Este 2003 no fue un año de victorias o derrotas históricas. Fue uno de
cambios constantes en las relaciones de poder entre el imperialismo y los
movimientos de resistencia popular. El imperio estadunidense y sus socios coloniales israelíes fueron capaces de conquistar nuevos países y territorios, pero no pudieron consolidar su dominio ante la creciente oposición.
La economía de Estados Unidos no mermó ni se colapsó, como predecían algunos izquierdistas, sino se expandió y ganó ímpetu conforme avanzó el año. Inclusive se deterioraban los "fundamentos económicos", en particular el déficit en la cuenta corriente y en el presupuesto. Fallaron los oráculos de derecha e izquierda: Estados Unidos no experimentó una crisis terminal ni triunfos irreversibles. Son problemáticos los pronósticos de cada año y los de largo plazo son tan precisos como la astrología.
Del bando de la derecha, quienes profetizaron triunfantes guerras coloniales,
empezando con Irak y Palestina para luego avanzar con Irán, Siria y Líbano,
quedaron desacreditados muy pronto. Primero debido a los heroicos luchadores
palestinos, cuyo sacrificio y dedicación bloquearon la visión totalitaria de
Sharon de un Estado judío étnicamente puro. En Irak la masiva resistencia
popular, después de la conquista colonial, que ha causado miles de heridos y cientos de muertos a los ocupantes, resalta la mentira de Rumsfeld y los sionistas del Pentágono, y mina su autoridad por doquier, incluso en segmentos del sistema
estadunidense.
No hubo victorias militares decisivas para Estados Unidos ni triunfos
políticos notorios: 2003 fue un año de transición. Los perdedores principales fueron los sionistas, como Wolfowitz, Perle y Feith, quienes proyectaron una serie de guerras para destruir y minar a todos los adversarios de Israel en Medio
Oriente y Europa. El alto costo, el aislamiento y la resistencia en Irak imponen
severas restricciones a las nuevas invasiones coloniales estadunidenses. Los
realistas del imperio, como James Baker (antiguo secretario de Estado con Bush
padre), vinculado con los intereses conservadores de los petroleros árabes,
rechazan a los ideólogos sionistas ligados a Sharon, ésos que pugnan por guerras
de Estados Unidos para imponer "cambios de régimen" pro israelíes.
Los alegatos fraudulentos de Wolfowitz y otros sharonistas, quienes
justificaban la guerra contra Irak con la supuesta existencia de armas de destrucción, fueron el clímax de un poder sin precedente: la influencia sionista en la política estadunidense. La desgracia y el desnudamiento parcial de esta camarilla condujo a una caída temporal de ese sector del gobierno de Bush. El imperio está dividido entre ideólogos con dobles lealtades nacionales y realistas,
vinculados con los intereses petroleros árabes y estadunidenses y con los bancos
europeos. Estas diferencias tendrán su peso en 2004 e influirán en si la Casa
Blanca comparte los despojos imperiales con Europa, Rusia o la elite árabe, o si
decide proseguir con su política de ciego colonialismo militar.
Este 2003 fue un año en el que la dinámica economía china se convirtió en el
centro de la política mundial.
China, la tercera economía en tamaño del mundo, tiene una enorme plusvalía
comercial con Estados Unidos y crecientes y poderosos vínculos con todos los
países, grandes y pequeños, de Asia y Oceanía. El imperialismo estadunidense no
puede sobrevivir en Asia sin llegar a algunos arreglos con China. Aquí también
los diseñadores de políticas imperiales están divididos. Los realistas
proponen una estrategia de acomodo de largo plazo, mediante una asimilación gradual y complementaria, basada en cientos de miles de millones de inversiones,
exportaciones e importaciones estadunidenses, así como en compras chinas a gran escala de bonos de Estados Unidos. Entre los confrontacionistas se encuentran los sectores atrasados y poco competitivos de la industria estadunidense, la burocracia de los sindicatos y los ideólogos militaristas, quienes arropan sus agresivas políticas en una retórica de "derechos humanos, comercio justo y empleos en las maquilas". Además del discurso electoral seudopopulista, los realistas parecen dirigir las relaciones imperiales con China y obligan a los ideólogos a crear conflictos con Corea del Norte y Taiwán.
Respecto de América Latina, los oráculos de izquierda y derecha fracasaron al
no reconocer los profundos factores estructurales que influyeron en los
sucesos políticos. A principios de año, fue la izquierda la que celebraba la ola
hemisférica de victorias políticas de manera triunfalista. La elección de Lucio
Gutiérrez en Ecuador, Luiz Inacio Lula da Silva en Brasil, Kirchner en
Argentina o la presencia masiva en el Foro Social Mundial de Porto Alegre fueron
descritas como importantes "puntos de quiebre" político que conducirían a la
derrota del ALCA, el fin del neoliberalismo y el rechazo al imperio estadunidense.
La extrema derecha en Estados Unidos, particularmente los emigrados cubanos
del gobierno de Bush (en especial Otto Reich), predijo también días sombríos.
Pocos meses después Lucio Gutiérrez declaraba su total subordinación al FMI, al
ALCA, al Plan Colombia, y su apoyo a los incrementos de los precios, a las
reducciones salariales y a la privatización del petróleo y la electricidad. Lula
se conformó también: aplicó las prescripciones del FMI al extremo, nombró a
banqueros, ejecutivos de empresa e ideólogos neoliberales y de extrema derecha
en puestos económicos claves, respaldó una versión modificada del ALCA y
estableció un "Comité de Amigos de Venezuela", nada funcional, dominado por los
presidentes latinoamericanos opuestos al presidente Chávez. En Argentina, el
recién electo mandatario, Néstor Kirchner, bajo intensa presión de los movimientos sociales, combinó cambios judiciales progresistas, que limitan la inmunidad de los violadores de derechos humanos, con una reducción de los pagos de la deuda y con tácticas políticas para dividir y debilitar los movimientos de trabajadores desempleados.
Las profecías de la izquierda no se cumplieron: las relaciones entre Estados
Unidos y América Latina, a nivel estatal, no cambiaron. La transformación del
ALCA derivó en cambios menores, las políticas económicas neoliberales
continuaron y la pobreza se profundizó.
Las derrotas más importantes del imperio estadunidense, a nivel estatal,
ocurrieron en Venezuela y Cuba. La intervención y el respaldo de Estados Unidos a una "salida forzosa" del ejecutivo fracasaron en Venezuela. En Cuba,
terroristas y propagandistas pagados por Washington quedaron neutralizados.
En América Latina el poder imperial continuó su deterioro y la resistencia
cobró fuerza, pese a las limitaciones políticas. En Bolivia fue derrocado
Sánchez de Lozada, cliente de Estados Unidos. Las referendos pro privatización en
Uruguay y Colombia fueron derrotados, y en Ecuador se planea una marcha popular que recuerda el levantamiento de 2000, en demanda de que salga Gutiérrez.
Mientras tanto, en Perú existe una oposición a Toledo de 84 por ciento de la
población, lo cual hace probable que no termine el cargo.
Pese a las promesas incumplidas de Lula, el MST brasileño se halla
involucrado en más de 330 invasiones de predios, en las cuales participan más de 55 mil familias. En Argentina, más de 50 mil piqueteros marcharon para conmemorar el levantamiento del 19-20 de diciembre de 2001. Es claro que los movimientos sociopolíticos no fueron paralizados por las traiciones pro imperialistas de los presidentes seudopopulistas electos. Sin embargo, queda claro también que estos movimientos tienen el poder para derrotar a los clientes imperiales, pero no para remplazar a los reaccionarios entronizados por dirigentes provenientes de los movimientos populares. Esto es evidente en el caso de la insurrección boliviana de octubre de 2003. El nuevo presidente, Carlos Meza, es un neoliberal de toda la vida que apoyó a Sánchez de Lozada hasta los últimos días de su cargo. Desde que asumió el puesto, Meza continúa atacando y arrestando a los cocaleros, expresa su respaldo al ALCA y no emprende iniciativa alguna que altere los acuerdos en torno del gas y el petróleo (excepto algunas ambiguas promesas).
Este 2003 fue un año de movilizaciones masivas, tal vez un ensayo final para
las revoluciones sociales de 2004. Sin embargo, para que esto ocurra
requerimos materializar los instrumentos políticos y los dirigentes capaces de asumir el poder, con una visión crítica de los vericuetos de la política electoral.
No existe una reducción sistemática del poder estadunidense: mientras pierde
en Venezuela con Chávez, gana con Lula en Brasil. Lo que gana al derrotar y
capturar a Saddam Hussein, lo extravía con la costosa y prolongada guerra de
ocupación. Las reuniones financieras internacionales se van al suelo, pero se
firman acuerdos bilaterales y regionales de libre comercio. Aumenta la
resistencia a la conquista, pero el imperio y sus mercenarios sátrapas se vuelven más salvajes. En Navidad, Estados Unidos bombardeó Bagdad. Miles de jóvenes fueron rodeados, aprehendidos y encapuchados, y los recluyeron en campos con el fin de interrogarlos y torturarlos. Israel levanta "muros de apartheid" en Palestina ocupada y asesina de manera cotidiana a niños y activistas palestinos bajo la tibia protección de sus "hermanos" likkud del Pentágono. Se desafía a la
supraestructura del imperio, Bush, Cheney, etcétera, pero nadie cuestiona los
fundamentos (los presupuestos militares, los intereses petroleros). La crisis
económica no estalla, permanece latente. Washington continúa pidiendo prestado.
El capital asiático sigue fluyendo a Estados Unidos, lo cual permite que consuma
más allá de su capacidad de pago. Eran exageradas las predicciones de una
decadencia o una "extensión desmedida".
La Casa Blanca compra y entrena a miles de mercenarios iraquíes, y asegura
otros tantos en Europa del este y en las compañías de seguridad privada. Los
intelectuales críticos en Estados Unidos tienen más influencia en el extranjero
que en su país. La dinámica del cambio en la política imperial se halla
claramente afuera: Irak, América Latina y tal vez en partes de Europa.
Este 2003 nos dice que la realidad de las relaciones entre el imperialismo y
la resistencia popular es muy compleja y contradictoria como para trazar una
fórmula lineal general. Podemos concluir que el imperio estadunidense no es
omnipotente, pero sí peligrosamente violento; que los movimientos populares
pueden desafiar con éxito el dominio colonial y derrocar regímenes clientelares;
que la economía de Estados Unidos puede recuperarse temporalmente, aun si sus
fundamentos continúan tan precarios. Este 2003 también sugiere que la izquierda
ganaría más si emprendiera un estudio paciente de las complejas y
contradictorias realidades de las luchas nacionales y de clase, en vez de embarcarse en grandiosas profecías globales de largo plazo, desvinculadas de los movimientos populares.
Traducción: Ramón Vera Herrera