Los conquistadores y fundadores de Caracas

Andalucía es el último acto de una selección biológica de siete siglos. Desde que San Fernando conquistó Sevilla, doscientos cincuenta años antes, la línea de la guerra se deslizó de la llanura manchega hacia el sur. Poco tiempo después subía a Sierra Morena. En 1481 era apenas un punto alrededor de Granada. Sobre esa línea que en el año 700 Tarick llevó hasta Asturias, estuvieron de pie los hombres de guerra de España y de la morería.

“La guerra hace al ladrón, la paz lo ahorca –habría dicho Maquiavelo- Porque los que no saben vivir de otro modo, ni encuentran quien les mantenga, ni tienen virtud de acomodarse a la vida pobre pero honrada, acuden por necesidad a robar por los caminos, y la justicia se ve obligada a ahorcarlos.

La situación es crítica. Los bandidos asolan las villas y los caminos. Los señores feudales se van a las manos. Dirimen sus problemas en guerras privadas. Los veteranos ambulan por los caminos como almas en pena. Algunos mendigan, otros toman por la fuerza lo que por la fuerza siempre habían tomado. Era crítica la situación de España a fines del siglo XV. Sobre ella pesaban demasiados años de guerra. España estaba enferma de armisticio. Estos hombres, estos veteranos de Granada serán la razón mediata o inmediata de los Viajeros de Indias. De ahí que no sea casualidad que América se funde con hombres de Sevilla, de Málaga, y Extremadura. Ellos son los que se llevan en las carabelas jirones de la franja roja, lo que hizo posible que España toda se engalanara de azul.

Entre los conquistadores de Caracas hay marañones como Pedro Alonso Galeas que, después de acompañar a Lope de Aguirre a todo lo largo de su trágico derrotero, termina como vecino y regidor de Caracas. De aquellas huestes quedan, también, Pedro García Camacho y Juan Serrano. Figura también Diego Montes, el “venerable”. Con Felipe de Hutten. Andaba este “venerable” soldado por el país de los omeguas, cuando una lanza vino a herir debajo de la axila a su capitán Felipe de Hutten. A montes, que fungía de cirujano, no se le ocurrió nada mejor, para refrescar sus conocimientos, que vestir a un indio exactamente igual que Hutten y darle un lanzazo en la misma región.

Entre los compañeros de Losada venía Francisco Guerrero (a) El Cautivo, era natural de los Percheles de Málaga, en Andalucía. (Germen de grandes familias caraqueñas) Tenía sesenta años cuando entró al Valle de Caracas acompañando al Caballero de Río Negro. Estuvo cautivo veintitrés años en Constantinopla. Allí renegó del cristianismo. Estuvo como mercenario en el sitio de Viena, “ganando sueldo con Solimán”. Un día decide hacerse pirata. Con un grupo de cristianos se apodera de un barco turco en las playas de Caledonia y vagabundea por los archipiélagos griegos. Termina pidiendo perdón al Papa. ¿Quién podía ser ese hombre que a los sesenta años anda todavía en guerra por el paupérrimo Valle de Caracas?

Está presente en esta expedición Esteban Martín, uno de los pocos que salvaron la vida con Ambrosio Alfínger en sus ruinosas y trágicas expediciones. Dice el Padre Aguado de estos contingentes de Micer Ambrosio que “jamás pretendían poblar ni hacer ningún beneficio en los pueblos y naturales que robaban, más todo lo que procuraban destruir y arruinar”. Entre los muchos horrores que se achacan a estas expediciones está el de la antropofagia. Cuenta el mismo cronista que, en una ocasión, un grupo de soldados hambrientos se tropezaron con unos indios y comenzaron a darles voces para que se acercaran. Como los indios sospechasen las intenciones, “como después lo pusieron por obra”, se mantuvieron alejados. Los españoles, que desfallecían de hambre, les hicieron entender por señas que les trajeran alimentos. Vuelven los ingenuos anfitriones con toda la comida que encuentran en sus pueblos. De antemano los españoles habían decidido que “como el mantenimiento que podían traer sería poco, determinaron que se tomase a los indios y se matasen y asasen en barbacoa para guardar y tener respeto para su comida”. “Los indios llegaron sinceramente, sin recelo de recibir daño alguno, a quien con tanta buena voluntad traían de comer el maíz y otras raíces que traían”. Los españoles, después los vieron, cada uno echó mano de su indio, para poner por obra lo que antes habían tratado. Como la flaqueza era tanta, los indios pudieron desasirse de los españoles, menos uno al cual lo mataron y despedazaron muy liberalmente y asaron en barbacoa para su sustento. Dice Aguado que “se lo comieron con tal alegría como si fuera otro animal de los acostumbrados a comer entre cristianos”. “A partir de ese momento los hambrientos expedicionarios se dejaron de todo escrúpulo; y por no ser molesto no quiero pasar adelante con estos abominables exemplos de crueldad”. ¿Eran esquizofrénicos? ¿Eran enfermos? Acosado por el hambre, Francisco Murcia Rendón, quien había sido secretario del Rey de Francia, se comió a un niño de un año.

Esteban Martín aparece absuelto treinta años más tarde, por el tiempo que todo lo borra, ¿pero no fue acaso miembro activo de la espantosa matanza de Tamalameque? ¿No era maese de campo y gran amigo de un hombre que hacía degollar a los indios para no detener la marcha? ¿No persevera en aquellas empresas asesinas luego de morir Alfínger, cuando se alista bajo las órdenes del no menos sanguinario Espira? ¿Qué clase de hombre podía ser el que tenía tan negro historial? Como él hay muchos entre los fundadores de Caracas.

Estos hombres del capitán Vasconia eran de la misma compañía de Alfínger. En ella, estaban Virgilio García, Alonso de Campos, Hernán Pérez de la Muela y Juan de Villegas. ¿Tendrían sus deslices canibalescos estos bravos caballeros y fundadores de estirpes? A Juan de Villegas, si no comió indios, le quedó el gusto de asarlos en barbacoa por lo menos, como afirma en su obra el investigador Silva Uzcátegui. Su nombre no figura entre los vecinos de Santiago de León. Ha muerto ya hace algún tiempo. Aparecen, sin embargo, sus hijos que languidecen de hambre.

La colonia comienza a sedimentarse en los sobrevivientes de aquellas jornadas, o en la semilla de sus descendientes. La historia de aquellas expediciones hace temblar a cualquiera. Sobre aquella Santiago de León, como sobre los otros pueblos de Venezuela, va incidir la sombra carnicera de los compañeros de Alfínger, Federmann, Lope de Aguirre y Carvajal. Este es el caso de los marañones que figuran en el asiento de Caracas y de muchos otros venidos antes y después de 1567. La gran mayoría son soldados anónimos; pero no por ello, menos criminales que sus capitanes. La historia no refiere los nombres de los soldados que le cortaron las manos al cacique Sorocaima después que Garci González lo había perdonado. ¿Quiénes eran? Oviedo dice que fueron cuatro, añadiendo: “remitimos sus nombres al silencio por excusar a sus descendientes el rubor, que podrá causarles la memoria de una acción tan indigna y fea en quien tenía sangre noble”.

Este mismo pueblo contempla impasible el empalamiento de los veinticuatro caciques mariches que ajustició Losada. Oviedo y Baños comenta sobre este particular: “se olvidaron nuestros españoles de las obligaciones de católicos y de los sentimientos humanos, pues faltando a los respetos de la piedad, entregaron aquellos miserables a la muerte más cruel”. Oviedo acusa de esta crueldad inaudita a Pedro Ponce de León, hijo del gobernador, a Martín de Antequera, a la sazón alcalde de Caracas. Esta misma gente verá a “Amigo” el feroz perro de Garci González de Silva, sacándole las entrañas al cacique Tamanaco.

“El empalamiento es un suplicio de origen turco, que llegó a Venezuela, con gentes de ese país que acompañaban a los conquistadores, consistía en clavar una estaca en el suelo con la punta afilada hacia arriba, donde sentaban a las personas introduciéndoles la estaca por el ano, la cual se les salía por la boca, a la fecha existe un turco en nuestro país que modernizó las ejecuciones colocándoles a las gentes C-4, bajo los asientos del carro”.

La historia de Caracas está ligada a Francisco Fajardo, a quien la leyenda enaltece haciéndole aparecer como una víctima del gobernador Cobos. No era menos cruel que su verdugo. Harto de Fajardo y de sus compañeros, el cacique Paisana les declaró la guerra a los conquistadores. Por estas circunstancias muere la madre de Fajardo, la cacica Doña Isabel. Sumiso y arrepentido, Paisana propone el armisticio. El mestizo finge aceptarlo. Cuando Paisana entró en la choza del conquistador, cayeron sobre el indio los soldados y lo ahorcaron con diez de sus compañeros en las vigas del techo. De la misma forma y manera asesinó a Fajardo, en Cumaná, el Justicia Mayor Alonso Cobos. Lo invitó a una comida y en medio de ella lo ahorcó. “No satisfecho aún el rencor de Cobos con acción tan inhumana, por dar más complacencia a su venganza, hizo bajar por la mañana el cadáver, arrastrarlo a la cola de un caballo y colgarlo en la horca por los pies, espectáculo que dejó atónita a la gente de Cumaná, y abominando todos a una vez la maldad execrable de aquel hombre en cuya comparación qué tigre no fue piadoso y qué fiera no fue humana”.

Otro caso es el de “aquel capitán valeroso y esforzado” Diego de Losada Caballero de Río Negro. La leyenda y algunos historiadores se empeñan en presentárnoslo como la imagen más acabada del perfecto caballero. Oviedo y Baños lo describe como “de gallarda disposición y amable trato, muy reportado y medido en sus acciones”. Tan reportado y medido en sus acciones que todos los caciques mariches dejaron la vida tras el espantoso suplicio del empalamiento. Losada, fue un aventurero tan cruel y falto de luces como el mismo Pizarro. Pasa a las Indias siendo niño. Se incorpora en Coro a Rembold. Da la vuelta a los Andes con Pérez de Tolosa. Es de los fundadores de Nueva Segovia (actual Barquisimeto). Reprime con saña la insurrección del Negro Miguel. Finalmente acepta una conquista en la que han fracasado cuatro conquistadores y perecido cientos de hombres. En una de sus entradas al Valle de Caracas, hace tantos estragos entre aquellos infelices que Oviedo, que tan magnánimo se muestra en juzgarle, comenta: “no podemos negar que en la mortandad ejecutada tuvo mucha parte la crueldad”. Escribe el mismo autor refiriéndose a las atrocidades que hacían los hombres de Losada en los primeros días de la conquista de Caracas: “Los derribaron a balazos y empalándolos después, los dejaron puestos en la loma para escarmiento y terror de los demás”. Juan Catalán se cita entre ellos. Fundada la ciudad de Caracas y caminando hacia el Valle de Salamanca, llamado también el Valle de los locos, (actual Quebrada Tacagua) le mataron a Losada dos soldados: Losada monta en cólera y ordena a Jerónimo de Tovar que haga un escarmiento entre los indios. Así lo hace el conquistador. Se embosca con cuarenta hombres y espera pacientemente, como un cazador, el paso de la presa. “Al romper el alba al día siguiente se empezaron a descubrir como quinientos indios que bajaban por uno de los caminos que venían a parar en la emboscada; de que gozosos los dejaron empeñar para asegurarlos bien, y viendo que hasta cincuenta de ellos estaban ya metidos en parte que no podían escapar, dando Tobar la señal de acometer, sólo libró la vida un cacique llamado Popuere, quedando los cuarenta y nueve hombres hechos pedazos”.

De igual forma luce el rival de Losada, Francisco Infante qué, cuchillo en mano asesinó a mujeres y niños con sus propias manos cuando tomaron por asalto el poblado de Guaicaipuro. Con el fin de acusar a Losada, ni siquiera se detiene a meditar lo que significa irse con tres compañeros desde Caracas hasta Barquisimeto, atravesando una región llena de indios feroces. Según cuenta Oviedo, tenía el campo infectado con sus intrigas, chismes y habladurías. Iguales procedimientos utiliza para despojar de sus tierras al Cacique Baruta. (Francisco Infante caso con Francisca de Rojas, hija de Ana Rojas y de Alonso Díaz Moreno, nieta de Ana Rojas la de Margarita).

La pacificación del Valle de Caracas y sitios circunvecinos se realiza en forma similar a la que emplearon Alonso Galeas y García González con los mariches. Francisco Carrizo, el teniente de Tácata, reprime la rebelión cortándoles las narices y las orejas a treinta y seis indios y al cacique Cumaco; Sancho García, ahorcando a la madre del nuevo caudillo rebelde. Un soldado de apellido Tapia, en una de las expediciones de Pedro Alonso contra los Quiriquires, se encontró en la playa de un río a una criatura de ocho a diez meses: “Cogiendola por un pie y diciendo: yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, la arrojó en medio del río, donde, sumergida en las ondas, le sirvieron de sepulcro los cristales.

Simón Bolívar, el viejo, sufre hacia 1595 de una enfermedad demencial que lo deja incapacitado para valerse y en la mayor miseria.

Hay casos como el de Alonso Andrea de Ledesma, octogenario vecino de Santiago, que ante la visita del pirata, en vez de huir como hacen todos, se pone la muerte con su coraza y, como una prefiguración del Quijote, se lanza contra Preston (1595). En este drama de Preston y Caracas hay otro personaje. Se llama Villalpando. Es un español que vive sólo en las tierras de Guaicamacuto. Cuando llega el pirata se incorpora de su lecho de enfermo para enseñarle gratuitamente el camino secreto. El gobernador Juan de Pimentel comienza violando señoronas y termina en un convento.

Así fueron los años primeros de Caracas. No llegaban a cuatrocientos hombres cuando este malestar sobrecogió a sus pobladores. ¿Radica en esa simiente que España aventó sobre estas tierras el malestar que todavía vivimos? De asistirse a la evolución de estos hechos, notamos con sorpresa y temor que a través de más de cuatrocientos años la huella permanece incólume.

Salud Camaradas Bolivarianos.

Hasta la Victoria Siempre.

Patria. Socialismo o Muerte.

¡Venceremos!

manueltaibo@cantv.net


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Manuel Taibo


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