Una egresada de la Universidad Central de Venezuela, rememora "los años de miedo" en esa universidad entre los años 80 y 98, cuando concluye los enfrentamientos semanales, luego de un referéndum para colocar unas superpuertas.
Ahora nadie cree, ni siquiera los propios docentes del Patrimonio Mundial, que allí había disturbios todos los jueves al mediodía y que nunca se detenían las clases por eso. En aquellos tiempos grupos de encapuchados quemaban cauchos y autobuses al compás de las bombas lacrimógenas y perdigones envenados con tuercas por la Policía Metropolitana.
Qué decir de las batallas campales en Mérida.
Poco a poco la comunidad universitaria aisló la violencia de sus puertas. Hoy, el simple reventón de un globo, es motivo de cierre de todas las facultades y de extras noticiosos.
Tal vez, a causa de esa amnesia docente y de los ex alumnos ucevistas, los disturbios focalizados (por ser en sitios fijos y estar bajo el foco multiplicador de las cámaras de TV) en Caracas causan hoy tanta alarma, al punto que no falta quien se atreva a profetizar guerra civil y a declarar que el país está quemándose.
Aunque "mal de muchos, consuelo de tontos", debemos decir que la violencia política de Venezuela no aguanta la más mínima comparación con los conflictos de otras latitudes geográficas.
En primer lugar, las confrontaciones violentas internas tienen causas similares como el reparto injusto de la riqueza; regímenes autoritarios o democracia tutelada que mantienen los privilegios económicos de una minoría que excluye a la mayoría; militarización; discriminación étnica; represión política; violaciones de los derechos humanos y luchas territoriales.
Un recuento histórico muestra en América Latina, junto al conocido caso colombiano, episodios como la guerrilla peruana de los 60 a los 90, cuando amaina con el exterminio fujimorista; los conflictos civiles en centroamérica; la rebelión indígena de Chiapas en México, entre otros.
Allende el continente, la desangrada África con más de 20 conflictos armados por razones étnicas o territoriales que en el fondo son expresiones del descontento de las mayorías desplazadas. La civilizada Europa Occidental ha contribuido a la indeseable estadística, su último aporte, el desmembramiento sangriento de Yugoslavia.
En ninguno de estos acontecimientos, hay similitud con la actualidad venezolana que si es analizada con detenimiento científico en todas sus variables -incluyendo el poderoso ingrediente virtual que agregan la prensa, radio y TV- se concluye que presentan las características de una enconada campaña electoral en su fase final, pero ni siquiera se parece al preámbulo de los añejos jueves de capucha ucevista.
Pero si se empeñan en buscar rasgos belicistas, sólo cabe la analogía con dos situaciones: La guerra civil de España, cuando sectores del ejército, la cúpula católica y la clase capitalista reaccionaron con violencia ante las reformas liberales. Esa guerra se escenificó entre esos sectores de oposición versus el gobierno republicano, con sus aliados progresistas, obreros y sectores de la clase media. El otro caso sería el derrocamiento de Salvador Allende por parte de las elites nacionales con el apoyo de la CIA.
Esta última, sería la única hipótesis válida para los profetas del desastre, cada vez más alejados del sentir nacional.
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