Apreciado Profesor Márquez:
He leído con atención su artículo titulado: Deporte, béisbol y política, aparecido en la revista Olímpicas, Nº4, pp. 28-33, 2009. Sin desmeritar su esfuerzo personal al tratar de abordar esta problemática y su innegable trayectoria como profesor universitario e investigador, creo que algunas de las generalizaciones expresadas son, cuando menos, temerarias. Al respecto, me gustaría exponer algunos comentarios que permiten debatir acerca de las opiniones expresadas por usted en el desarrollo del mismo, desde una posición respetuosa hacia quien otrora fuera mi formador en la Escuela de Sociología de la Universidad Central de Venezuela.
Su artículo inicia exponiendo que, cito textualmente: “Desde que se organizan torneos nacionales y, especialmente internacionales, el deporte ha sido utilizado por los gobiernos, por los factores de poder y los propios deportistas como instrumento propagandístico para promover las pretendidas virtudes y fortalezas de un determinado régimen político.” Esta idea, acertada por demás, nos presenta al hecho deportivo como un aparato ideológico del Estado, lo que quiere decir que, como bien señala en su argumentación, se trata de una característica inherente a todo Estado y no exclusivamente a cierto tipo de éste, modelado por un régimen político particular. Por otro lado, como se sabe, el deporte es un hecho histórico que se ha ido configurando como institución social y la que exhibe actualmente es heredada de la modernidad y es la que tenemos, con sus virtudes y defectos.
Por lo antes dicho, resulta incomprensible para mí que en algunos de sus desarrollos posteriores haga parecer que el uso del hecho deportivo como aparato ideológico del Estado fue algo propio de los regímenes practicados por los rusos y sus países de influencia, cuya finalidad era “intentar evidenciar la hipotética supremacía del socialismo frente al capitalismo”. En mi parecer, esa interpretación de los hechos resulta sesgada en tanto ignora que el deporte, particularmente el de elite, ha sido utilizado también por los representantes del sistema capitalista para demostrar su supremacía frente a los que ellos llaman “países sub-desarrollados”, “periféricos” o “del tercer mundo”, lo cual es un hecho fehacientemente comprobado en el trascurso del siglo XX y todo lo que va del XXI, circunscribiéndonos sólo a la época más reciente.
La crítica que formula hacia el amateurismo, como el modo aparente de entender el deporte en el contexto del modelo socialista, no es del todo desacertada, pero falla nuevamente al hacer parecer que el “esclavismo” al que se ven sometidos los atletas de alta competencia en los países que siguen esa ideología es algo sólo tangible en ese espacio, lo cual tampoco es necesariamente verdadero. La configuración del sistema deportivo y su estructura piramidal, en la cual el deporte de élite representa la cima, así como los fines que en éste se persiguen, constituyen sin dudas una forma elaborada de esclavitud hacia los practicantes, en tanto están atados a la superación constante del tiempo y la marca, lo cual supone una entrega absoluta a la actividad. Y si de promotores de la práctica deportiva de alta competencia hablamos, no deja de ser esclavo aquél que está sujeto a los intereses de los patrocinantes, en su mayoría empresas trasnacionales, que le obligan a mantenerse en el tope, para que pueda justificarse la inversión monetaria que han hecho sobre él, sobre el campeón que demuestra que es el mejor, aún a costa de sí mismo.
Entonces, dado lo complejo que supone el analizar el deporte como hecho social, pareciera más bien que ya sea por efecto del Estado o sea por efecto del mercado, el deportista de alta competencia (amateur o profesional), es un ser humano con pocas libertades, dada la forma que ha asumido el deporte de alta competencia en nuestras sociedades, donde ciertamente ha quedado diluido mucho del carácter lúdico de esta actividad, aunque siempre se apele a ello, independientemente del régimen político que haga uso del discurso. Por ello, resulta simplista colocar a la ideología socialista como “la mala de la película”, cuando en realidad el entramado de la organización deportiva a nivel mundial propugna valores que muy poco tienen que ver con el socialismo en sí o con la idea Coubertiana de “lo importante no es ganar sino competir”, tales como el promover la cosificación de las personas, el chauvinismo, la violencia y mercantilización, por citar sólo algunos.
En otro orden de ideas, pero no menos importante nos queda la crítica que hace a la actuación de los atletas criollos en la pasada justa olímpica de Beijing, basándose en la promoción se hizo de su participación y de las expectativas que se crearon al respecto. Usted los denomina “modestos atletas” sin más, ignorando el hecho que la generación de un campeón supone no menos de quince años de preparación constante y sostenida. Asimismo, vale la pena destacar que personalmente critiqué en su momento las expectativas que se crearon en relación con el punto, por considerar precisamente que, aún cuando se ha avanzado en la consolidación de un modelo deportivo nacional, nos falta trecho por andar para alcanzar las mieles del masivo éxito olímpico.
Ya haciendo referencia al análisis que hace del caso particular del béisbol, usted se centra en interpretar las actuaciones de Cuba luego del ascenso del Comandante Fidel Castro al poder. El uso de los éxitos deportivos de la Isla como bandera política, constituyen simplemente una demostración de cómo efectivamente el deporte es un aparato ideológico del Estado. Si hubiera escogido el béisbol profesional estadounidense, probablemente habría encontrado accionares públicos similares y muy seguramente, éstos habrían sido mucho más espectaculares, ya que la Mayor Leage Basseball (MLB) es uno de los negocios más prósperos dentro de la nación del norte y esta disciplina en sí, constituye uno de los aglutinadores culturales más eficientes dentro de los EE UU.
Me permito entonces plantear una diferencia sustancial entre las “oportunidades” de éxito que supone una carrera en las Grandes Ligas y lo que usted denomina “amateurismo cubano”: A pesar de las limitaciones que sufre el pueblo cubano, sus deportistas han sido verdaderas glorias, una demostración de que aún en la adversidad, es posible hacer las cosas bien. El atractivo principal que tiene el béisbol profesional en Estados Unidos es la posibilidad de firmar contratos muy lucrativos, pero no necesariamente jugar mejor. Otros países como Japón, Corea del Sur o Taiwan, como asertivamente señala, cuentan con excelentes equipos de liga y ciertamente, no todos sus jugadores hacen vida dentro de la llamada “Gran Carpa”. El dinero no lo es todo y no puede constituir el estímulo principal para la práctica deportiva, pues ello desvirtúa el carácter originario de la misma, basada en la competencia gallarda y justa, bajo un sistema consensuado de reglas.
Por ello, descalificar la actuación de los cubanos en el pasado Clásico Mundial de Béisbol, sólo desde el punto de vista de la ausencia de profesionalización en esa nación, vuelve a ser nuevamente de mira estrecha, dado que, si la simple profesionalización bastara para estar en la élite de la élite, entonces Cuba no habría producido campeones de alto nivel en otros momentos de la historia. Ese análisis es adicionalmente extrapolado hacia una crítica del modelo socialista cubano, presentándolo incapaz de mostrar supremacía en éste, su espacio natural de éxito, por lo cual deduzco que en los otros espacios no tiene ninguna cosa que podamos considerar como “superior”. Me pregunto, ¿todo debe plantearse en términos de dominadores y dominados o hay cabida para la coexistencia más allá del reconocimiento mutuo de las diferencias, no sólo en el deporte?
Quisiera concluir estas líneas haciendo mención a la interpretación que proporciona usted para el abucheo del que fue víctima nuestro compatriota Magglio Ordóñez. Desde mi punto de vista, nuestra condición de seres humanos hace que seamos también sujetos políticos dentro de la sociedad, por ello, es inadmisible que se exija a un individuo que se limite a hacer su “trabajo” (batear Home Runs y hits) y no “transitar el escabroso mundo de la política”, como que si de una máquina se tratara y, peor aún, que se justifique de algún modo la deleznable actitud que tuvieron hacia él los fanáticos cuya posición política es contraria a la de él, simplemente por ser honesto y sentirse libre para expresar abiertamente su postura, como está consagrado constitucionalmente en nuestro país.
Similar opinión sostengo hacia las calificaciones despectivas que utiliza para referirse a Edwin “El Inca” Valero, al que tacha de ridículo y antideportivo, por llevar tatuada una imagen del Comandante Chávez sobre su pecho. Sepa usted que esa fue la forma de expresión que encontró este destacado boxeador criollo para hacer pública su filiación política y su profundo sentimiento patrio, dada la prohibición de usar la bandera de Venezuela en su atuendo dentro del territorio estadounidense.
Es claro que toda expresión de favoritismos políticos y/o partidistas debe basarse en la tolerancia, no en la descalificación y mucho menos en la alienación de los individuos. ¿Dónde queda la idea de ciudadano si he de renunciar a mi derecho de expresar mi pensamiento y voluntad en política? Si atacamos con bajeza a los que no son de nuestra parcialidad, ¿Dónde dejamos el espíritu de sana competencia y de que lo importante es competir? Son muchas más las preguntas a las que necesitamos hallar respuestas que nos den cabida a todos, dentro de las reglas de juego y el respeto al ser humano.
Expresando nuevamente mis sentimientos de estima, me despido
*Rector de la Universidad Iberoamericana del Deporte
pedro_garciaa@yahoo.es