Kant o la captación de nuestras riquezas, no sólo es posible, sino que hoy luce como inevitable

En una reciente entrevista, publicada en el diario Ultimas Noticias, el General retirado Muller Rojas, declaraba que él descartaba una invasión de los Estados Unidos a nuestro país.
En mi concepto, esta opinión es la más peligrosa que se pueda tener en los actuales momentos. Si hay eventos que se puedan pronosticar como casi seguros, serán los intentos norteamericanos para ocupar nuestro territorio, o parte de él. Por lo menos, así lo indican todos los indicios.

UNA RAIZ FILOSÓFICA

Pero para poder comprender esto, es necesario remontarnos al campo de la filosofía, y más concretamente, al pensamiento del filósofo alemán Immanuel Kant, una de las cumbres, sino la más alta, del pensamiento filosófico posterior al renacimiento, y que vivió de 1724 a 1784. Pero no vamos a entrar en este artículo en las aguas profundas de su razonamiento filosófico, sino más bien apuntaremos su efecto práctico dentro en las sociedades occidentales actuales.

Para poder apreciarlo, invito al lector a un pequeño ejercicio mental, leyendo primero el siguiente párrafo, escrito por el profesor de filosofía noruego Jostein Gaarder acerca de los postulados de Kant, y tomado de su obra “El mundo de Sofía”:
“Según Kant, es la actitud lo que es decisivo para poder determinar si se trata o no de un acto moral. No son las consecuencias del acto las que son decisivas. Por ello también llamaremos a la ética de Kant ética de intención”

Luego, trate de hacer memoria sobre el conocido caso de una tal Lorena, que mutiló sexualmente a su marido mientras este dormía y fue completamente absuelta por un jurado norteamericano, ya que éste tomó en consideración un supuesto ambiente de permanente agresión y maltratos por parte del esposo hacia la acusada.

Y luego vuelva a leer el párrafo anterior:

“Según Kant, es la actitud lo que es decisivo para poder determinar si se trata o no de un acto moral. No son las consecuencias del acto las que son decisivas. Por ello también llamaremos a la ética de Kant ética de intención”
Ese es precisamente el punto, la mayor parte de la sociedad norteamericana, y toda su superestructura social, cuando valora moralmente una conducta humana, la actitud es decisiva.

En el campo político, la sociedad norteamericana es el gran jurado de la conducta del gobierno, y la juzga sobre la base de esa “Ley Moral” que describe Kant. Es decir, si la actitud es ética, no las consecuencias.

Si tomamos por ejemplo el caso de la invasión a Irak, vemos que lo que se está debatiendo en Estados Unidos no es la invasión en sí, sino si fue ética y moralmente justificable, es decir, si el argumento de que existían armas de destrucción masiva era cierto. Que hubiese miles de niños, mujeres y ancianos asesinados por los bombardeos, es irrelevante en la discusión. Como dice Gaarder de Kant, “no son las consecuencias del acto las que son decisivas”.

EL PAPEL DE LAS IDEOLOGÍAS EN LAS SOCIEDADES MODERNAS

El que exista sociedades que se edifiquen sobre ideas filosóficas o religiosas no es un descubrimiento novedoso. Ya Arnold Brecht, en su obra sobre teoría política en 1959, afirmaba que:

“Verdaderamente, y hasta un punto que muy pocas veces se ha advertido, nuestros valores occidentales están basados no sobre la ciencia, sino sobre la religión, la historia, la tradición y el idealismo creador de los hombres que han intentado formar un mundo en el que consideraban que la vida era digna de ser vivida”

El punto determinante de este pensamiento, es que “Nuestros valores occidentales no están basados sobre la ciencia”, sino sobre ideas, creencias, religiones, e incluso mitos y leyendas, como que “el hombre es bueno por naturaleza, y el mal está en la sociedad”, que la condición previa, necesaria y suficiente, para conseguir una sociedad mejor, es a las grandes capas del pueblo, que el ser humano es esencialmente competitivo o que todos debemos ser iguales.

Este anclaje ideológico basado en un “yocreismo” es lo que explica la actual crisis de la sociedad. Sólo cuando los hombres construyamos una arquitectura social que armonice los principios morales con los conocimientos científicos, es que podremos afrontar exitosamente nuestro destino.

Pero eso será tema a tratar en otros escenarios. Por lo pronto es necesario que entendamos la mecánica interna de la sociedad norteamericana para que su conducta hacia nosotros no nos tome de sorpresa.

EL PAPEL DE LOS MEDIOS
Es en ese orden de ideas que queda completamente claro el papel que juegan los medios de comunicación. Manipulados por los sectores dominantes, forman matrices de opinión que permiten darle un soporte ético, de acuerdo a la denominada “Ley Moral”, a las acciones bélicas y de intervención del gobierno en el exterior.

Podemos afirmar categóricamente que la manipulación de este forma de conducta conduce, inevitablemente, al fascismo. Hitler lo entendió así, y eso explica el papel determinante de Goebels en el nazismo, que no era otro sino el de proporcionar argumentos éticos que justificasen las atrocidades de régimen. Recuérdese la conocida frase de que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. Por ejemplo, gracias al bombardeo publicitario, la casi totalidad del pueblo alemán siempre creyó que la segunda guerra mundial se había iniciado por la agresión de Polonia, por lo que era totalmente ético y moral que el ejército alemán respondiese.

¿POR QUÉ EL PELIGRO?
El lector se preguntará que eso puede ser correcto, ¿Pero que tiene que ver esa conducta primitiva con una probable invasión norteamericana a nuestro país?
Con el petróleo.

Las reservas mundiales de petróleo durarán, al ritmo de consumo actual, un poco más de 30 años, y el país que controle esas reservas estará garantizando su futuro. Y el problema para Estados Unidos es mayor. De 18 millones de barriles diarios de petróleo que consume, sólo produce unos 6 millones, porque sus reservas fueron sido mermadas considerablemente después de más de 100 años de depredación irracional. Ese fue el verdadero motivo de la invasión a Irak.

La posesión militar de nuestros yacimientos les garantizaría, no sólo su aprovechamiento, sino, y más importante aún, que ese petróleo sirva para impulsar el desarrollo en los países latinoamericanos. Y esto es lógico, porque un mayor desarrollo económico local implicará mayor consumo del precioso combustible.

Si Brasil, Venezuela, Argentina y Colombia, por poder un ejemplo, mantienen un crecimiento económico sostenido, en el futuro la producción venezolana de petróleo se destinará fundamentalmente a dichos países, privando a Estados Unidos de ese suministro, además de encarecer el producto, gracias a la consabida ley de la oferta y la demanda. Es por ello que una intervención militar norteamericana en nuestro país, no sólo luce como posible, sino como inevitable.

Eso está sumamente claro. Pero ¿Qué impide que Estados Unidos no haya ocupado antes nuestros campos petroleros? La bendita “Ley Moral” de Kant. Su gobierno no puede presentarse ante su pueblo invadiendo nuestro territorio con la excusa de necesitar nuestro petróleo. Eso lo interpretaría el pueblo de ese país como un robo, como un acto falta de ética.

Se hace imperativo para ese gobierno tener un argumento válido que barnice de ética cualquier intervención.

UNA POLÍTICA SOSTENIDA EN EL TIEMPO
En eso han estado trabajando en los últimos 15 años. Primero, y con la complicidad de los gobiernos de CAP-Rodríguez y Caldera-Petkoff, intentaron apropiarse de nuestra industria petrolera.

Luego, al fracasar este plan, concibieron y lograron insertar en la constitución del 99 el concepto de pueblo para definir nuestras comunidades indígenas, con la esperanza de que en el futuro alguna de ellas, llámese Guajira o Pemón, reivindique su condición de pueblo, declarando su voluntad de separarse de Venezuela, para acudir en “ayuda” de ellas.
Paralelamente inventaron el plan Colombia, que, con la excusa de la guerra contra las guerrillas, persigue armar poderosamente al ejército colombiano, a ver si éste pisa el peine y al verse tan sólidamente armado decide atacar a Venezuela con la excusa del problema Golfo de Venezuela, situación que lubricaría la intervención norteamericana con la excusa de la estabilidad de la región. Cosa nada difícil de imaginar, conocidas los antecedentes de la incursión del Caldas, y de la imposición de condiciones onerosas para Venezuela en la década de los 30 del siglo pasado, apoyados en una poderosa fuerza militar, construida con la excusa de una supuesta guerra con Perú por el puerto de Leticia, como muy bien lo explicó en un artículo de Prensa el general Sujú Rafo.

Sin embargo, y aprovechando la “conveniente” oportunidad presentada con el ataque terrorista del 11 de Septiembre, lograron convencer a importantes sectores de económicos, políticos y religiosos del país, para que, aprovechando ese incidente, presentaran al gobierno de Chávez como terrorista, comprometiéndose ellos a prestarle su apoyo al nuevo gobierno.

Es así como, a partir de ese momento, se desata en nuestro país una demencial campaña mediática nacional destinada a presentar al gobierno de Chávez como terrorista, violador de los derechos humanos, colaborador de las guerrillas y del narcotráfico colombiano, etc., etc.
Aquí es importante destacar que las denuncias no se limitan a Chávez, sino a prácticamente toda la estructura jurídica-social del país. El TSJ, la Fiscalía, el CNE, la Asamblea Nacional, etc., también son denunciados sistemáticamente como corruptos, parcializados, inmorales. Todo con el fin de presentar una imagen caótica de nuestro país. Recuerde el lector la declaración solemne de Enrique Mendoza desconociendo al CNE.

El objetivo que persiguen los agentes locales de la inteligencia norteamericana con estas denuncias, es que sirvan de input noticioso a los medios domésticos de Estados Unidos, construyendo de esta forma una matriz de opinión que, al estallar el detonante apropiado, sirva de sostén ético y moral para una intervención militar, en salvaguarda de la paz en la región, o de cualquier otro argumento “cohete”, como probablemente lo sea el salvaguardar el petróleo venezolano como patrimonio de la humanidad, impidiendo que sea también utilizado en la vorágine de caos y violencia.

¿Por qué que visión pueden tener de nuestro país los habitantes de Estados Unidos, si las noticias que llegan de aquí son alarmantes? A todas luces se justifica una intervención a la primera oportunidad ya que no es posible que un país tan bárbaro y atrasado, en el cual no funcionan los principios más fundamentales de un estado de derecho, tenga el control de un bien imprescindible para mantener el estándar de vida americano.
Es así como pensaron que esta oportunidad se presentaría con el paro de diciembre del 2002, cuando una población que ellos imaginaban caracterizada por el bochinche y la inmoralidad, estallaría en violencia cuando no les faltara la cerveza, el béisbol, las gaitas, la navidad, la televisión, etc. O la llamada “guarimba”, que imaginaron degeneraría en otro Caracazo.
Los grandes titulares de nuestros medios impresos y televisivos no tienen como el país como destinatario, sino el mercado mediático norteamericano. Ello explica el divorcio, a veces total, entre esas noticias y la realidad, y que provoca profundas angustias y trastornos mentales entre sus lectores y televidentes, como la disociación psicótica que han

denunciado muchos siquiatras.
Y es así, ya que el gobierno norteamericano necesita que esas denuncias, para ser creíbles, procedan de la misma Venezuela. No tendría sentido que ellos actuaran sobre la base de sus propias denuncias. Remember Irak. Esa necesidad del gobierno de Estados Unidos de tener una oposición en Venezuela que cumpla sus lineamientos, es lo que explica que ésta no ofrezca ni soluciones ni diagnósticos a los problemas del país y sólo se limite a denunciar y a montar eventos de proyección mediática, que puedan ser utilizados en el exterior para justificar una intervención armada.

Nunca antes el término “vendepatrias” fue utilizado con mayor exactitud para calificar a los venezolanos que se prestan a tener una conducta tan vergonzosa.
Todo lo anterior lo que demuestra que el objetivo estratégico de Estados Unidos es ocupar militarmente nuestra riqueza petrolera, y que sus acciones variarán de acuerdo al gobernante venezolano de turno. Es decir, no es un problema de Chávez o Caldera, el objetivo es Venezuela.

¿POR QUÉ ALGUNOS VENEZOLANOS ACTÚAN EN CONTRA DE SU PAÍS?
Entonces surge la otra pregunta obvia. ¿Por qué existen venezolanos que se prestan a servir rastreramente los intereses imperiales de Estados Unidos?
Hay que puntualizar que, exceptuando algunos pocos editores y dueños de televisoras que no se sienten venezolanos y que ven su conducta como un negocio más, la inmensa mayoría de los que actúan así no tienen conciencia de sus consecuencias. Ni se imaginan lo que está en juego. En realidad lo hacen, bien por ambición, por ignorancia o por desactualización.

Por ambición, ya que ellos están convencidos que Estados Unidos se limitará a ofrecerles apoyo cuando tomen el poder local.
Por ignorancia, porque no saben realmente como funciona espiritualmente la potencia del norte.
Y desactualizados, porque todavía aplican la doctrina Betancourt en las relaciones con Estados Unidos.

¿Y en qué consiste esa doctrina?
En las primera décadas del siglo pasado, cuando América Latina estaba infectada de sangrientas dictaduras feudales, los sectores progresistas enfilaban su lucha contra ellas y contra el imperialismo norteamericano, que lo consideraban su principal sostén. Betancourt llevó a la práctica una política diferente. Separó a estos aliados, vendiéndole la idea de Estados Unidos, que en el caso de acceder al poder, sus intereses serían respetados, y que más bien a Estados Unidos les convenía apoyar a un gobierno democrático amigo que a una dictadura, consiguiendo así el apoyo del país del norte a su acción política.

Incapaces de entender los cambios ocurridos en el ámbito mundial, los anquilosados políticos de la oposición piensan que la conducta norteamericana será igual que en el pasado. No se han dado cuenta que el mundo cambió. Estados Unidos actúa exclusivamente en función de sus intereses y no necesita de apoyos externos ni respeta instituciones que no sean las de ellos. Así fue en Irak, y también con Haití. En ambos casos les importó un bledo el Consejo de Seguridad, ni la ONU, ni la OEA, ni nada.

A lo único que el gobierno le teme es a la opinión pública de su país y su bendita “Ley Moral”. Es por ello que el principal terreno en el cual se debe luchar para conservar nuestra soberanía es en el de la opinión pública norteamericana.
Ahora bien, como me temo que más de uno, con el juicio trastornado por la ofensiva mediática piense que escribo esto porque soy partidario del gobierno, quiero aclarar que no soy ni chavista ni anti-chavista. Soy venezolano. Con relación a la gestión este gobierno hay aspectos que me parecen erróneos y aspectos que me parecen positivos.

Pero de lo que sí estoy seguro es que es absolutamente fundamental que exista una oposición racional, patriótica y preparada que ofrezca soluciones adaptadas a nuestras realidades y que sea lo inteligentemente preparada para no ser manipulada tan estúpidamente por los gobiernos del exterior como lo ha sido la actual oposición.
Pero los errores de juicio no son monopolio de la oposición. También el gobierno peca de desubicado, y ante la avalancha de declaraciones agresivas en contra de nuestro país por parte de altos funcionarios norteamericanos, incluyendo sus dos candidatos presidenciales, responde ingenuamente que ellas obedecen a la campaña electoral interna..

Esos candidatos en realidad lo que están haciendo es aprovechar la campaña para vender una imagen dañina de Venezuela en el ámbito local, dada la gran audiencia que le proporcionan las elecciones, para dar argumentos que justifiquen la próxima intervención militar.

Nuestra soberanía y nuestra integridad territorial dependerá, entonces, de tomar conciencia de estas nuevas realidades, de tener una conducta política venezolanista y de contar con una fuerza armada lo suficientemente poderosa que pueda disuadir cualquier aventura imperial.


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Carlos Enrique Dallmeier


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