanetes verracos que me acalambran los pies, me crispan las piernas y me dejan turulato, voy a estar zanganeando por tierras extrañas y apartadas, como las venezolanas. Para qué improvisar, si controlo y puedo trajinar a mis anchas, tranquilo y sin nervios, por casi la mitad de Colombia. Por lo demás, he optado por no pasar más allá de Cúcuta y Maicao, para evitar que los escuálidos venezolanos me den un cacerolazo si me confunden con los bacanos Simón Pestana o Paúl Gillman.
Firma: Tirofijo.