En la guerra psicolinguística que adelantan – conciente o inconscientemente - las clases dominantes, el resultado alcanzado es la distorsión del “sentido” original de muchas palabras que inicialmente expresaban ideas revolucionarias de otorgamiento de poder, efectivo y real, para las clases subalternas. Se trata, en esta guerra psicolinguística, de coadyuvar al hostigamiento de toda voluntad de cambio mediante la manipulación del lenguaje. Las palabras son, entonces, herramientas maniobradas a favor del estancamiento, porque bien sabemos que el lenguaje no solo expresa ideas sino que igualmente las induce. No es lo mismo hablar de populismo peyorativamente, que hablar de populismo para invitar a los pobres a ocupar el lugar protagónico principal en el devenir de la sociedad. La utilización del término con un sentido negativo frena, mientras que, con un sentido de esperanza, incita a la acción. Es por eso que toda expresión que convoque a una lucha revolucionaria, porque su “sentido” induce a la lucha y a la mística, será transformada deliberadamente en un término peyorativo para que produzca rechazo y, por ende, inercia, frenando así el ímpetu de cambio que anida en los humildes.
En esa batalla por la cooptación y deformación de los vocablos para frenar todo cambio verdaderamente revolucionario, el término populismo, que inicialmente expresaba la intención de darle el primer papel protagónico al pueblo en cualquier actividad de la vida, se fue convirtiendo, gracias a los medios de comunicación y a los intelectuales cortesanos, en una expresión peyorativa, sinónimo de demagogia, de banalidad y de carencia de principios o sustento ideológico coherente y respetable.
Pero populismo no es, como han querido hacérnoslo creer, una frívola y oportunista manera de engañar al pueblo. Por el contrario, el “sentido” original de la palabra – y así puede constatarse en los antiguos diccionarios - es una concepción orgánica de la vida, que le otorga al pueblo el primer papel en cualquiera de las actividades humanas. Así, Walt Whitman, como poeta, fue un populista. Los muralistas mexicanos también lo fueron. Jorge Eliécer Gaitán lo fue al afirmar y demostrar que “el pueblo es superior a sus dirigentes” y la Revolución Bolivariana, que no puedo menos que calificar de gloriosa es, afortunadamente, una revolución populista, pues ha colocado al pueblo en el primer lugar de sus preocupaciones, de sus afanes y de sus políticas. Cuando el Presidente Hugo Chávez Frías afirma que “para acabar con la pobreza hay que darle el poder a los pobres”, está describiendo a cabalidad lo que es la Revolución Bolivariana. Esta revolución le está dando el poder a los pobres, proceso que no es nada fácil, porque implica romper en forma total las estructuras previamente establecidas.
Asistir, como tuve la suerte de hacerlo, a las reuniones de barrio o a las manifestaciones de apoyo a Chávez, es una experiencia profundamente enriquecedora, conmovedora y estimulante. Es un hálito de esperanza y de alegría infinita que nos hace recuperar la fe en que un mundo mejor es posible. Hay que ver la alegría del pueblo al saber que es él quien se ha constituido en el centro de la importancia nacional, y ese despertar lo ha vuelto gigante. Basta constatar su decisión de lucha y su voluntad por participar en la construcción de su país. Además, conmueve constatar la capacidad creativa y de análisis que, anidando desde siempre en ese pueblo antes enmudecido por los regímenes que lo menospreciaban, ahora ha salido a la luz. He quedado admirada al escuchar sus razonamientos frente a la situación política, económica y social de Venezuela, todo dicho con profunda sencillez y modestia, pero con gran reflexión, convencimiento y compromiso. Son profundas lecciones de sabiduría anidadas en la realidad de la vida que contrastan con el tono orgulloso con que exponen sus afirmaciones muchos intelectuales y escritores que dictaminan, con carácter de profetas, entelequias, alejadas a kilómetros luz del piso concreto de la realidad
Ver a ese pueblo humilde, muchas veces miserable, exponiendo con modestia verdades de apuño, que ahora se atreve a plantear públicamente porque se reconoce como importante, respetado, considerado y tenido en cuenta, produce una emoción que rara vez se consigue en la vida y menos en otras latitudes cuando el neoliberalismo se impone, logrando que los ricos sean cada vez más ricos y prepotentes y los pobres cada vez más miserables, despreciados y marginados, como sucede allí donde los pobres, más allá de ser explotados, son desechados como inútiles y estorbosos.
Los miserables en esos países, que desgraciadamente incluyen a Colombia, incomodan y repugnan porque no caben en esas sociedades banales y mediáticas que genera el capitalismo globalizado, donde la belleza de plástico al estilo Barby y los lujos superficiales son la única fuente de estatus, constituyéndose en el paradigma y meta propuesta para ser “felices” y admirados. Es a eso a lo que se le llama éxito y a lo que se le otorga poder.
En ese mundo neoliberal no tienen cabida los humildes y por ello, al encontrar un país como Venezuela donde el protagonismo es de los pobres, donde el interés primordial es la salud para ellos con, por ejemplo, el programa “barrio adentro” y la educación para todos, con la “Misión Robinson” y la “Misión Sucre”, además de la Universidad Bolivariana, se constata que sí es posible que algún día el “gaitanismo”, que es la quintaesencia del protagonismo popular, también sea posible.
No se trata ya de “la dictadura del proletariado” sino del poder para los pobres, en el marco de una democracia que aún es representativa pero que, más temprano que tarde, se convertirá en una democracia directa.
Por el momento, la Revolución Bolivariana está constituida por la Presidencia, el Ejército y el pueblo. No es arriesgado decir que no tiene, ni todo el gobierno, ni todo el poder. El gobierno está penetrado, en proporción importante, por la cultura adeca: corrupción, burocratismo y oportunismo. Algunos funcionarios son abiertamente antichavistas, pero otros, disfrazados de bolivarianos, actúan en contravía de los intereses colectivos para aprovechar su “cuarto de hora” y enriquecerse. ¡Cuánta razón tenía Jorge Eliécer Gaitán, para quien, siendo el objetivo central de su lucha la implantación de una Democracia Directa, que le otorga el poder total al pueblo porque “solo en el pueblo y desde el pueblo es posible lograr el desarrollo y la liberación humana”, planteaba que no basta una reforma constitucional para implantar una Democracia Directa, sino que se requiere un cambio de la cultura colectiva. Así lo expresará: “Lo que queremos es la democracia directa, aquella donde el pueblo mando, el pueblo decide, el pueblo ejerce control sobre los tres poderes de la democracia burguesa: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial y que, además, garantice la equidad en el aspecto económico. Allí donde el pueblo es el pueblo, el pueblo ordena y ejerce un mandato directo sobre y en control de quienes han de representarlo. Todo esto exige trabajar honda y apasionadamente en el cambio de una cultura, que despierte en el pueblo voluntad para regir directamente sus destinos y exige un profundo cambio constitucional para disponer de una Constitución acorde con la necesidad de un mandato popular directo sobre los destinos de la patria, que elimine los filtros que la democracia burguesa establece y defiende”.
Hay, entonces, que modificar la cultura burguesa (adeca) predominante en los mandos medios para lograr la conquista total del poder por el pueblo. Pero entretanto se cuenta, además de la presencia activa popular y la solidaridad del Ejército, con el influjo y autoridad que ejerce Chávez. A mayor influencia y legitimidad del Presidente mayor fortaleza del proceso revolucionario. Por ello, la visión teórica y académica, enemiga de la figura de un Caudillo como sostén fundamental del proceso, no es más que una entelequia intelectual que no se afianza en la realidad sino en la visión virtual de algunos intelectuales que le dan la espalda a los hechos que, al decir de Lenin, son incuestionablemente tozudos.
Es la autoridad de Chávez la que permite que el proceso avance a saltos acelerados. Y es por eso necesario, es más, indispensable, fortalecer a toda costa la legitimidad de su mandato. A mayor fortaleza de Chávez, mayor presencia popular, hasta que un día esa presencia popular – nutrida por la conciencia que está adquiriendo el pueblo – permita establecer una democracia donde el pueblo sea el absoluto regente.
Inválido es, entonces, plantearse un “chavismo sin Chávez” o una “tercera vía”. Si en este momento el pueblo es el protagonista de la Revolución Bolivariana, ¿qué puede significar, desde el punto de vista revolucionario, una “tercera vía”? Se trata de una propuesta perfeccionista ausente de realismo. Fortalecer a Chávez es una tarea de primera línea, en la hora de ahora, para todo revolucionario bolivariano.
Bogotá, septiembre 30 de 2003