Movernos o morir: efectos de la actividad física y el sedentarismo sobre la salud

En las llamadas sociedades modernas, el estilo de vida de las personas que se aglomeran en los grandes conglomerados urbanos está caracterizado, entre otras cosas, por elevados niveles de inactividad física, que pueden explicarse al menos parcialmente a partir de las transformaciones sufridas en las formas de trabajo, particularmente durante las últimas décadas del siglo pasado, donde hemos pasado de desempeñarnos en actividades que requerían esfuerzos físicos importantes a estar sentados la mayor parte del tiempo frente a un computador.

Esto ha traído como consecuencia un incremento acelerado del sedentarismo en todo el mundo, alcanzando incluso niveles de epidemia y cuyos efectos perjudiciales aún se están estudiando. Se trata de un potente factor en riesgo para la salud que puede incrementar de 2 a 3 veces el riesgo de morir tempranamente, en parte por su relación con el desarrollo de enfermedades cardiovasculares, obesidad, estrés, descalcificación y alteración metabólica, así como el incremento de los efectos de otros factores de riesgo.

En oposición al sedentarismo tenemos la actividad física, que se define como todo movimiento corporal voluntario producido por el sistema músculo-esquelético y que involucra un gasto energético para el organismo. Cuando dicha actividad se produce de manera programada, estructurada y repetitiva con el objeto de mejorar o mantener uno o más de las condiciones de salud, se denomina ejercicio físico. Por el contrario, si la cantidad de actividad física no alcanza el mínimo necesario para mantener un estado saludable, entonces se habla de sedentarismo o inactividad física.

Tal como se plantea el sedentarismo y la actividad física saludable forman un continuo que va desde la menor a la mayor cantidad de movimiento, para el estudio y valoración de la actividad física se evalúa la frecuencia, intensidad y duración con que se realiza. La frecuencia se refiere a la regularidad con que se lleva a cabo la actividad, generalmente en días por semana. La intensidad está relacionada con la fuerza de la acción muscular y tensión impuesta sobre el sistema cardiovascular y se mide en función de las cargas de trabajo físico y el consumo de máximo oxígeno. Finalmente, la duración de la actividad se refiere al tiempo dedicado a la misma en cada sesión, tomada en horas y minutos.

Las investigaciones que se han hecho permiten sugerir que para obtener beneficios sobre la salud se puede optar por al menos: a.- 20 minutos diarios de actividad física vigorosa 2 días a la semana ó; b.- 30 minutos de intensidad moderada durante 3 días a la semana.

Las actividades pueden cumplirse realizando distintas cosas que no necesariamente suponen cambios sustantivos en la cotidianidad tales como: caminar, trotar, subir y bajar escaleras o con ejercicio y practicar algún deporte con fines recreativos. Ello puede llevarse a cabo durante una sesión o en forma acumulativa durante el día, pues las investigaciones desarrolladas al respecto indican que al parecer, lo realmente importante en la actividad física para producir cambios favorables en la salud, es su duración y frecuencia, con una intensidad suficiente para incrementar o mantener el nivel de capacidad o aptitud física.

Los beneficios de la actividad física para la salud pueden ejemplificarse con su efecto sobre los niveles de lípidos en la sangre, en donde una ligera caminata poco después de ingerir una comida abundante en grasas, facilita una reducción de los valores de triglicéridos que se esperarían. Otro ejemplo es que sirve de protector sobre la diabetes tipo II, en la que incide directamente por su acción sobre el metabolismo de la insulina y de los carbohidratos, e indirectamente, al disminuir otros factores de riesgo como la hipertensión y la obesidad. Vemos entonces que la práctica regular de actividad física resulta un arma en materia preventiva contra enfermedades, particularmente de aquéllas que implican riesgo cardiovascular.

Pero los beneficios van más allá de lo físico, la actividad física controlada ayuda a neutralizar y disipar las altas tensiones acumuladas, ofreciendo un efecto protector sobre la salud mental en general (ansiedad, depresión, humor y bienestar), ayudando además, a liberar las toxinas que ingresan al organismo producto del consumo del cigarrillo (entre quienes padecen de tabaquismo) y aumentando las defensas del sistema inmunológico. También favorece que las personas socialicen, aprendan y valoran sensaciones muy diversas, facilitando el conocer mejor su cuerpo y entorno.

Tal como se ve, la actividad física tiene efectos beneficiosos sobre el aparato cardiovascular y muscular, pero también sobre el metabolismo, el sistema endocrino y el sistema inmunológico, a nivel social, conductual y psicológico. Todas las edades, uno y otro sexo se benefician con el ejercicio y la evidencia científica al respecto apunta hacia una disminución de la mortalidad en adultos y jóvenes, debida a enfermedades cardiovasculares y no trasmisibles en general.

En función de lo antes expuesto, resulta urgente promover la realización una adecuada actividad física en la población, dado que redunda en múltiples beneficios para el pueblo, recordando que el sedentarismo es un factor de riesgo cuyos efectos está en nuestras manos revertir y con tan sólo introducir algunos cambios en nuestro modo de vida, obtendremos un mejor nivel de salud y calidad de vida.

Un pueblo activo es un pueblo saludable. Por ello, desde la Universidad Iberoamericana del Deporte, asumimos el compromiso de promover e impulsar la actividad física regular, formando para ellos tanto a los profesionales necesarios para responder a este compromiso como fomentando los espacios en las comunidades y la participación de todos los niveles del poder popular para llevar a la realidad cotidiana los ideales del Socialismo del Siglo XXI.


(*)Rector de la Universidad Iberoamericana del Deporte

pedro_garciaa@yahoo.es


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Pedro García Avendaño(*)


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