En mi barrio existía el Triangulo de las Bermudas.
Era una recomendación casi constante de nuestros padres, madres, abuelos, abuelas y cuanta gente mayor viviera en el barrio: - No se vayan por los lados de los Sufridos, porque por ahí hay una zona prohibida y peligrosa.-
En esa recomendación coincidían todos y todas, era de las pocas que venían indistintamente de adecos, copeyanos, mepecos, evangélicos, católicos y ateos. Estaba moralmente prohibido caminar hacia la carretera de Ziruma por el lado de los Sufridos. Nosotros no sabíamos la causa de tal prohibición y en verdad que nos intrigaban dichos temores. – En esa zona se pierden los hombres- nos decían.
Desde que un periodista de United Press llamado E. V. W. Jones, escribiera por primera vez en el año 1951, acerca del Triangulo de las Bermudas, en mucha gente del barrio comenzó una especie de paranoia sobre los temas extraterrestres que los mantenía en una constante discusión sobre OVNIS, fantasmas y otras creencias que trataban de explicar aquellas cosas que ellos y ellas no podían.
Después escribieron sobre el mismo tema, George Sand en 1952, Charles Berlitz en la década de los 60, aunque el nombre definitivo de Triangulo de las Bermudas se lo dio Vincent Hayes Gaddis en 1964, cuando publicó un artículo en la revista de ficción estadounidense Argosy, titulado "El Mortal Triángulo de las Bermudas", sobre las desapariciones de naves en esa zona ubicada entre Puerto Rico, La Florida y las islas Bermudas.
Fue en la década de los años sesenta, cuando comenzamos a interesarnos en las exploraciones en los montes de los terrenos de la Universidad del Zulia y del aeropuerto internacional de Grano de Oro y otros sitios más. Íbamos a cazar iguanas, palomitas y a bañarnos en los jagüeyes que existían en esos predios de aventuras. Obligatoriamente teníamos que tomar casi la ruta del prohibido sector de los Sufridos.
La televisión, las noticias de barcos y aviones desaparecidos, los temores de nuestros mayores, nos hicieron creer que el Triangulo de las Bermudas quedaba en nuestro barrio. Desarrollamos un temor por ese sector de nuestra comunidad, en el cual nosotros creíamos que quedaba el famoso limbo transdimensional.
Todo estaba sincronizado con los gritos y regaños de nuestros mayores, cuando nos veían caminar hacia la parte oeste de nuestro barrio con nuestras hondas y mochilas de piedras y metras. -Por Ahí no- nos gritaba algún anciano o algún hermano mayor. Con cada grito de advertencia crecían nuestros temores y curiosidad.
Una tarde, en la cual cazamos, cocinamos y comimos más de quince iguanas y cinco palomitas, nos recostamos a orilla de un pequeño jagüey que se formaba a la salida de uno de los túneles del aeropuerto. Nos quedamos profundamente dormidos, se nos hizo mas tarde de lo habitual. Despertamos un poco desesperados por regresar a nuestras casas antes que notaran nuestra ausencia, nos regresamos por la ruta habitual hasta nuestro barrio, para sacarle el cuerpo al sitio prohibido.
Cuando íbamos a mitad de camino, pudimos notar que unos muchachos de Ziruma, venían por el mismo camino. Ellos también nos vieron y nos empezaron a disparar con sus hondas. Eran mucho más grandes que nosotros, eran rivales de nuestros hermanos mayores.
Tuvimos miedo que nos alcanzaran y desviamos nuestra ruta, hacia el hospital Universitario de Maracaibo. Esta Ruta nos acercaba por el sur al sitio en el cual nosotros creíamos que estaba el temido Triangulo de las Bermudas.
Salimos a la altura de lo que es el final de la avenida Cecilio Acosta, por el portón que permitía la entrada a la casa del Gallo, un viejo gallero colombiano que tenía vivienda en los terrenos de la Universidad del Zulia. Esa Ruta nos llevó al mismo centro del Triangulo del Diablo.
Gran sorpresa nos causó ver que las casas eran idénticas a las nuestras, la gente era igual a nuestra gente. Solo nos llamó la atención una cosa, había tres prostíbulos que todo el día estaban abiertos. Oíamos voces de gente que gritaba y llegamos a pensar que los estaban torturando por las cosas terribles que decían.
Quisimos salir corriendo, pero más pudo la curiosidad, montamos nuestras hondas, con nuestras mejores metras y piedras, nos asomamos en el bar “El Merrin” que era parte de una trilogía de prostíbulos con los Bares “El Guasimito” y “El Yate”. Cargamos nuestras hondas y nos asomamos a un mundo de luces rojas y mucho humo. Vimos algo muy raro, nos parecieron mujeres en pantaletas, unas con sostenes y otras sin esa prenda, daban gritos y se reían de manera extraña.
Había hombres de extrañas conductas, estaban sentados en unas sillas frente a las mesas, halaban con fuerza a las mujeres por los brazos. No entendíamos lo que decían, en verdad parecían locos, algunos gritaban cosas feas a las pobres mujeres.
Uno de nosotros disparó la honda a uno de esos seres extraños que torturaban a estas pobres mujeres, a las cuales les desprendían las pocas prendas de vestir que les quedaban. Se oyó el característico ruido que hace una metra lanzada con una honda sobre las costillas.
Alguien gritó unas palabras horribles, creo que fue el extraterrestre herido. Dijo algo relacionado con nuestras madres. Salimos corriendo despavoridos otra vez hacia el monte, por el mismo sitio por donde habíamos salido y nos escondimos entre las matas de tunas y cardones.
Como diez o quince hombres raros nos perseguían, algunos por una extraña razón parecía que no podían correr. Daban tumbos y algunos se caían, pasaron de largo, no nos vieron. Estábamos acostados en el suelo y ya estaba oscureciendo. Decían cosas horribles y más adelante se consiguieron a los otros muchachos de Ziruma, a quienes les entraron a golpes y correazos.
Después los traían por los pelos, y algunos hombres tenían en sus manos sus hondas. Fuera del terreno estaba un camión de la policía y los montaron a todos, varios de los extraños hombres que estaban en el bar eran policías y la costilla fracturada pertenecía a un sargento mayor. El gendarme en cuestión se quejaba del dolor y maldecía a estos muchachos del otro barrio que lloraban y negaban que hubieran sido ellos los que dispararon contra el señor agente.
Después de la conmoción, cuando se retiraron los policías, nos fuimos calladitos, por la ruta habitual que siempre utilizábamos para sacarle el cuerpo al fatídico Triangulo de las Bermudas que en verdad existía en nuestro barrio.
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