En 1995 Francisco Arias Cárdenas y yo sostuvimos una conversación que, en mi criterio, sirve para ilustrar hoy el compromiso de un pueblo en la defensa de este proceso que le pertenece porque sus hijos han estado construyéndolo desde hace muchísimo tiempo, con el aporte de una generación tras otra. Es como un chispazo en la consciencia que nos obliga a cerrar el paso a quienes amenazan con desconocer la Constitución, “llamar a María”, pedir una intervención y llegar a Miraflores dejando una estela de muerte.
Francisco había culminado con éxito la campaña electoral para la Gobernación, en la que me había desempeñado como coordinadora en el área de Medios. Fue maravilloso reencontrarme con el Zulia (donde me gradué en Comunicación Social) y con la esperanza palpitante de su gente a través de esa candidatura; también con los amigos, con esos hermanos que la vida da y quita pero que siempre los llevamos en el corazón como el amor que siento por Luis Elías.
En 1992 el militar retirado y yo nos habíamos cruzado. Fui la primera periodista que logró entrevistarlo en prisión tras la insurrección militar del 4 de Febrero, igual que al hoy presidente Hugo Chávez Frías. Trabajaba en Caracas en el diario El Globo y, aunque no tenía nexo alguno con ese proyecto político ni con sus integrantes, me rebelé contra las restricciones que el gobierno quiso imponer sobre las garantías constitucionales, entre ellas la libertad de expresión y el derecho a la legítima defensa que los insurgentes tenían.
Ya había percibido la descomposición del Puntofijismo y a través de mi trabajo (primero en el Zulia) impulsaba la idea de construir un sistema más justo, con la participación de todos los sectores, entre ellos la Fuerza Armada. Así que no me convenció el discurso oficial según el cual estábamos ante un nuevo intento del gorilismo en América Latina; sabía por los antecedentes del 60 que en la Fuerza Armada hay un componente de identificación con el pueblo que en determinadas condiciones logra imponerse sobre el rol de guardián de Estado para impulsar a algunos de sus miembros hacia el frente de la lucha popular.
Ocurrió en la década del 60, vimos en Venezuela y el continente una lucha ideológica y armada, en el campo civil y militar y cívico-militar; el Carupanazo, El Porteñazo y las acciones guerrilleras son algunas de sus expresiones; también lo fue la persecución que al interior de los cuarteles y desde los organismos de inteligencia norteamericanos les fue impuesta a los oficiales que se sumaron a los movimientos de izquierda procastrista, cuyos nombres fueron proscritos y existencia condenada. El teniente Rafael Octavio Martorelli fue uno de ellos.
Tras aquella madrugada de febrero del 92 me propuse entrevistar a los líderes.
Como no tenía línea directa con ellos, me metía en la cola de los familiares a los que permitían la visita y por su intermedio proponía a los presos el diálogo.
Recuerdo que primero hablé con Nancy Colmenares (La Negra” como le llamaba su cuñado Argenis) y le mandé a decir a su esposo, Hugo Chávez Frías, que quería una entrevista con él; le garantizaba un trato respetuoso y sin prejuicios; días después envié con Gladys Fuenmayor el mismo mensaje a Francisco.
En esa coyuntura conocí a Hugo Trejo, Kléber Ramírez, Carlos Fermín, Vìctor Hugo Morales y a tantas otras personas cuya amistad Octavio me dejó como legado. Trejo intervino ante los comandantes en mi favor, Kléber (desde el anonimato) me dio el cuerpo de decretos a través de los cuales se gobernaría si ellos hubiesen triunfado para que los publicase en El Globo y el país los conociese, Fermín fue tan solidario que hoy lo recuerdo aunque estemos en trincheras diferentes y Víctor Hugo era y es ejemplo de persistencia. Claro, hay otras personas pero por su inconsecuencia no merecen ser nombradas.
Otros periodistas tenían el mismo propósito que yo, desde El Nacional avanzaba Laura Sánchez quien contaba con el apoyo de un sector de la Causa R y a quien favorecía el impacto de un medio de los que más circulaba; en el cuartel San Carlos un sector había decidido esperarla. Ya Hugo Chávez en la oportunidad de su famoso “Por Ahora” había asumido la responsabilidad del 4F ante el país y fue precisamente la pugna por el liderazgo el factor que colocó la primicia entre mis manos. Doce años después lo entiendo con claridad.
Francisco me respondió positivamente, Hugo Chávez hizo lo mismo y Laura quedó para dos días después. Ese acontecimiento marcó mi vida, sirvió para reafirmar mis principios, en lo personal y profesional, y siempre que puedo les doy las gracias. En lo que a mi profesión se refiere el valor de esas entrevistas no está expresado por las peripecias de la reportera para obtenerlas aunque en el inconsciente colectivo siempre exista un espacio para la invención de nuestros héroes; su más importante significado es, precisamente, el ejercicio de la libertad de expresión en el periodismo a pesar de la censura oficial, rompiendo los frenos que los llamados “aparatos ideológicos del Estado” nos van formando desde nuestra más temprana edad y que se manifiestan como “autocensura”. Pero a este hecho lo trasciende el carácter de documento histórico que ellas tienen pues constituyen el primer testimonio público de los actores de un proceso que ha cambiado las estructuras en el país y avanza como una revolución continental.
Acompañé a Francisco en la candidatura porque creía en las elecciones como una vía pacífica para que los revolucionarios accediesen al poder. Pude, caminando cada calle zuliana, reencontrarme con la esperanza que el pueblo tiene en hacer más dignas sus condiciones de vida y que en esa oportunidad creyó tener un canal en el liderazgo de uno de los comandantes del 4F, indudablemente que la acción militar de ese día representaba para los sectores más empobrecidos la ruptura con un régimen que los había hecho desdichados, por excluidos. “Ese como que es el hombre” llegué a escuchar como un rumor de la calle.
En la campaña surgieron las contradicciones entre la imagen revolucionaria que yo tenía del 4F y la convivencia con los factores tradicionales del poder, (con las formas establecidas de gobierno), que Francisco proponía. Gladys quería un acuerdo entre él y yo y me invitó a 3 días familiares en Margarita. Sostuvimos sólo una conversación sobre el tema; palabras más, palabras menos, le dije: “Siempre he luchado por un cambio en mi país y… ¿sabes qué? si tú hubieses sido el conductor de ese proceso habría dado mi vida por ti”.
El fue a la Gobernación y yo me quedé sin trabajo pero sólo por pocos días. Quien entonces era jefe de redacción en el diario El Globo (mi querido Heberto) llamó a mi casa y me dejó un mensaje: “Yo sabía que ibas a regresar, te espero”. Cuatro meses después en Caracas me encontré al gobernador del Zulia y me dijo: Mañana parto para Ciudad Bolívar y quiero que me acompañes, nos vemos a las siete, temprano, en La Carlota. Pero yo ya había dicho adios y emprendido otro camino para reencontrarme con el huracán que ha desatado Hugo Chávez Frías.
Hoy, en el mes de febrero, recuerdo estas palabras para reafirmar el compromiso que hay en mi corazón (como en la inmensa mayoría que se define por el amor hacia su prójimo) de contribuir a la construcción de un sistema social más justo; una aspiración que, con el liderazgo de Hugo Chávez Frías, ha tomado las calles, ha traspasado las fronteras, ha reunido a los civiles y a los uniformados, se ha hecho puño y cancion y está firme en la defensa de sus conquistas. ¡No los dejaremos volver!.
*PERIODISTA
judithmartorelli@hotmail.com
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